
Es descriptivamente cierto que la cognición humana a partir de nuestra experiencia corporal muestra la función performativa de ubicar al centro del seno colectivo la homeostasis individual en tanto todo ser socializado se encuentra trenzando electro y neuroquímicamente (de forma principalmente subcortical y como cuerpo perteneciente) con lo moralmente consabido del grupo cultural. Esto quiere decir que el drama de nuestra propia disonancia como cuerpos singulares que se amparan, sin embargo, en la unión de los nuestros, funciona a partir del conjunto de nuestras respuestas sensoriometabolicas y pulsiones más íntimas (homeostáticas), tanto en la necesidad de protegernos a través de la conformidad como también en el alzarnos en algún grado de rebeldía y transgresión: en cierto sentido, todos estos fenómenos fisiológicos, electro y neuroquímicos de nuestra propia intimidad se desarrollan de alguna manera en función siempre de los otros.
Una disonancia vital que es nuestra verdadera condición de ser y que, aunque vivimos obligados a una fisiología de su superación a través de la coherencia sociorracional (del grupo cultural de pertenencia que corresponda, que se artricula en función de su racionalidad particular, donde sí que caben todos los cuerpos físicos), es, desde una óptica compleja, una especie de punto de fuga que está evolutivamente configurado para no superarse nunca: pues los grupos humanos dependen, precisamente, de la tensión a la que obligan los contextos antropológicos pero cuya lógica estructural extra o suprahomeostática desborda, en realidad, nuestro raciocinio: tensión en y de por sí que no debe resolverse nunca desde una óptica agregada y temporal (pero que va renovándose, eso sí, a partir de la bisoñez de toda generación nueva).
El porqué de la consciencia resulta entenderse a partir de la conversión de la limitación física humana en baza ventajosa para la supervivencia colectiva (es decir, evolutivamente hablando, la única supervivencia que hay). Pues a partir de la limitación-delimitación física, requisito por otra parte obligatorio para poder acceder a la pertencia socio-homeostática (pues nuestro cuerpo es precisamente eso que apostamos cada uno), la conciencia-razón humana permite postular verdades de función claramente performativa en el sentido aquí desarrollado a partir de espacios abstractos no sujetos a la contradicción lógica: es decir, en esos espacios no materiales que después adquieren carácter normativo común, caben todos los cuerpos pertenecientes; pertenencia que a partir de la imbricación electro y neuroquímica, de carácter seguramente en gran medida subcortical, permite recrear de forma virtual el locus –ahora moral y sociorracional—de la pertenencia identitaria y cultural.
De esta manera decimos que los grupos brindan a los sujetos homeostáticos contextos de sentido ya culturalmente configurado para que estos se inserten, sobre todo físicamente, en el tiempo, en realidad colectivo, de su propio decurso vital singular. Así que diríamos que nos valemos cada uno de la coerción que en cierto sentido supone el sentido antropológico de los nuestros, para entrar a jugar el periplo de nuestra propia individualidad, pues que a cambio de dicha coerción nos abre lo real para nuestro mayor gozo vital y socio-homeostático a partir, sobre todo, de un motor moral que tenemos -que nos hemos incorporado—al centro de nuestra misma personalidad socializada.
De tal forma que pudiera etender mi propia vivencia consciente del yo como, en realidad, un requisito estructural que impone nuestra comprensión moral de nosotros mismos como insturmentalización de la homeostasis biológica con el fin de crear una especie de virtualidad moral paralela, de alguna manera, al plano físico colectivo y corporal. La consciencia entendida en tanto que función, es aquello que blinda los cuerpos pertenecientes frente al mundo exogrupal; y como se basa en la homeostasis individual, supone asismismo el traslado -o incorporación– de la mayor capacidad de imposición vital que solo puede conocer un cuerpo singular desamparado, al seno virtual (electro y neuro-metabólico) del grupo cultural.
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Anotaciones posteriores
(24sep25) La consciencia sería el aparato o dispositivo que: 1)Aparece como producto del ascenso límbico-cortical que es la piedra angular de la psique y, por extensón, de toda pragmática antropológica real; 2)Funciona para virtualizar el plano homeostático cultural, esto es, convertir un locus homeostático de la pertencia identitario-cultural de carácter físico y estrictamente proxémico en un entorno neuroquímico mucho menos dependiente de ninguna condición directamente física; de este segundo punto, por ejemplo, se ha valido sin duda la experiencia agrourbana histórica para estabilizarse en el tiempo, si bien esto sería patrimonio operatvio, en realidad, de todo grupo humano que hubiera existido nunca y a partir de unos antecedentes orginalmente del mundo animal.