Causas fisioantropológicas de la necesidad utópica humana:

No es necesario siempre estar en posesión de un sentido vital: a veces el cuerpo bien lo sabe sin que sea necesario conceptualizar nada o más bien poco. Porque debajo de lo conceptual siempre está lo fisioantropológico. Así la rutina, por ejemplo, quizás sea la fuerza de otorgar sentido más importante para nosotros. Y también antes que lo conceptual en sí habría que considerar el ímpetu sociobiológico (de origen desde luego zoológico) que nos habita, el del conflicto en sí y de por sí, y que, de no existir otro dispositivo de imponer orden sobre el contexto sedentario, vuelve a materializarse (y esto históricamente una y otra vez).

Y afirmar, por otra parte, que la estabilidad sedentaria se basa en el attrezzo semiótico (de manera que la vivificación sensorio-metabólica pueda darse lo que requiere efectivamente la consolidación del despegar semiótico, como aquí hemos teorizado) es también decir que el sentido conceptual es secundario de alguna manera respecto de la fisiología nuestra. Pues en caso de que de hecho no rija ninguna semiótica conceptual o saber narrativo, los grupos humanos podrán siempre recurrir al orden digamos pendenciero, que es en realidad algo así como un constante sociobiológico humano: a través de la pugna en el fondo corporal entre los cuerpos diferentes siempre se ha logrado la estabilidad al menos funcional respecto a todo espacio físico-material, tanto intra como inter grupal.

Es decir, en cuanto a lo utópico como atrezo o instrumento semiótico entorno al cual se ancla la proyección fisiológica de los sujetos pertenecientes, se trata de algo así como un dispositivo en cierta forma ya innato en nosotros sobre todo como sujetos biosociales de antropologías sedentarias, pues hemos de vivir en la tensión de algún ideal, meta o fin hacia cual proyectarnos como seres fisiológicos o, si esto no es posible, delegamos todo en el nuevo surgir del viejo y atávico orden pendenciero que se impone a través, simplemente, del forcejo entre las partes pertenecientes a nivel en principio estrictamente corporal: entidad o calidad fisiológica en verdad zoológica y con la que compartimos con el mundo animal, lo siniestro de todo vacío político-cultural es precisamente la oportunidad que da a la fuerza gravitacional de nuestra propia naturaleza este sentido agonal.

Pero dicha sujeción pendenciera también se da cuando, al rebajar la complejidad intelectual-moral del discurso social, el orden semiótico-conceptual acaba por «pendenciarzarse» como en el caso de lo que constituye una suerte de icono para nosotros monumental que fue la Alemania Nazi del siglo pasado: puede argumentarse, en efecto, que dicho episodio solo superficialmente retuvo nada más que la apariencia de una antropología agrícola, cuando en realidad se desató respecto de todo arraigo sedentario para lanzarse sobre el precipicio del delirio de una expansión en todos los sentidos alocada de tintes más bien nómada. Pero, evidentemente y como aquí hemos argumentado, la estabilidad sedentaria depende de cierta complejidad semiótico-conceptual por medio de la cual podemos vivificarnos sensoriometabolicamente, postergando en alguna medida, el plano solo corporal.

Aseveramos, por tanto, que toda estabilidad sedentaria que no dependa principalmente de la pugna funcional para sostenerse en el tiempo, ha de concebirse necesariamente como utópico en este sentido estructural y subyacente: los contextos sedentarios no se mantienen en el tiempo sin la fijación opróbicamente lograda de metas finalmente conceptuales. Parecía evidente que toda cosmología cultural-religiosa (e incluso simplemente política), va universalmente encaminado a este fin, como marco dentro del cual nos ejercitamos fisiosemióticamente como sujetos morales frente a la sociedad históricamente determinada de nuestra pertenencia propia.

De ahí que la utopía intelectualmente elaborada (Platón, Tomás Moro, etc) sea por tanto la cristalización de esta misma tendencia basal, pero en función de consideraciones político-filosóficas o morales más precisas y conceptualmente elevadas, como ha correspondido siempre a experiencias sedentarias más prolongadas en el tiempo histórico y respecto del problema constante de las mismas ( lo de nuevos horizontes semióticos donde ejercitarnos sensoriometabólicamente, más allá de la limitación agrícola y en la postergación, de alguna manera, de lo corporal).

Non-Places Versus Anthropological Space (Marc Augé)

Non-place or nonplace is a neologism coined by the French anthropologist Marc Augé to refer to anthropological spaces of transience where the human beings remain anonymous and that do not hold enough significance to be regarded as “places”. Examples of non-places would be motorways, hotel rooms, airports and shopping malls. The term was introduced by Marc Augé in his work Non-Places, introduction to an Anthropology of Supermodernity.[1] The perception of a space like a non-place, however, is strictly subjective: any given individual can view any given location as a non place, or as a crossroads of human relations. For instance, a shopping mall is not a non-place for a person who works there every day. The concept of non-place is opposed, according to Augé, to the notion of “anthropological place”. The [anthropological] place offers people a space that empowers their identity, where they can meet other people with whom they share social references. The non-places, on the contrary, are not meeting spaces and do not build common references to a group. Finally, a non-place is a place we do not live in, in which the individual remains anonymous and lonely. Augé avoids making value judgments on non-places and looks at them from the perspective of an ethnologist who has a new field of studies to explore.

https://en.wikipedia.org/wiki/Non-place

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“Non-places” :

Hotel Room
La Défense plaza, Paris
A Gated Community
Time Square, New York
National WWII Memorial, Washington DC
West Edmonton Shopping Mall (Alberta, Canada)
Heathrow Airport, London
The Truman Show (1998)

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Additional conceptualizations:

All spaces people inhabit regularly–anthropologically–are subject to a previous, culturally-established meaning of some sort or another that sets the context for the contingency of human, everyday interaction, face to face as it were and in the heat of some form of direct socialization. This is particularly important for sedentary, agrarian-based contexts in which a loop of sorts is established between general societal moors as structural imposition, and the living, sensory-metabolic invigoration of individuals; and this in such way that said societal moors and structure end up reinforcing themselves through the very physiological experience of the individual. We argue, in fact, that sedentary anthropology has always sustained itself through this possibility of physiological, sensory-metabolic invigoration of individuals thereby overcoming, to some degree, the problem of physical limitation at present still inherent to human physiology of originally nomadic origin.

But the Augenian concept of non-places can also be understood as a form of imbalance with regards to both spheres of anthropological individuality (between already-established societal moors and the physiocorporeal domain of individual, sensory-metabolic invigoration itself.) When the imposition of the technically structural over the realm of social interaction exceeds its own reinforcement, sociorrationality is undermined, given that rationality in this social sense (and not in its strictly scientific function) sustains and nourishes itself of individual, physiological experience:

When technical priorities originating from a higher plane of strategic, financial planning over and through human aggregate physiological contexts end up turning against the physiological substance of experience on which said technical vision depends, the underlying original core of anthropological process itself is impaired: the obsession with efficiency; the sole motivation of profit and monetary accumulation (exclusively and at all costs); or the more recent delegation of all things human in algorithmic processes, are examples of such an imbalance in which human physiology is brutally ousted from its cryptically central position of structural dominance and true rection, and forced to occupy a falsely subordinate position of object in regards to an ultimately illegitimate structural agency blind to its own unbridled voracity.

This is because anthropological order arises from individual physiological experience in the context of the group, but can only be erroneously understood as an imposition on the part of culture over the individual. To understand anthropological stability for agrarian society as solely an imposition of the cultural over individual experience, is to dangerously misunderstand anthropology (and this despite the levels of material comfort that for a great many, but only for a limited time, such a state of things could provide!).

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Pictorial Representation of Augenian Concepts:

An “anthropological” place:

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A Non-place:

A Non-place in this Augenian sense, then, is a context in which interaction among individuals has been essentially curtailed, the greater part of meaning in regards to individual vital experience being that of a conceptual imposition of some sort or another of a technical nature (and given that said meaning no longer arises from the social itself). We could, then, understand authentically anthropological space as displaying a more efferent quality (as a form of signification more on the part of individuals imposing over and through their own circumstances); whereas non anthropological places a show a distortion of a more afferent nature, in which individuals are themselves imposed upon by the spaces the occupy, taking and accepting meaning to much greater degree from their own circumstances (and thus from de facto structural agency that enforces those circumstances) than actually participating in the socialized creation of it.

Such a nuclear structure in regards to non-anthropological places (evidently) implies a certain degree of solitude for individuals who end up understanding themselves in an opprobic, physically removed and more totemic sense (that is, in regards to a sense of self based more on a self-perceived social reflection–an image of self as in the way I believe others see me). And this, in effect, constitutes a form of technical alienation of the self that goes beyond the normal degree of physiologically extrinsic identity universally inherent to all human groups (for groups can only actually exist in the physiological process of individuals, not in any anatomical sense, and thus require a certain degree homogenization of physiocorporeal individuality).

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Exercises

Anthropologically Efferent or Afferent?

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-Marc Augé, Non-Lieux, introduction à une anthropologie de la surmodernité, Paris, Le Seuil, 1992

-Important contribution to the concept of “Non-place” in Liquid Modernity (2000), by Zygmunt Bauman.

El error humano por el que te conoceré:

La necesidad nietzscheana del error frente a los algoritmos

El vivir humano en el error corresponde al estado de ser corporal (que supone la definición a partir de la limitación física ni más ni menos que del cuerpo particular de cada uno): el error pues es el no poder siempre comprobar sensoriocorporalmente la realidad que nos rodea, puesto que somos algo solo en cuanto no somos todo.

Justo en este sentido la historia de la ciencia contemporánea a partir de Galileo, por ejemplo, constituye una suerte de épica intelectual que se inicia en la limitación física nuestra, para abrirse paso después a través del incipiente adelanto técnico del telescopio. Esto a Galileo le sirvió, efectivamente, para comprobar que eran los planetas que en torno al sol giraban y no al revés. Es decir, que la autoridad que presta la comprobación sensorial humana de la existencia de todo fenómeno -que así de esta manera decimos fáctico- se pudo traspasar y extender, a través de una nueva tecnología, a un plano remoto y más allá de la posibilidad solo corporal.

Pero el poder real de la ciencia es, en cierto sentido, no el adelanto técnico en sí, sino la limitación originalmente corporal nuestra que hace necesaria dicha evolución tecnológica, primando la posibilidad de la misma.

El factor fundacional de avance en cualquier sentido humano (incluso respecto simplemente al desplazamiento físico) es el ser corporal que, en su estado de dimensionalidad limitada, pretexta dicho ímpetu vital nuestro justificándolo. Y como corolario pudiéramos decir no que el estado primigenio nuestro sea necesariamente el avanzar (aunque posiblemente sea esto también cierto, máximo respecto la antropología sedentaria), sino que cualquier sentido de avance solo se formula únicamente a partir de nuestro limitado ente corpóreo. Es también decir, por otra parte, que los procesos cognitivos en general, como el pensar, el aprender, el prever, etc., serían también incomprensibles sin tener en consideración nuestro punto de partida corporal.

Pero el algoritmo que ejecuta una y otra vez un ordenador «pensante» o que se dice que «ha aprendido» (esto del machine learning), probablemente no está programado para considerar objetos que no tengan valor alguno -ni positivo ni negativo- respecto cualquier cometido asignado. Sin embargo, los seres humanos conscientes quedamos definidos por nuestra propia finitud corporal y, por tanto, resulta que aparecen ante nosotros múltiples objetos sensorios (imágenes, sonidos, sensaciones) que, como no podemos interpretarlos todos de ninguna manera, desistimos en el intento mismo de imponer, siempre ante todo estímulo, un sentido concreto.

Esto, me parece, no debe ser el caso en general de los algoritmos: en principio parecería que todo algoritmo que se aprecie no está seguramente capacitado (o sea programado) para dejar pasar, puntualmente, algún que otro objeto que, dentro de un campo de datos concreto, abarca; es decir, que el poder del algoritmo es, a grandes rasgos, el de clasificar todo dato que se le presenta, no siendo posible la opción de considerar algunas veces una cosa, y otras descartarla.

Pero yo apostaría lo que quieras que el pensar humano se basa crucialmente sobre este punto, pues el hecho de nuestra definición como limitación (o nuestra consagración en realidad en el no poder saber lo que está más allá de nuestro campo sensorio) hace obligatorio que dejemos pasar muchos (posiblemente la mayoría) de los fenómenos sensorios con los que, en cualesquiera circunstancias normales, nos topamos: si no, el afán abarcador nuestro, que sin duda lo tenemos muy agudo, adquiriría en seguida tintes patológicos de enfermedad mental, pues tal grandiosidad cognitiva como voluntad de omnisciencia, y por mucho que nos pudiéramos empeñar alguna vez, es patrimonio desde luego de lo sobrehumano (cito en este sentido el caso interesante, por ejemplo, del cuento de Borges, Funes el memorioso).

Y así nos vamos acercando a la cuestión quizá más profunda que es nuestra relación como cuerpos en principio desamparados (¡porque no pertenecemos nunca definitivamente a ningún grupo!) con el sentido en sí; es decir, que esto debe de ser también punto clave diferenciador entre el significar humano y todo sentido solo algorítmico, esto es, que en el primer caso es la precariedad de la singularidad fisiológico-corporal nuestra lo que infunde una urgencia vital respecto al saber en sí mismo, urgencia que, evidentemente, no puede conocer nunca un sistema solo electrónica y, por definición, incorpórea.

Por todo ello deduzco que en esto radica el porqué de tantas interrogaciones que recibo a menudo de Youtube para que agregue datos personales adicionales respecto de mi persona (como por ejemplo mi edad). De ello ha nacido en mí la intuición todavía incipiente de que el demiurgo youtubeano en realidad parece no conocerme tan bien como se nos querría hacer creer; esta «perplejidad» de su parte atribuyo al hecho de que, para descargar la batería de mi teléfono, utilizo videos que en realidad ni veo ni me interesan. Es decir, intuyo que dicho material que utilizo repetidamente con el propósito exclusivamente funcional de consumir la poca energía restante que todavía no me permite recargar directamente, se va clasificando y categorizando de forma rutinaria como si fuese un ámbito más de mi preferencia lo que en vista de la naturaleza infantil de dicho material, obviamente no tiene sentido.

Otras veces y con el fin solo utilitario de ahogar todo ruido de fondo externo proveniente de la escalera de mi edificio (o de algún vecino cabrón), tengo por costumbre valerme de videos de tertulias políticas (o que van de filosofía o historia) necesariamente en un idioma que no conozca, y mejor si es linguísticamente para mí de lo más remoto: en este sentido me ha resultado muy util el amhárico (que se habla en Etiopía), pues por su cadencia y su fonética que a mí oido por lo menos me resultan moderadas y sin grandes altibajos, puede seguir semánticamente por el otro camino o canal, digamos neurlógico, de mi propia producción escrita y en el contexto linguístico-cultural que le corresponde, pero sin que me moleste al escribir ningun otro estímulo ambiental: porque la parte solo sensoria y prerreflexiva de mi persona corpórea está ya totalmente inmerso en otra cosa, lo que deja libre e impentrable, por decirlo así, la racionalidad exclusivamente lingüística.

Y debido al hecho de que la comprensión finalmente semántica no me es posible respecto del amhárico, las dos partes de la indinvidualdiad antropológica quedan así transitoriamente separadas, lo que tiene el efecto final de hacer de la parte solo fisiocorporea y sensorial una barrera o escudo respecto de mi propia sociorracionalidad (!en este sentido el idioma polaco también me ha dado muy buen resultado!).

El caso es que en seguida empiezan a aparecer por el youtube anuncios nuevos, en referencia a más material en amhárico y respecto cuestiones y productos culturamente ajenos, o que a mí me lo parecen puesto que no necesito ni de momento me interesa, por ejemplo, ningun billete de avión barato a Adís Abeba.

Queda claro, entonces, que el youtube no distingue nigún tipo de uso diferente que pudiera hacer el usario, sino que sus parametros técnicos se asienten sobre esta suerte de opacidad indiviudal que no permite -no concibe- nada más que un modo esencialmente estandarizado de visionar y consumir el material que se ofrece.

Quiero decir que me encuentro cara a cara, digamos, con una entidad que no está acostumbrado a dejar pasar aquello que no encaja, como sí tenemos que hacer los humanos; que, sin embargo, se empeña en presentarse (falsamente) ante mí como copartícipe de alguna prometida interacción humana. Pero, claro, en el aire olfateo trazos ligeramente apestoso de fraude e impostura, además de cierta insinuada brutalidad: pues considero que me encuentro en realidad ante un dispositivo de fuerza ante todo simplificadora y muy probablemente anclado una visión cultural originalmente protestante (¡un sesgo subjetivo mío, sin duda, y por el que a la peña lectora pido mil disculpas!) como fuerza sociocultural histórica que nunca se llevó muy bien que digamos con la corporalidad humana y el ámbito emocional del individuo.

¡Pero de esta fantasía de una humanidad finalmente recamada y ordenada según la cuadriculación impositora de otros hasta acabar con todo margen de anomia individual (a la manera de un delirio originalmente calvinista, ¡por fin!) no participaré yo!

Quiero decir que, como postura vital personal e íntima, solo cabe el más vehemente rechazo por mi parte y como si me fuera la vida en ello, si bien normalmente no tengo por qué ni exteriorizar ni comunicar de ninguna manera estos sentimientos (pues no quiero que de mi puesto en la mesa digamos social me excomulguen de un guantazo, deseo por mi parte que creo que es del todo legítimo).

Aunque también te digo que no he de dejar nunca de cultivar esta suerte de tenaz, y por lo general callada, indignación como resistencia cuando siento que me recorre silenciosamente y por unos segundos toda fibra moral de este cuerpo que soy: no sé, pero mucho me parece que me va en ello.

La vivificación sensoriometabólica y el refinamiento cultural

Si es cierto que la plasmación viviente de lo sociorracional depende de la vivificación fisiometabólica individual (porque lo grupos logran mantenerse desde siempre sobre este eje estímulo individual-reconstitución sociorracional) adquieren una importancia estructural no solo

el miedo,

nuestra fascinación por la violencia,

el sentimiento en general de vergüenza y culpa

las fuerzas socioafectivas internas a nostros (el cómo vemos, por ejemplo, la figura del padre o la madre, etc.)

o el aburrimiento

sino también el placer mismo puesto que connota siempre un cierto riesgo o consecuencia moral para el sujeto social; de hecho, como argumento en el texto sobre Sidney Mintz1, el signo de cierto refinamiento cultural ocurre cuando la cultura misma acaba creando espacios de vivificación sensoriometabólica más allá de toda consecuencia moral cruenta y directamente corporal para el individuo. Esto es, que el propio orden cultural habilita espacios de un cierto tipo de simulacro, puesto que la vivificación sensoriometabólica que tiene lugar de esta manera está fuera de toda consideración moral:

el ámbito estético en general culturalmente normalizado (respecto los ritos religiosos, el deporte, los juegos, los espectáculos de violencia más o menos cruentos y el arte en todas sus variantes)

la calidad «pendenciera» de las relaciones humanas como fundamento de lo político y la división intragrupal universal en clanes, castas o clases…

la conversación no obligada

el refinamiento culinario

la relación culturalmente normalizada con lo sexual

Si bien la experiencia sensoriometabólica fundamenta lo moral-sociorracional (para un grupo humano específico en un tiempo histórico determinado) -y puesto que lo moral en tanto aquello que cohesiona el grupo puede suponerse siempre en respuesta a el estímulo sensoriometabólico individual-, la evolución cultural universal, máximo ante el problema de la antropología sedentaria, tendería posteriormente a buscarse espacios de vivificación sensoriometabólica (o estética a secas) más allá de los mismos requerimientos sociorracionales. Es decir, parecería que para hacer viable la antropología sedentaria y específicamente agraria, no solo es necesario ampliar los contextos no físicos de vivificación sensoriometabólica (esto del despegue semiótico), sino que entra con fuerza la idea, además, de espacios necesarios en los que se da dicha vivificación en sí de por sí, sin otra finalidad fundamental que el de ejercicio digamos metabólico de los individuos frente a la inmovilidad esencial de las comunidades agrícolas y sedentarias: sería ésa una vía auxiliar dentro del ímpetu más general de acomodación sedentaria de la fisiología nuestra (que es, como ya hemos argumentado, en realidad producto de un periodo de evolución sociobiológica humana anterior).

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1 https://anthropologicalindividuality.com/2020/10/22/un-ejemplo-sedentario-de-la-vivificacion-sensoria-y-la-usurpacion-del-espacio-fisico-material/

“Homo aestheticus” para “homo logicus”: la sensorialidad múltiple como el porqué de lo racional

El pensamiento mágico sirvió a nuestros antepasados para configurar el mundo, y a nosotros nos sirve para agredirnos y para ocultar, bajo capas de violencia imaginada y real, el dolor de ser conscientes nosotros mismos y de los demás, sin hacer trampas simbólicas, desde la inseguridad fundamental que nos provocan tanto la gravedad de la existencia como su fragilidad. (Jesús Ferrero, en El País 09oct20)

La capacidad de postular lógicas que sirven al grupo en su propio ordenamiento fisiológico (con el fin crucial de no solo permitir sino encauzar la vivificación sensoriometabólica sin que por ello se deshaga de forma definitiva el grupo), se apoya en la limitación físico-sensoria humana simplemente corporal. Es decir, dicha postulación es posible respecto espacios ambiguos y no del todo definidos porque toda afirmación que se haga en referencia a ellos no puede contradecirse. Es precisamente ese aspecto inamovible (pues que está más allá de nuestras posibilidades de comprobación) lo que deviene en valor vital-estructural para los seres humanos pertenecientes. De manera que sería quizás más acertado concebir el “pensamiento mágico” en tanto estrategia de imposición cognitiva como la que aquí se ha pretendido esbozar, como ventaja que asiste a la condición base corpórea nuestra, puesto que podemos adelantarnos, por así decirlo, a nuestra propia limitación física superándola al tiempo que se fortalece el grupo (que es en sí mismo la mayor protección que al cuerpo singular finalmente se le puede brindar).

El refugio, por otra parte, que supone la cohesión del grupo, pero respecto de múltiples cuerpos físicamente singulares, resulta posible en realidad a través, lógicamente, de una experiencia fisiológica compartida y parcialmente homogeneizada, pero no de otra manera.

En efecto, parece que la evolución sociobiológica ha acabado por convertir nuestra mayor vulnerabilidad (la singularidad física) en algo así como nuestra mayor baza o ventaja comparativa, a través, claro está, de nuestro peculiar desarrollo cognitivo. Y parecería, visto desde esta óptica, que la supervivencia de los grupos humanos se debe más a nuestro poder de imaginar -e incluso de poetizar- que a la lógica solo analítica; porque el pensamiento mágico entendido aquí de esta manera, si lo examinamos bien, se articula aun sobre el mayor rigor lógico posible, el de la contradicción, de la que, simplemente, nos aprovechamos como grupos.

O sea, bien mirado de mágico tiene fundamentalmente poco, o nada.

Como atributo sociometabólico con el que el tiempo humano nos ha equipado parece, además, lógico considerar los posibles efectos analgésicos que nos aporta todo intenso ejercitar de nuestra propia naturaleza fisiológica (entendida ésta en calidad sociobiológica). Así no es, por tanto, muy sorprendente que la vivificación fisiometabólica sobre la que se articula la moralidad humana tienda a obviar sedándonos a la realidad circundante más inmediata: desde siempre la cultura ha servido a los grupos para parapetarse no solo contra las amenazas, sino como una forma de procurar confort. Y es que las creencias colectivamente ejercidas suponen en el fondo y para el individuo un espacio efectivamente moral, en el que podemos tanto conformarnos a la norma como también transgredirla; o bien ambas cosas en distintos grados, alternándose en el tiempo y el decurso sensorio-emocional de nuestra experimentar vital.

Y, naturalmente, frente al grupo distinto y de alguna manera rival, todo este proceso interno de vivificación sociometabólica se intensifica, sin duda, hasta el punto de que no sería muy desencaminado sospechar que este enfrentamiento en realidad lo solemos buscar precisamente por el grado de vivificación que nos brinda. Es más, respecto el problema de la antropología sedentaria, se podría decir incluso que esto nos viene de perlas como forma de locomoción fisiológica in situ tal como la historia social, por ejemplo, norteamericana ha puesto desgraciadamente en evidencia.1

Pero el asunto en realidad más importante y para el cual este texto hasta aquí ha serivido de introducción, es la relación que existe entre la experiencia senosriometabólica y lo sociorracional. En este sentido partiremos de la siguiente premisa: que la racionalidad entendida como la parcial homogeneización fisológica opróbicamente fijada por el colectivo pertenciente, no se produce sino en el requerimiento de la misma. Es decir, la crisis digamos estructural que supone la vivificación senosoriometabólica del individuo es en sí misma el reclamo para una nueva resconstitución sociorrracional. Y es la anomia individual lo que en cierta manera alimenta lo sociorracional, pues solo en la zozobra estructural de la vivificación sensoria del individuo, -frente a, a la vez que en conjunción con multiples cuerpos pertenecientes- es requerido lo racional como razon de ser del mismo.

Y así sería de esta manera que los grupos humanos han puesto al servicio en realidad estructual de una parte muy importante de toda personalidad socializada: el bucle que se forma entre nuestro estar fisiocorpóreo y somatosensorio por una parte, y el ser que es nuestro yo más soicorracional, ha de considerarse el amarzón central de la supervivencia de los grupos humanos, que supone, por otra partre, la posibilidad de combinar el mayor grado de agresión (de la que solo un indiviudo desemparado es capaz de alcanzar) frente a otros grupos, pero sin que peligre la cohesión grupal propia.

1 https://en.wikipedia.org/wiki/Mass_racial_violence_in_the_United_States