Una bidimensionalidad recobrada: Richard Sennet (e incluso Marcuse) contado al revés

...De esta manera, la máscara cumple con sus dos aspectos esenciales: ocultar mientras muestra.

El desdoblamiento saca a relucir la farsa existencial en la que el ser humano lleva inmerso desde la noche de los tiempos; una farsa que ha ido creciendo a través de los siglos y que llega hasta el otro día, cuando la máscara deja de tener valor, cuando alcanza su inutilidad y el mundo nos avisa de que algo grave va a ocurrirnos. Una señal que hay que aprender a interpretar en su totalidad.

Tal vez sea esta una de las razones por la que la vida nos ha obligado a llevar mascarilla, a ocultar parte de nuestro rostro y así volver otra vez a desdoblarnos en un juego atávico que nos lleva a recuperar nuestra autoconciencia perdida. En su obra “Las máscaras de Dios” (Atalanta), el mitólogo Joseph Campbell considera las distintas religiones como las diferentes máscaras con las que se cubren los arquetipos comunes.

Una vez despojada de su máscara, de su significante, el arquetipo pierde significado. Con estas cosas, el empleo de la mascarilla no solo nos protege de una pandemia, sino que también nos ayuda a recuperar el significado perdido de los símbolos que construyen nuestro relato racional.

Montero Gles, en El Pais, marzo del 2021

Que el «totalitarismo psicológico o de personalidad» (Sennet), o la «des-sublimación», y la «unidimensionalización» (ambos términos de Marcuse) pueden volver a recorrer inversamente el mismo camino por donde hubieran surgido; y la nueva densificación bien puede explicarse de esta forma narrativa o etnográfica a lo Campbell (que remite, seguramente y al final a Jung y sus arquetipos), ha de considerarse igualmente como una forma de des-intelctualización: una manera de regresión de un ámbito sociorracional estéril (que es lo que les ocurre, según el dilema de Spengler1, a toda sociorracionalidad que se aleje demasiado de su propia origen sensorio-emocional y corpóreo) que languidece, cayendo otra vez y por necesidad en una nueva tensión fisiológica nuevamente no intelectualizada.

Aunque existe también la posibilidad de describir esto siguiendo a Ortega y Gasset en lo que llamó el titubeo fatal2 en referencia al efecto sensorial que sobre nosotros tienen las figuras antropomorfas, pues parecen alternarse a nuestro modo de ver de forma constante entre una ilusión humana creíble para nosotros, por una parte -a ratos-, frente a la convicción visceral también por nosotros padecida de su calidad claramente engañosa. Y según Ortega, serían nuestra naturaleza más sensoria y no mediatizada por la cognición intelectual (esto que es, al decir del autor, patrimonio de todos, pero preferido sobre todo por el vulgo) el factor decisivo que explica nuestro gusto -verdadero deleite-por el juego sensorio de los muñecos, los maniquíes y las figuras de cera (que son, en la tradición hispanocatólica, por ejemplo, típicamente religiosos) o, en general y por extensión, las máscaras.

Pero la fuerza real de esta posibilidad de titilación sensoriometabólica a la que es susceptible el sujeto perceptor, la constituye la referencia directa sonsorio-moral (respecto de la calidad antropomorfa, sobre todo la cara), pues surte en nosotros el perenne efecto de una interpelación también moral en tanto los individuos pertenecientes que somos y quienes vivimos, además, en la también perpetua angustia de nuestra propia defenestración anticipada (porque, evidentemente, como corporeidades singularmente físicas, singularmente emocionales, no pertenecemos ni perteneceremos jamás de forma completa).

Mientras tanto nos abastecemos de esta gran ilusión que incorpora para sí la antropología sedentaria a su misma centralidad tempo-estructural que es la duda permanente, nunca del todo aclarada definitivamente, de que si somos en realidad uno de los nuestros o no. Pero como habrán tenido lugar de comprobar a lo largo de una vida cualquiera, el poder anulador de esta duda (porque es una fuerza en verdad fisiológica independiente e interior a nosotros) es -o puede llegar a ser- asombrosamente analgésico y hasta sedante en relación con las circunstancias reales que nos rodean.

Esto quiere decir asimismo que la «re-densificación» de la pisque antropológica supone una fisiología de nuevo desbocada, o al menos no tan sujeta a ninguna conceptualización de valencia socioopróbica; que a su vez quiere decir también que la des-sublimación marcusiana original supone también una merma fisiológica en tanto que predomina la valencia socioopróbica y elquedirán -como fondo real y universal de toda doxa-, lo que surte el efecto final de petrificar la experiencia fisiológica (como solera central y articuladora de aquella experiencia antropológica que se entiende como, en general y en todas partes que se dé, puritana).

¡Bienvenida sea pues la vuelta tonificante y vivificadora de la ambigüedad!

(Al menos eso)

_______________________________

1 Que la civilización no puede ir por mucho tiempo más allá de, enajenado resepcto a, su propia fisología corpórea primaria y subyacente: el sino por tanto natural de toda civilización según Spengler y los ejemplos históricos que trae a colación, es la pérdida se su propia digamos fogosidad vital -como si de un organismo vivo se tratara- debido a esta contradicción inherente al mismo desarrollo cultural sedentario. En La decadencia de Occidente (1918), tomo II, cáp. 3, sección titulada “Alma de la cuidad”.

2 En La deshumanizacion del arte (1925)