La energética sedentaria como relación intergeneracional (para quienes la han de ver así)

Un joven carga a una niña tras un ataque israelí en el sur de la franja de Gaza, SAID KHATIB (AFP) en El País, octubre, 2023

La zozobra sensoriometabólica en la que se desarrolla la personalidad individual se convierte en la argamasa fisiológico-neuroquímica que da vida renovada a la semiótica cultural de todo presente.

Porque la mortificación fisiológica y prerreflexiva en la que transcurre nuestra existencia, que solo se interrumpe esporádicamente por la focalización consciente (si bien esta alternancia entre un y otro ámbito cognitivo tiene lugar de manera asimismo incesante), puede entenderse como el verdadero motor de la estabilidad cultural, pero que se da de forma más intensa, lógicamente, respecto la nueva generación y cohorte socio-homeostático.

Y así, la verdadera fuerza del ser cultural se ubica, crípticamente, en el estar bisoño de las nuevas generaciones, si bien esta idea no trasciende como tal puesto que la semiótica culturalmente consolidada se debe a una evolución colectiva anterior pero ya generacionalmente asumida por los mayores.

Es decir, mientras todo lo que es de manera categorial y culturalmente ontológico y que se erige en el corpus en sí sociorracional (que constituye, además, buena parte de la voz interior nuestra en tanto conciencia socializada), puede entenderse como una suerte de trampantojo tentativo puesto que la secreta bomba de calor del presente es el estar especialmente bisoño de las nuevas generaciones, quienes, en el decurso de su propia integración sociorracional, interactúan con aquel atrezzo que el contexto cultural particular les ofrece, haciéndolo suyo en tanto su personalísima asunción del mismo.

Y así, no solo a día de hoy y respecto el mundo contemporáneo ha sobresalido la primacía de lo bisoño, sino que ha estado siempre ocupando el centro críptico de lo sedentario, alimentando de manera antagónica y en su calidad de afrenta, lo culturalmente consabido.

El dicho más o menos eclesiástico de que conviene que haya herejes apunta a esta idea de la necesidad que tiene lo consabido de la savia metabólica y fisiológico-neuroquímica de los recién llegados generacionales. Pero, lo que ocurre hoy en día es que se concede cierta voz y entidad semiótico-conceptual a lo juvenil, cuando tradicionalmente permanecía enmudecido como todo estar sensorio-homeostático, frente al ser posterior y sociorracional. Aunque, evidentemente, el equilibrio estructural que se establece entre lo bisoño sensoriometabólico y lo arcano cultural no muda en cuanto a su natural equilibrio y dependencia mutua por medio del antagonismo.

Por ejemplo: el ímpetu metabólico de los jóvenes como alimento estructural, encuentra su natural limitación (teóricamente) hoy en día, en el control implícito sobre el plano agregado financiero que ejercen -como grupo- las personas mayores a través la acumulación del poder económico y financiero a partir de toda una vida laboral-profesional.

Y, sin embargo, las vivificación metabólica de carácter particularmente intensa para los jóvenes, y que da vida, como si dijéramos, al orden semiótico preexistente (precisamente porque, implícitamente, lo pone en tela de juicio), no puede -no debe- vivirse de una misma manera repetida, como de segunda ronda, por parte de todo sujeto socio-homeostático veterano ya curtido en el bregar con su propia integración fisioantropológica (cosa que es, como argumentos, el quehacer básico que nos toca como sujetos homeostáticos sedentarios).

Pues se trata de un “conocimiento” visceral que, como sujetos sociales maduros ya hemos aprehendido de alguna manera; y que de manera estructuralmente conveniente por mor de nuestra mayor vivificación en última instancia colectiva, surge la duda moral (esto que es la fuerza quizá más vivificadora a nuestra disposición psíquica) de que deberíamos ya saber como los mayores que somos. Y por tanto no tendríamos derecho a intentar volver a vivir lo que se supone ya llevamos asumido.

Y puesto que nuestra posición estructural y jerárquica implica, generalmente, una mayor destreza racional respecto a nuestra propia emotividad, no deberíamos -no tenemos derecho a-vivir los acontecimientos de la misma manera que ellos: y que, por último, se erige la cuestión de si no estamos, como lo mayores que somos, moralmente obligados a que el mundo no se siga viviendo de forma imberbe la contingencia de su propio tiempo biológico, y puesto que todo esto ya lo hemos experimentado.

O al menos podemos ahora plantear la cuestión estructural de cierto equilibrio entre el derecho inherente a toda existencia socio-homeostática a desarrollarse en la vivificación de su propia bisoñez, frente a la imperativa de mayor circunspección psicólógica a que nos obliga la madurez. Pues la mecánica del tiempo humano sedentario depende de esta relación entre las generaciones que es clave, por otra parte, para fijar las grandes líneas arquitectónicas del gasto metabólico agregado según las circunstancias de cualquier época histórica determinada.

(Para los que han de verlo así, quiero decir)

Pero con esto llegamos al punto más importante, el de tener que reconocer la lógica bien sólida que tiene la noción de extraer la trayectoria existencial de la especie biológica en sí del ardor sociohomeostático de ninguna generación históricamente particular. Pues se trata de poder sortear, precisamente, la socio-homeostasis humana que es el motor de la cultura humana a partir de la misma cognición nuestra, para así proteger la posibilidad fisiológica a la vida para las siguientes generaciones.

De hecho y mirando con lupa la historia contemporánea, parece casi ilusorio pensar que esto no hubiera ya tenido lugar y que nuestra historia planetaria a partir de la segunda guerra mundial (y muy particularmente a partir de la década de los 60) no hubiera constituido un muestrario, precisamente, del tiempo humano orquestado ya de forma suprahomeostática.

Que si no, perecería que la supervivencia humana hasta el día de hoy hubiera sido de puro chiripa, una carambola inexplicable, dado lo que conocemos de nuestra propia naturaleza.

Evidentemente, el plano sociohomeostático humano y terráqueo no puede entenderse como asegurado sino hasta que se aparte el ímpeto vital humano como especie de las consecuencias más sistémicas de esa misma imposición humana.

Como cuando te piden que te refrenes por tú bien -ese “por su seguridad” que dicen-.

Pues aquí lo mismo.