La antropología no solo cinematográfica de King Kong

I

Es en este sentido que postulamos antropológico que la figura de King Kong queda sujeto a un entorno fisiológico y fisiosemiótico humano precisamente como atrezzo alrededor del cual los habitantes van configurando, más que creencias, un modo fisioantropológico colectivo y ritualizado que es ante todo una fisiología (más que una sociorracionalidad) debido al poderoso impacto sensorial que en los humanos tiene el simio gigante. Pero a diferencia del sol, por ejemplo, King Kong es un ente fisiológicamente inmediato para los habitantes, que es de por sí poderosamente animado y fisiológicamente absorbente respecto de la percepción nuestra, de tal forma que no es preciso postular mucho respecto de qué es para los habitantes ni permite formulaciones lógicas directas muy elaboradas, puesto que habla por sí mismo, como si dijéramos, y lo que dice y lo que es a nuestro parecer sensorial humano es simplemente el terror, sin más.

Y mucho se puede apuntalar y hacer depender de un estímulo tal que es autónomo en su propia entidad y que se impone poderosamente sobre el mundo humano de forma directa; y a la manera de una amenaza permanente, puede una comunidad forjar su propia razón de ser en una fuerza semejante que no desiste nunca y ante cuyas idiosincrasias el papel humano resulta claro y simplificado: ser en el ponerse permanentemente a salvo de él, que con el tiempo viene a constituir una forma vigorizada de vida sedentaria (suponiendo que la comida es de fácil consecución en la forma de fruta y pescado) que haría relativamente insignificante la necesidad de guerra frente a otros y que obligaría a un estado permanente de vigilia y, finalmente, mantenimiento como las diferentes versiones de la misma película reflejan: que es Kong como dios cautivo, pero que es en realidad algo así como el alma siempre de un colectivo humano original.

Pero todo ello excluye básicamente la necesidad de una semiótica racionalmente elaborada más allá de la logística colectiva inmediata, y siempre la misma, dado la fuerza y intensidad del estímulo sobre el grupo humano. Y no sería nunca necesaria postular casi nada en la misma ferocidad de la experiencia sensorial humana, básicamente permanente de terror, de tal forma que excluiría la necesidad última de una elaboración cultural humana puesto que la vigorización que requieren los contextos sedentarios aquí eclipsa por entero el mismo contexto antropológico, dando lugar a una situación en la que solo una racionalidad de la más rudimentaria se haría necesaria en vista a que el grupo humano estaría alimentado, por decirlo de alguna manera, en su propia acontecer vital y fisiológica, y no tendría que imponerse fisiorracionalmente en absoluto, o en todo caso solo mínimamente y respecto una logística colectiva primaria y de mantenimiento, esecncialmente.

El grupo sería exclusivamente en su fisiología, y solo se serviría de esa racionalidad colectiva rudimentaria en realidad únicamente para gestionar y así garantizar esa experiencia fisiológica, a través del tiempo. Pero claro, tampoco crecería ni en realidad evolucionaría en un sentido cultural (o elevadamente humano), sino que su modo de sobrevivir sería en realidad en cuanto a su capacidad de gestionar mínimamente la experiencia intoxicada permanente que sería la vida grupal humana bajo el imperio de Kong y la heroína antropológica -como droga dura, sin duda- que proporciona a sus súbditos aterrorizados, pero antropológicamente estables y funcionales, finalmente.

II

Preguntémonos ahora acerca del posible traslado de un mecanismo de tal capacidad de adsorción sensorial y neurofisiológica al contexto sedentario real y contemporáneo. Algo comparable sería sin duda el poder mortificador de una suerte de imaginería como atrezzo moral en el que se apuntaló el mundo después de la segunda guerra mundial: la fuerza fisiológicamente absorbente -hasta incluso se podría decir envolvente– de la imagen de del hongo de una explosión atómica, por ejemplo, parece una analogía bastante clara, salvo que es solo eso: una imagen no animada, aunque sí de efecto moralmente animadísimo en su impacto sensorio sobre nosotros, al tiempo que remite al sumo terror que conocerse pueda un cuerpo humano: la aniquilación lógicamente insinuada a través de nuestros sentidos del grupo entero. Otro ejemplo serían las imágenes en general del holocausto europeo (perpetrado específicamente por la Alemania nazi) que constituyen la encarnación fisiológica -solo en la mortificadora vivencia sensorial de cada uno de nosotros- de algo así como la cumbre del mal humano por cuanto se trata de un exterminio técnico, a escala industrial y diseñado sobre un principio de eficiencia (eso de la imposibilidad de la poesía después por ejemplo de Auschwitz); o bien respecto de otras muchas atrocidades que hoy en día entendemos bajo el concepto de genocidio, y cuya imaginería no deja nunca de surtir un vigoroso -en realidad moral, si bien no inmediatamente conceptualizado- efecto sobre nosotros a través de nuestro sentidos de percepción-cognición:

Pasamos a cuestionar ahora de forma más pormenorizada las diferencias entre un contexto y el otro, diferencias que vamos a centrar ante todo en un asunto de grado entre uno y otro, pues es importante sin duda comprender de forma más cabal y profunda el sentido técnico que tiene el estímulo sensorio-metabólico dentro de los contextos antropológicos de base agrícola y a los que les falta, precisamente y por norma, grandes contingencias vivificadoras. Naturalmente, la circunstancia de que por lo general la comida hay que trabajarla en la forma de cultivos en los contextos sedentarios, excluye la posibilidad de vivir bajo ningún tipo de asedio sensorio constante ni demasiado prolongado en el tiempo, dado que minaría toda constancia sociorracional;  y esto, claro está, porque lo sociorracional acaba sosteniéndose -como en verdad su alimento- de la vida sensoria individual de los grupos sedentarios, ma non troppo, por cuanto el exceso en el grado y la prolongación en el tiempo de la experiencia sensoria sobrepasaría la misma función técnica de lo sociorracional. Así y de esta manera se puede aseverar, por tanto, que la antropología cinematográfica que se constata en casi todas las películas que se han hecho con la figura de King Kong, supone en realidad una forma nómada que se disfraza de contexto sedentario; es decir, que la experiencia fisiológico-metabólica, en su intensidad y su duración, se parece más a la fisiología de un grupo en más o menos constante desplazamiento físico que a la experiencia sensorio-metabólica de la vida sedentaria basada en la agricultura. Y como ya hemos comentado anteriormente, la diferencia entre una antropología y la otra se ha de entender a partir justo de este punto metabólico: que el proceso de moralización que implica la aparición del individualidad agrícola, sobre todo con sus propios postulados antropomorfos en la forma de seres divinos como precisamente modelos que sirven finalmente para constituir espacios totémicos para el ejercicio metabólico frente a la nueva inmovilidad colectiva, se debe efectivamente a que no hay más remedio que acomodar en un plano moral-metabólico lo que antes de la agricultura había constituido una experiencia mucho más corporal y simplemente físico; y pudiera ser necesario, entonces, comprender el desarrollo cerebral humano como recurso que estuviera simplemente disponible dentro de la paulatina transformación, a través de los milenios, de un modo antropológico al otro.

Y, sin embargo, falta otro punto clave por mencionar que tiene que ver con la peculiar capacidad visual de los seres humanos (y aunque en parte y en grado esto lo pudieramos compartir con otros seres vivos) que es, a saber, la calidad moralmente relevante, en el plano al menos metabólico, de nuestra percepción ocular. Pues sin duda todos estaríamos de acuerdo en que percibimos visualmente las relaciones, por ejemplo, de tomaño y potencial poder físico de unos sobre otros; que podemos detectar escenográficamente y en solo el poscionamiento de los cuerpos que observamos nociones como la insinceridad y la traición entre unos y otros; y podemos tambien sin duda tanto enfurecernos como avergonzarnos de esto que con solo los ojos estamos presenciando, siempre respecto un mundo prototípicamente social y -esto es crucial- respecto nuestro hipotético lugar o papel en él. Y es que el orgin en este contexto de toda posible respuesta emocional en nostoros a partir de lo que vemos es el punto de partida corporal nuestro: es solo esa circunstancia original que seamos un cuerpo que hace que tenga urgencia esto que presenciamos entre otros seres humanos que nos rodean y de los que siempre dependemos de múltiples y enrevesadas formas, pues tengo efectivamente algo que perder resepcto de aquello que veo que está sucediendo. Y este mecansimo opróbico que parte de la corporeidad singular para prestar fundamento sensoriomoral al acontonecer social del grupo humano, evidentmente y desde el incio permite obviar la realidad espacial inmediato, pues supone la continuación de un mundo inicialmente físico que se traspasa, como si dijéramos, a un plano exclusivamente sensorial-metabólico, transición que supone en realidad un traslado de la carga moral, que sigue siendo la misma -o muy parecida inicialmente y a nuestra percepción- tanto en un ámbito como en el otro. Pues no otra es la gran ventaja de tener un cuerpo singular que, no osbtatnte, solo sobrevive como grupo, o eso al menos ha sido la carta que el decurso de evolución humana ha jugado en su propio devenir histórico; y parecería de lo más significativo (por tecnicamente coherente) que el contexto sedentaría hiciera hincapié estrctural precisamente sobre este punto.

O sea, que lo que diferencia nuestra forma sedentaria de vivir de la nómada y de la de los habitantes cinematógraficos de la isla, no es tanto el elmento siempre imprescindible del estímulo y efervesencia metabólico-sensorios (puesto que es eso desde siempre el puente entre el cuerpo del individuo y la unicidad solo fisiológica del grupo), sino la fuente de la misma, que es en cada caso distinto: la antropología nómada depende en grado mucho mayor del mundo físico-corporal, mientras que la sedentario-agrícola tiende hacia el remplazo del plano físico con otro ámbito totémico, de sustancia esencialmente sensoriometabólica (en la titilación moral, por ejmeplo) más que en realidad físico. Y la antropología peliculera de la isla de King Kong es, como ya se ha apuntado, una forma de falso sedentarismo, puesto que la intensidad de la experiencia obvia casi totalmente la necesidad de un plano fisiosemiótico. Y es que, tanto en el caso nómada como respecto de la antropología hipotética de la isla de King Kong, no hay apenas despegue semiótico porque no es impresecindible que lo haya, siendo cierto esto resepcto históricamente solo la antropología agrícola que no tiene, al parecer, más remedio que sostenerse fisiológicamente en un plano que se prescinde parcialmente del espacio físico. La titilación moral en el indiviudo, que es requistio técnico desde siempre en realidad de los grupos universales humanos, es posible en uno y otro ámbito; pero la vida agrícola hace necesario el desarrollo semiótico que -prescisamente- supone la continuación fisiológico-metabólica, empero dentro de un contexto más físicamente limitado.

 

 Otras iconografías King Kong:

El genocidio armenio…

Holodomor…

La mascre de Kaytin…

el holocausto europeo…

Hiroshima y Nagasaki

Pol Pot

Operación cultural Condor del cono sur y sus terrorismos de estado…

Mugabe en la zona sur de Zimbabue y la mantanza de los Ndebele…

Ruanda 1994…

 

Atrocidades del pasado que fundamentan la posibilidad moral del presente en la contemplación del horror, que le sirve al cuerpo como piel que es en realidad un espacio de vivificación moral -en cuanto a lo corporal que después permite un vigor finalmente ético del más alto nivel e intensidad-. Y el caso es que sin esta posibilidad de ejercicio fisiomoral así a nivel monumental y verdaderamente serio (¿qué puede ser más serio para un cuerpo humano que la contemplación y imaginaría mental del extermino del grupo entero?), estaríamos de seguro y paradójicamente, sumidos en la realización misma y furiosa de nuevas atrocidades; que lo que parece querer decir que si vives bajo el imperio de la imagen del mal genocida, que te somete porque te mortifica en tu mismo tejido corporal-fisiológico, es más probable que no te tirarás por el precipicio del siguiente episodio genocida; pareciera también poder inferirse que no se debe de desaprovechar el poder de una buena canción de rock duro y por las mismas razones (como cauce fisiológico de ejercicio fisioantropologico, dentro de, dictado por, las limitaciones en realidad de la experiencia agrícola):

https://en.wikipedia.org/wiki/Cherub_Rock

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https://en.wikipedia.org/wiki/List_of_genocides_by_death_toll

 

“Biological Opprobrium”: a pictorial approximation towards a Physiological Morality

I

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money, time, human physiology

II

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¿Puede el oprobio biológico entenderse no solo en cuanto a la imagen del uno físico y corporal enfrentado con, pero al tiempo que dependiente de, el grupo de pertenencia, sino también en cuanto al odio (que debe de ser el origen etimológico más importante)? En efecto, el odio parece tener un poder fortalecedor de los lazos somatoneurológicos ya forjados de pertenencia (esto a modo de la fonética dentro del campo de la lingüística que, siendo de sustancia física por cuanto anatómica respecto el uso de los labios, la lengua, distintas partes de la cavidad bucal, la laringe, cuerdas vocalres y diafragma, es algo que se desarrolla y se sostiene en realidad a partir de mundo social), de manera que «el enemigo» exo-grupal se convierte una suerte de socio críptico (esto es, por debajo de la línea de flotación lógica de lo físicamente evidente) respecto los lazos intragrupales, por cuanto el enemigo en común y colectivo es también una fuente de tonificación y reforzamiento fisiológico (en grado sumo) de la cohesión somatosensorio-neurológico ya existente del grupo.