La figura histórica de Jesús frente a Cristo

Cristo crucifiado de Velázquez

Tema de la denigración de la cultura judía de la época (la helénica) para resaltar y purificar la imagen de Cristo que ha conducido a grandes daños históricos posteriores: tesis que sostiene Fernando Bermejo Rubio en La invención de Jesús de Nazaret: Historia, ficción y historigrafía (2018).

Pero el cristianismo en tanto sus preceptos lógicos se basa también en la denigración de nuestra entidad corporal sensorio-emotiva: es justamente de esta condición «inmunda» y mortal (la del pecado) que nos salva Cristo. La paradoja que está en el seno del cristianismo radica en la compensación icónica y sensorio-visceral a través de la obligatoria -además de permanente- contemplación de la aflicción del cuerpo humano crucificado. Con lo que la causalidad lógica cristiana queda crípticamente negada por nuestra vivencia vicaria de la agonía del cuerpo humano crucificado; contemplación de la que como cristianos jamás nos libramos pues es la clave para el efecto en última instancia empático que está en la base del cristianismo y como una críptica -o sea, no explicita ni lógicamente considerada- aceptación tolerante respecto nuestra corporeidad y, por extensión, la de los demás (con todas las salvedades históricas que se quiera respecto los cuerpos culturalmente ajenos de otros grupos y poblaciones coloniales o pertenecientes a otros credos).

La figura de Jesús surge originalmente de un contexto de periferia cultural, frente a las ciudades de la Judea ocupada por el Imperio romano. El «estilo de vida mesiánico-guerrero»1 es algo que acaba cumpliendo cierta funciona alimentaria respecto las cuidades, pues dicho contexto histórico dio lugar a zonas rurales desérticas donde pudieron sostenerse estos mesías-guerreros al estilo del rey David para así crear una tensión político-militar sin duda de lo más electrizante para, en úlitma instancia, la vida en la ciudad que, a través de rumores e informes, se enteraría del caos «terrorista» más alla de sus murallas; pero para cuyas habitantes, sin embargo y sabiendo que ocurría de forma muy lejana, acabaría surtiendo un efecto en realdidad reconfortante, muy parecido fisiológicamente al efecto relajante para el cuerpo que produce el sonido de la lluvia sobre el tejado bajo el que uno habita2 .

Pero claro, el argumento de Bermejo Rubio (y otros como Marvin Harris) es que una figura de Jesús más guerrero mesiánico que principe de la paz, no servía finalmente a los habitantes de las ciudadas romanas. De ahí que se produzca por medio de las cartas de Pablo de Tarso y en los mismos Evangelios una cierta transformación deificadora posterior que, crucialmente, se arroga para sí la supremacía universal de la víctima de la violencia, conviertiendose en un poderío de violencia moral, ese que le asiste siempre a toda víctima. Y esta imaginería mesiánica sí que funciona muy bien dentro de contextos urbanos que fisiológica y metabólicamente se vivifican en la contemplación de la violencia desde, sobre todo, una perspectiva mortificadora de la víctima.

Es decir, que lo que faculta el cristianismo es poder relacionarnos con la violencia y beneficiarnos de una permanente mortificación respecto de ella. De esto precisamente proviene la gran potencial compasiva que tiene el cristianismo para con el sufrimiento humano, y en particular en su variante católica que es la que más se adhiere a una vivencia sensoriometablólica de la agonía de Cristo a través de la experiencia estética; una experiencia que la variante protestante apenas admite, aunque sí como imaginería “intelectual” pero no en su forma visualmente gráfica.

Pero que sea una incongruencia desde un punto de vista lógica no debe oscurecer el problema real que subyace aquí: que nos hemos de abrazar a nuestra propia violencia, puesto que da vida como imposición humana, pero excluirla de nuestro trato con los demás, y dado el gran poder que tiene de causar destrucción, dolor y afligimiento; que el poder acercarnos a ella pero sin destruir ni afligir a los otros, redunda en una mayor tolerancia hacia los demás lo que, finalmente y de forma especular, eleva la categoría moral y humano de, simplemente, el yo psíquico. Pues parece insoslayable relaciónar el hecho de que es el cristianismo de occidente lo que daría alas a la aparición histórica del individualidad contemporánea, cuyo origen se remontaría a finales de la edad media europea y lo que se considera, a partir del Renacimiento-Ilustración, producto asismismo occidental, inicialmente.

De manera que no parece retener tanta relevancia el hecho de Cristo, en comparación con el más histórico Jesús, sea una patraña tal y como lo explica con gran contundencia intelectual Fernando Bermejo Rubio. Porque una constante que sí que une la figura más históricamente plausible de Jesús (mesiánico guerrero, antirromano y apocalíptico) con Cristo en tanto cósmico y adulterado «príncipe de la paz», sería esta relación permanente con la violencia: en un caso de tipo corporal sobre un plano físico-político compuesto de espacios rurales desérticos articulados por centros urbanos de poder político-militar y financiero (ocupados, además, por el Imperio romano); y un segundo históricamente posterior mucho más urbano y bajo un monopolio explícito y tajante de la violencia solo de parte exclusiva del estado romano. Pero subsiste la violencia como dosificación homeopática, en este segundo contexto, de la única forma posible, esto es, por medio de cierta violencia “moral” y en la vivificación estética.

Se trata de una forma práctica de «llavarnos con nostoros» la violencia en forma de imágenes, pero sin que sea estructuralmente necesaria -o que lo sea menos con menos frecuencia- la violencia real, pues ya está operando culturalmente como un acervo de imagenes catárticas que nos obligan de forma constante a «encararnos» con la violencia en forma de sufrimiento humano: he aquí la gran «jugada» del cristianismo pues se vale de una fisiología de las imágenes (mentales sobre todo, pero tambien de caracter plástico) para alimentar vivificando la permanente reconstitucion de lo sociorracional.

Aunque, claro está, respecto del problema del sostenimiento sedentario, nunca ha sido suficiente pero sí muy importante para la elevación psíquico-ética de los seres humanos. De hecho, ha sido siempre necesario abrir, de nuevo y constantemente (como atestigua la historia contemporánea), espacios periféricos de violencia más encrudecida -las perenne experiencias coloniales que, bien mirado, enhebran la historia universal humana-; si bien, con la llegada de la imprenta, los grabados, la imagen fotográfica y el fotoperiodismo, se ha podido rentablizar de forma mucho más eficiente, desde una óptica sistémica, la violencia homeopática para que sensoriometabolicamente surta su efecto nuevamente vivificador.

Y sobre esta base de mortificación sensoria, y en conjunción con el aserto dogmático cristiano de nuestra «contaminación» inherente por el pecado y la mortalidad en sí (justo aquello de lo que nos salva la muerte de Cristo, según la lógica cristiana ), se establece una posicion epistémica impermeable a la refutación lógica pero que, con con el tiempo, ha permitido el desarrollo cultural-intelectual particularmente occidental, ese que, en ultima instancia, hubiera de desembocar allá por los primeros años del siglo XVI en los origenes de la ciencia contemporánea. Pero que dicha evoulción cultural-humana se basara en unos precpetos no sujetos a refutación no quita ni realidad ni valor a ese mismo desarrollo cultural. Y, además y como argumentamos, la fuerza más potente del cristianismo es la relación visceral y plástica que establece con la aflicción humana a través de la vivencia sensoriometabólica de su contemplación: esta vivificacion metabólica es para el sujeto homeostático perteneciente un verdadero alimento moral que nos obliga a humanizarnos de nuevo y una y otra vez, pues tal es el efecto que tiene sobre nostoros presenciar el sufrimiento y afliccion de nuestros congéneres.

Pero, respecto de la cuestión de en qué medida se debe la elevación ética occidental, pese a todo, al cristinaismo, no cabe sino entender que ha sido en mucho, y cuya alcaración racional nos pesa en tanto obligacion intelectual. Pues siempre ha estado presente el cristianismo sobre el plano histórico-político contemporáneo como al menos un disponible ideal no violento al que aspirar; también parecería dificil concebir la aparición histórica de algo así como los derechos humanos sin haber pasado primero por las antropologías cristianas.

Y, sin embargo, nunca ha sido suficiente lo que obliga a escrutinar otros fenónemos compañeros de lo sedentario (como la ocupacion colonial, el terrorismo, la guerra misma o cierta sublimación estética de la violencia) de una manera similar, esto es, como fuerzas de, en realidad, reconstitución sociorracional a través, revulsivamente, de la zozobra metabólica de la violencia y padecimientos humanos contemplados. Y, parece asimimso lógico y previsible que la religión en general (y con su innegable importancia epistémica) fuera con el tiempo reduciéndose como fuerza cultural, puesto que con el desarrollo técnologo de comunicacion ya no resulta necesario enhebrar dogmas conceptuales de credo con opotrunidades ritualistas de vivificación sensoriometabólica de función mortificadora, pues los cuaces de “información” ya nos hacen entrega de este tipo de zozobra como, en realidad, un estructuralmente necesario alimento sensoriometabólico:

Soweto, Sudáfrica el16 de junio de 1976. Imagen mundialmente famosa en su día captada por Sam Nizma.

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1Término que utiliza Marvin Harris en los capítulos títulados “Mesías” y “El secreto del Príncipe de la paz” en su libro Vacas, cerdos, guerras y brujas. Los enigams de la cultura (1975). Pues a falta de otras formas institucionales de vivificación metabólica al servicio del sostenimiento sedentario, el contexto histórico de la Judea ocupada por los romanos acabaría dependiendo -o de esta manera al menos podría entenderse- de la intermitente (pero asimismo constante) aparición de guerrilleros mesiánicos davídicos que, parapetándose en las zonas rurales, desérticas y menos densamente pobladas, llevaban a cabo compañas de liberación regiomesiánica contra la ocupación romana. Pero desde la óptica del poder romano y sus aliados de la élite judía urbana, dichos rebeldes solo podían calficarse de «subversivos» a los que había que crucificar de la forma más públicamente ostensible posible (eso que constituye el hipotetizado orgien histórico más plausble de Jesús el hombre). Pero un «estilo de vida» así, viviendo en los margénes del orden romano y contituyendo sin duda al mismo tiempo una presencia política de gran atracción para la población civil judía en general, acabaría acarreando sobre sí buena parte del peso del orden antropológco, a lomos de esta fuente intermitente -pero también constante- de fecunda zozobra política (que a la población judía seguramente atemorizaba al mismo tiempo que les electizaba, frente como siempre a una cotidianidad agraria, báscamente monótana, esencialmente inmóvil).

2Del inglés the rain-on-your-roof effect, proverbialmenete entendido como la gran facilidad que tienen las personas para conciliar el sueño cuando está lloviendo. Y esto por el hecho de que nuestras percepción sensoria (o sea, el cuerpo) está como entregada al recordatorio permanente de su propio amparo; una realidad percibida que no puede sino reconfortarnos, si bien no se trata de ninguna idea, noción o concepto sino acaso una «vivencia cognitiva» que no llega a formularse intelectualmente.