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La racionalidad cultural se consolida en el simulacro antropológico, frente a -pero también por medio de- el experimentar fisiológico-sensorial individual.

…“La comunidad LGBT en Beirut ha crecido al calor de esa vibrante y activa sociedad civil de la que se nutre, a la que alimenta y con la que comparte luchas y objetivos. Hoy en día en Beirut ya podemos encontrar centros de salud para detección y tratamiento de ETS y VIH que no estigmatizan a los homosexuales, conocidos bares y discotecas donde el público gay puede acudir sin miedo pero, sobre todo, una nueva generación de libaneses que han tomado la valiente decisión de no ocultarse y uno de cuyos iconos es Hamed Sinno, vocalista del grupo Mashrou Leila –creado al calor de la primavera árabe- que se declaró abiertamente homosexual en una sociedad poco acostumbrada a este tipo de visibilizaciones públicas. El movimiento LGBT en Líbano reclama los derechos contenidos en la Declaración Universal de los Derechos Humanos y recuerda que la libertad, la justicia social, la igualdad de todos los ciudadanos y la no discriminación aparecen recogidos en el preámbulo de la Constitución libanesa. El movimiento ha tomado cuerpo en forma de plataforma colaborativa “contra el odio y la discriminación” y aboga por una dialéctica de no agresión basada en iniciativas de concienciación social así como en la promoción de la dignidad y la autoafirmación de todas las personas. De una forma muy llana pero muy clara señalan que “aunque pienses que el otro pueda ser diferente, no está bien intimidar, acosar, humillar, agredir o golpearle”.”

SANTIAGO JIMÉNEZ MARTIN,  en El País  23 JUN 2017

 

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Lógicas culturales que confeccionan la presentación de la conformidad social (al menos en su vertiente finalmente estructural) como una forma de poder de autoafirmación individual; esto es, que la capacidad de los individuos, por ejemplo, de no responder con violencia a la violencia pueda verse precisamente como una forma de poder y no debilidad (tal como el cristianismo lo ve); o que el enaltecimiento bastante falso de la individualidad capitalista -en cuanto a preferencias de gusto personal y como opción vital-existencial de consumidor- no hace más que reforzar (pero desde el arrojo supuestamente individual y rebelde de escuchar, evaluar y decidir-comprar) aquello que es la estabilidad misma de una oferta siempre industrial a través del tiempo, de forma social y fisiosemióticamente agregada,  hacia la acumulación financiera, en realidad y sobre todo estructural, por encima finalmente de las individualidades poseedoras de dicho capital, sus sujetos y respecto de sus objetos humanos.

Con lo que nos encontramos de bruces ante la mismísima individualidad cultural como simulacro, dentro de un espacio estructuralmente encauzado de la posibilidad de autoafirmación fisiológica y fisiorracional, pero en realidad como simple -pero siempre bien delimitado y limitado- movimiento físio-vital, empero sin que se resienta el orden establecido fisiosemiótico y antropológico, si bien no deja de ser una forma de libertad concedida efectivamente por lo estructural antropológico.

Y más concretamente, ¿de qué tipo de libertad se trata? Pues una libertad de aspiración, ante todo. Esto es, una libertad de ser fisiosemioticamente en la proyección fisiológica individual, que requiere por tanto el sostenimiento de un yo cultural socialmente congruente (al menos potencialmente), lo que precisa a su vez de una congruencia racional definida efectivamente como tal y frente a la cual los individuos pueden tomar posición y construir el yo social singular; la congruencia social que es una racionalidad de la que efectivamente puede valerse el individuo fisiocorpóreo.

Tratándose del concepto del simulacro antropológico, se hace preciso preguntar siempre ¿simulacro en sustitución de qué? Esto es, surge un mecanismo simulado en respuesta a una situación socio-estructural que lo requiere, lo que obliga naturalmente a que nos esforcemos en saber mejor qué es exactamente lo que el simulacro funcional y antropológico propone subsanar; pero esto en el plano antropológico y quizá en el fondo siempre, tiene su causa más profunda en al problema fisiológico individual dentro de contextos sociales, siendo el trasfondo permanente de todo contexto cultural en realidad la anomia fisiológica y fisiocorpórea individual, aquello que supone la verdadera constancia a la sombra de la superficie social y lo culturalmente racional.

Y es que todo proceso culturalmente racional lo es necesariamente también en un sentido fisiológico y, por tanto, aquello que los contextos antropológicos evitan (como el gato por lo visto al agua) es la respuesta fisiológica individual incongruente (que no quiere decir ´subjetiva´, sino socialmente incomprensible); esto es, aquellas respuestas que no caben dentro de lo socialmente previsible que, pese a la gran variedad de posibilidades, no son empero ilimitadas. Y cuando la respuesta sobrepasa en este sentido los límites de lo que se pueda socialmente concebir, no hay más remedio que excluir, efectivamente, al individuo del grupo, o al menos de la consabida «normalidad» del mismo.

Efectivamente «los locos», a grandes rasgos y como categoría, han sido siempre aquellas personas a quienes ya no se les exige un comportamiento sociorracionalmente definido, que es lo mismo que decir que no son individuos de todo derecho en un sentido fisio antropológico y cultural. Es decir, que su individualidad no es culturalmente racional, sin prejuicio de poseer el mismo derecho a la dignidad humana y a la integridad psicocorporal, como todos, al menos en las sociedades por lo general actuales.

Porque en siquiera un somero repaso de aquello que pudiéramos definir como simulacro, en sus categorías y manifestaciones colectivas sociales e históricas, resulta patente que cualquier cosa que decimos simulado o de simulación, aunque no sea ni moral ni políticamente real, no deja nunca de ser fisiológica y sensorialmente real, como tiempo humano consumado y al menos sensorialmente vivido. Pero claro, las simulaciones también pueden continuar siendo, además de fisiológicas, físicamente reales siempre que las consecuencias morales-políticas no sean efectivamente reales; y con todo, incluso la misma vida puede estar en juego, y la de muchas personas -en su misma demografía agregada- a veces y sin que sea improcedente, no obstante, considerar que estamos, con todo, todavía ante un contexto de simulacro.

En todos los casos pues, obliga indagar, como punto de arranque respecto de cualquier posibilidad de acercamiento racional, ¿qué es aquello que el proceso de simulación en cuestión busca soslayar en provecho siempre de la funcionalidad social mayor y hacia el sostenimiento de la integridad del grupo humano?

Y, sin embargo, parecería que el simulacro de la racionalidad cultural (que posterga lo físico en lo sensorial), en realidad lo que asegura es la posibilidad fisiológica de los grupos humanos, sobre todo en cuanto a una estructuralmente necesaria efervescencia de la sensorialidad humana que primaría, casi, sobre la funcionalidad real y física del espacio colectivo; o al menos parece que no puede existir ésta sin que se dé necesariamente como condición aquélla.

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