
Es que los relatos facultan la imposición humana, sean éstos fantásticos o empíricos, pues solo tienen sentido pasando por el tamiz de lo sociorracional y consabido: en el caso de los relatos fantásticos-espirituales porque no pueden contradecirse; y en referencia a lo empírico, porque se simplifica el campo de lo verificable y se somete a una sociorracionalidad técnica de una comunidad docta especializada.
Pero en ambos casos queda recortada la experiencia misma para que de ello pueda servirse el grupo; y en ambos casos se trata igualmente de convenciones regidas por un colectivo, de constructos culturales que se hacen funcionales precisamente porque limiten definiendo lo consabido.
Es decir, tanto en un caso como en el otro quedan grandes territorios periféricos más allá del espacio sociorracional que permanecen impermeables, por lo general, al pensamiento conceptuado humano (puesto que la esencia de lo racional implica siempre un estrechamiento vivencial de lo perceptible).
Pero del territorio siempre renovado de lo desconocido e incógnito que aparece al albur de cada nueva reconstitución de lo real, también nos auxiliamos frente a lo inmóvil. En cuanto la viabilidad sedentaria, lo consabido de esta forma establecido crea un marco también de carácter metabólico -respecto el pensamiento mismo y la autocomprensión sociomoral del individuo- que sería el locus efectivo de la integración fisioantropológica, proceso o quehacer base de lo sedentario, tal y como nosotros proponemos.
Pero esta definición como demarcación fisiosemiótica de naturaleza socionormativa (pues que de ello depende lo sociorracional) supone asimismo facultar tanto la transgresión, en uno u otro grado, como también la posibilidad de ir intelectual y epistémicamente más allá de lo culturalmente consabido, siendo ambas cosas fuerzas en verdad imprescindibles para, en última instancia, auxiliar la inmovilidad sedentaria.
Pero los relatos, sean estos más -o bien menos- sustanciados por la realidad empírica (o al revés, más fantásticos que empíricos), siempre que adquieran relevancia y normatividad colectivas, son el medio efectivo de lo sociorracional y aquello que, sobre el locus de la pertenencia sociohomeostática, queda a disposición del individuo como medio de su integración al colectivo a través de su propio yo racional y socio-identitario.
E imprescindible para que los relatos puedan servir en este sentido estructural a los grupos humanos es que 1): no puedan fácilmente contradecirse; y 2) que mantengan cierta relación con la autoridad de lo empíricamente observable y medible. Pues a partir de estos dos puntos o coordinadas, se puede clasificar todo tipo de lógica, tanto de naturaleza espiritual y mítica, como la axiológica, como asimismo la técnico-científica. Aunque a todos nosotros nos convendría recordar que cada uno de estas clases de relatos se relacionan de manera directa -aun en el caso de los relatos científicos- con cómo se relacionan lo cuerpos copertenecientes entre sí y frente a la inmovilidad sedentaria.
¡La viabilidad tempoestructural de lo sedentario se basa en ello!
Y es que la función primordial de lo epistémico en general, que para los grupos humanos antropológicos originales servía como una especie de traje (o armadura) metabólico en el que embutir el cuerpo singular culturalmente perteneciente, no pierde completamente dicha función ni en cuanto a las verdades de carácter más técnico (respecto, por ejemplo, la química o la física). Pues precisamente al grupo y su continuación en tiempo siempre ha servido -sirve aun- «la verdad».
Porque precisamente en la verdad, una vez que un colectivo identitario, cultural o técnico-profesional la determina y se acaba adhiriendo a ella, caben, por fin, todos los cuerpos presentes sobre el mismo locus de pertenencia: por eso sería, pienso, el por qué vivmos en la zozobra permanente, como cuerpos singulares desamparados, por saber obsesivamente y en todo momento cuál sea.
Y es que no habría nada más fisiológicamente espantosa para el cuerpo humano que el conocimiento visceral de nuestra propia defenestración potencial respecto del grupo, eso que implica el desconocer, ignorar o equivocarnos y mal interpretar, lo verdadero.
Que la verdad es siempre, en ultima instancia, un constructo colectivo que, al definir limitando lo real, permite avanzar al grupo en su integridad como tal, entregando al individuo un medio de ejercitar su propia violencia (metabólica) como imposición personal vital, sin que se resquebraje la unión entre los muchos; que es también decir -inversamente- que es el grupo que se sirve del ímpetu vital por perdurar que solo conoce el cuerpo singular desamparado.
Aunque puede darse el caso de que la constitución de nuevas verdades como indagaciones nos lleve al callejón sin salida de una verdad constatada que desborda el marco socio-homeostático de lo antropológico en sí (esto que sería una forma de entender la cognición humana como, en realidad, un dispositivo a disposición del grupo que aquí hemos intentado esbozar); porque implicase, por ejemplo, la imposibilidad de la especie de continurar en el tiempo, o algo así de gordo o parecida envergadura.
Pero en ese caso, entonces, la verdad se convertiría -por necesidad- en mentira; la luz la habríamos de oscurecer y la palabra la tendríamos que derivar hacia otros asuntos. O sea, se trataría de otra de esas paradojas, que por otra parte no son nada nuevas, que requieren que falsifiquemos (ficcionalicemos) lo real para el verdadero bien colectivo.
Es decir, la verdad (ética) estaría en silenciar la verdad en sí, evitando que el colectivo tuviera que regirse por ella (y puesto que eso, precisamente, sería imposible); que es decir también que la verdad ética constituiría asmismo la verdadera salida pragmática.
Pero, con todo, dicho caso hipotético no dejaría de seguir una lógica aplastante, lo que nos llevaría a tener que valorar la vida en su vertiente much más metabólica, como el tiempo fisiológico colectivo en sí pero disasociándola del sentido racional que pudiera tener (es decir, que en tal caso no tendría ninguno más alla del tiempo en sí mismo).
Aunque lo sedentario no puede erigirse solamente sobre el solpsismo, claro está.
La verdad como orden semiótico sería, entonces, simplemente, un pretexto para seguir adelante en la vivencia sobre todo metabólica del tiempo humano colectivo, auxiliándonos -posiblemente- en la idea solo postulada (pero con indicios muy serios de su realidad) de un ente regidor a cargo de la gestión terráquea de esto que estamos viviendo que nadie entiende, salvo quizá, por el hecho bastante constatado de cierta ausencia, precisamente, de sentido.
Porque eso, de poder aferrarnos a ello como una idea factible aunque no confirmada, permitiría que pudieramos convertir el no saber en una forma de esperanza, aunque mínima (pues la asunción de dicha convicción implicaría dar por sentado una agencia técnica ajena e indpendiente, y por tanto imprevisible, que muy probablmente se afanaría en esconder sus verdaderas intenciones respecto el desenlace del presente, o siquiera respecto la naturaleza técnica del problema que lo condiciona).
O cabe seguir como estamos y sin enterarnos de mucho, que eso también.
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