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El paso de una cultura griega inicial a otra que se relaciona especularmente con los modelos divinos elevados por los mismos seres humanos, con el resultado de que una profundidad psíquica postulada resepcto las divinidades antropomorfas es aquello que, inversamente, obliga al ser humano al devenir de su propia densificación moral y psíquica.

Presentación de la moralidad humana como fundada sobre una fisiología filogénticamente evolucionada que parte orginalmente de un plano animal y preconsciente; que sigue siendo, hoy en día, la misma fisiología nuestra que requiere de la cultura y su posibilidad ética (esto es, de una moralidad conceptualizada, al fin) para atemporarse en su propia imposicón vital y a favor, en última instancia, de la civilización.

El planteamniento de la conciencia humana como una estructura emergente que, de manera continua, pasa de un estado neurológico, samatosenorial y emotivo, a la condición nuevamente reconstituida del yo autobiográfico y plenamente consciente. Se trata de un proceso de carácter homeostático, basicamente permanente, y visto desde la óptica de la neurología actual; proceso de cognición humana que repite el mismo recorrido desde lo estrictamente sensorial y emotivo hasta la conciencia del individuo en su propio autorreflejo social. Se infiere, por tanto, que la conciencia humana, y por ello el sentido último de las cosas en general, no puede remontar, hacia atrás, la experiencia somatosensoria y sensoriometabólica de la neurología individual: que el fundamento basal de la experiencia humana se ubica, en realidad, sobre una suerte de vacío más allá del cual, sencillamente, no hay nada. Y parecería que este hecho habría de tener un signficado crucial para una comprensión más cabal de nostoros mismos en tanto antropos.
En primer lugar, significativo es el hecho de que la vacuidad neurológica de la que partimos como seres corporales singulares, solo tiene en última instancia al otro perteneciente y la interactuación socioafectiva en general como fuente real de todo sentido posible. Y, en segundo lugar, es asismismo necesario concebir la experiencia antroplógica en general determinada por dichas circunstancias neurológicas, en tanto que la división entre dos ambitos distintos -entre la parte somatosensorial, presconsciente frente a la conciencia reconsitituida del individuo-, se plasma estructuralmente en una cultura humana universal configurándose en dos niveles, el que consta primero de un plano de carácter sociometabólico de interactuación fisiológico-corporal directa entre personas en el espacio y el tiempo; pero este plano primero contribuye a crear depués estucturas culturales mayores y agregados, como grandes sistemas de integración fisiológica de los indiviudos a través del la creación, mantemimiento y evoloución de semióticas culturales particulares: toda lengua natural es, en este sentido, un ejemplo de un sistema de integración sociofisiológica; las intituciones religiosas, el dinero o la misma sociedad de consumo, son asimismo otros tantos ejemplos.
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El libro desarrolla una comprensión de los sistemas complejos en su aplicación a la evolución no solo biológica humana sino respecto la interacción de ésta con la cultura; la obra reclama, por tanto, un enfoque, en realidad, biosocial respecto de los seres humanos, pues no se puede separar la vertiente colectiva del individual. Es decir, la biología no se puede concebir respecto elementos exclusivamente singulares, ni los procesos culturales pueden extrapolarse de la biología, puesto que el edificio grupal, después cultural, se asienta sobre estructuras fisiológicas firmes de tipo sociocorporal de manera muy parecido a como esto mismo se describe en el mundo animal (Konrad Lorenz).

Un estudio sobre el paso de lo ritual más primario a la consititución mitológico-religiosa, y la parcial superación contemporánea de ésta. Pero centra todo desde el inicio cultural humano sobre el grupo, circunstancia que no ha cambiado en el fondo nunca, sino que la parte racional y epistémica de la cultura agraria se ha escondido siempre de este hecho latante (que es, al menos parcialmente, la función última de la religion formal y monoteísta). Pero en el fondo toda insititución cultural se debe a este sustrato sociofisiológico grupal y claramente universal; parecería incluso que la misma congnición humana -que se culmina tan solo en la exigencia en realidad del colectivo- tampoco puede separarse de este misma condición primaria, antesala de la razón en sí humana.
Así, se trata del reto en verdad sobrehumano de que el hombre pueda acarrear racionalmente su propio relación ambivalente con la violencia, cuando tanto lo ritual, primero, y después lo mitico-religioso, hubieran servido a la cultura siempre para externalizar, siempre reificar la violencia en otra persona, objeto, o lógica abstracta sustitutivos; pero precisamente el dispositivo fisiológico y sociocoroporal que subyace a la fundación y sostenimiento de los grupos humanos orginales, es el mismo que sustenta ni más ni menos la cognición humana en tanto sociorracionalidad: la imposibilidad por parte de los seres humanos de aceptar el horror que supone encarar su deuda existencial con la violencia, como su propia imposición vital que rige lo colectivo (que se sujeta originalmente en la víctima propiciatoria), se debe quizás al problema de que, más allá de los sentidos sensoriales de cada uno, no hay nada; que la conciencia humana no puede remontar en ningún caso su propia experiencia somatosensoria y sensoriometabólica, lo que obliga -una vez más y siempre- al juego de los cuerpos pertenecientes como único dispositivo disponible para asegurar la continuación en el teimpoespacio del grupo: la fuente de sentido último nos la tenemos que proporcionar a nostoros mismos, a falta de otra.
Por todo ello pudiera proponerse el dolor como críptico sostén de la posibilidad sociorracional humana pues tal es la intensidad con la que la cultura universal -la misma racionalidad postivista contemporánea inculuida- siempre se ha ocultado su propio modus operandi sacrificial que, para sostenerse en el tiempo, necesita fortificarse en la consumación vital del otro. Pero el que esta circunstancia siga vigente en el mundo contemporáneo a través, sobre todo, de los exmpla humanos que nos proporciona los medios de comunicación, la televisión y el cine, no supone, en realidad, ningún tipo de cambio profundo: la misma exigencia de efecto inoculador para el individuo en la exposción periodística y mediática a la violencia del mundo, no es más que una viritualización del trauma sacrificial original, que convertimos nosotros en experiencia estríctamente sensoriometabólica, más alla -para la mayoría de las personas y la mayoría las veces- del plano sociocorporal en sí; porque sigue efectuándose la misma operación sustitutoria, ahora en forma exclusivamente fisiológica y sensoriometabólica, si bien el hecho real de nuestra dependencia digamos estructural en la violencia misma, sigue imperando, y sigue, como siempre, ocultándose a nuestra comprensión racional, unas veces porque se externaliza en lo mítico-religioso, o bien se recluye en la parte estrictamente fisiológica y pre-consciente de nuestra forma sensoriometabólica de experimentar la realidad (o en todo caso porque asumirlo es, efectivamente, un dolor psíquicamente insufrible).
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Quedamos al fin obligados a reconocer la realidad técnica y de carácter simplemente esturctural de nuestro propio estar en el mundo, esto es, que el sentido último no pertenece nunca al plano regido y estrictamente fisiológico-corporal del individuo en el espaciotiempo de su propia percpeción, sino que son los grupos desde siempre que han de sujetar a los individuos mediante multiples dispositivos de integración fisiosemiótica, pero basados todos ellos, al final, en el juego opróbico de la pertenencia; juego al que se accede solo y exclusivamente a través de la condición corporal, siendo el dispostivo más importante de todos ellos, universalmente, ni más ni menos que la personalidad sociorracional de todo individuo socializado.
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