Sobre el concepto de «credo científico» y el marco naranja

Portada discográfica originalmente del año 1971

¿Qué pasa con esa “radical desmitificación de lo vivo” en que incurriera Nietzsche según Sanfranski1? ¿Por qué es tan peligrosa la desmitificación? Pues porque es a través de la mitificación que se produce la fase o estrato más importante de la integración fisioantropológica del individuo: lo mítico sirve para la consecución del confort del arraigo existencial mismo, pues al sujeto epistémico se le proporciona una vía de regreso del ser al confort del estar (lo que, por tanto, no puede ser de naturaleza racional o razonada pues eso solo se da en el ser, esto es, después y a partir de, el estar).

Así el confort visceral del saber mítico radica precisamente en su aspecto no analítico: crea algo así como un marco existencial que si bien se puede analizar, su poder efectivo como impronta sobre nosotros es lo que primeramente nos envuelve en el manto protector de sentido se diría corporal y que solo posteriormente podemos desmenuzar como concepto. Con lo que lo mítico se podría también entender como contrapartida equilibradora respecto el horizonte epistémico que la experiencia sedentaria no tiene más remedio que desarrollar.

O sería también decir que lo mítico, en este contexto secundario del ser sedentario y epistémico, entra a formar parte de otra titilante relación más, ahora como vía de regreso del ser al estar socio-homeostático más preconsciente y subcortical. Y así, sería entender el locus, que se sirve evolutivamente del logos para parapetarse frente a lo exogrupal, como la parte jerárquicamente superior que nos insta después y como los desplazados lógicos y racionales que somos en tanto sujetos sociorracionales, a volver al manto protector corporal original que son -desde la urgencia visceral de nuestros cuerpos– los nuestros, es decir, nuestros compañeros homeostáticos orginales e identitarios en donde naciera alguna vez evolutivamente el primer porqué de la necesidad de nuestra propia identidad sociorracional, respecto de un idioma y un sentir culturalmente particular.

Surge el ser (en el sentido que yo lo estoy empleando frente al estar) históricamente para ubicar la homeostasis singular de todo individuo al centro mismo del grupo cultural. Ésta sería la función performativa de lo racional que, aunque se basa en unas dicotomías sensorio-corporales (universales, en principio), solo toma una forma culturalmente específica; es decir, análogamente con el lenguaje, por ejemplo, la misma racionalidad humana también habría que entenderse como artefacto cultural que está de esta misma manera dependiente de una experiencia cultural específica.

Pero el ser supone asimismo una forma de expulsión del cuerpo -transitorio, eso sí- respecto del estar subcortical: el ser es una alienación respecto del cuerpo que sirve como traje sociorracional y electro-neurofisiológico cuyo propósito es amparar el mismo estar; pero dicha alienación protector que es el ser solo lo puede posibilitar un grupo.

El ser -o sea lo racional y la reflexión subjetiva en sí- se inicia en la misma expulsión física que transitoriamente supone el “volverse en sí” y focalizar toda vivencia reflexiva del yo: pues que cuando soy ya no puedo estar en el mismo punto en el tiempo, sino que solo vendrá un nuevo estar allende este momento preciso de mi reflexión. Es decir, el ser debe entenderse como una estrategia evolutiva que somos hoy en día capaces de formular a través de la idea del cerebro automático, aunque la neurología actual no se atreve aún a una contemplación pública de las consecucencias antropológicas y estructurales de su propia visión científica estándar actual sobre este tema.

El ser es, pues, una forma de desmitificación que precisa de lo mítico para volver digamos al cobijo de la integración con el estar (y con la propia complejidad tempo-estructural que fundamenta nuestra propia vivencia contingente del yo). Una desmitificación “radical” del yo sería, por tanto, el seguir adelante intentando negar este hecho de la existencia de lo complejo a partir, precisamente, de la naturaleza bipartita de nuestra cognición y lo que este hecho significa para el tiempo sedentario.

[Correcto ]

-Hombre, que esto reafirma el modelo “Divino” de rección suprahomeostática como si fuese un credo.

[Correcto. Porque su modo operativo lo es, si bien el sujeto puede acarrear perfectamente con el meta conocimiento de este mecanismo (pues eso no obsta a que siga de hecho funcionado como un credo en tanto no se puede ni confirmar ni invalidar, pese a su realidad)]

-O sea, en tanto que el ser, que procede de un estar anterior y que está asimismo inexorablmente obligado a disolverse en el siguiente estar, no puede salirse realmente de este bucle, sería de una lógica cristalina que se encargase del tiempo intergeneracional una entidad que no estuviera sometido de esta manera.

[Correcto: porque al poder distanciarse de todo tipo de relevancia socio-homeostática -esto quiere decir respecto de la consecuencias de los actos propios que ya no se registran públicamente como tales de ninguna manera-, el plano moral (y también ética) en que opera dicha entidad se eleva por encima del espacio socio-homeostático terrícola (es decir, por encima del bien y del mal que, no obstante, siguen desde luego en vigor para los demás); porque en esto radica (pese a toda la asombrosa capacidad técnica que habrá de suponerse) la importancia política del asunto: en que el poder real es fácticamente asumido en su ejercicio más allá de todo tipo de competidor que, en esto caso, no es siquiera concebible.

Es decir, sería (es) una forma de poder inédito en la historia humana en tanto que su rección técnica no admite siquiera voloración, ni mucho menos rivalidad de ninguna clase ni en ningún momento. Por eso el término «rección» probablmente sea el más acertado, irrespecto de lo que unos u otros, ni tu ni yo, opinen ni opinemos. Pues niguna forma humana de gobierno histórico ha podido pasar de esta manera de una administración del poder a un verdadero ejercicio de responsibilidad técnica respecto de la especie y su tiempo (salvo a través de las narrativas mitológicos-relgiososas que aquí, en este asunto, no tienen niguna relevancia en un sentido suprahomeostática; pues tratamos del asunto de un dispostivo “de credo”, pero no de ninguna metafísica espiritual)]

-Pero ¿qué pasa con la libertad humana? ¿Sigo siendo libre o no?

[Te planteo el siguiente ejemplo hipotético: si te fuera otorgada solo una forma de poder sobre otras personas ¿qué elegirías, el poder de leer la mente de otro o el control sobre su misma homeostasis biológica como organismo? En términos estrictamente de dominio, con poder dirigir la homeostasis de los seres humanos no haría falta leer sus pensamientos puesto que el poder incidir sobre su emotividad y neuroquímica significa la capacidad de modelar sus mismos pensamientos antes de que estos aparezcan en la mente consciente del individuo. Y así contesto a tu pregunta: ¿cómo sabrías que no fueran en verdad tuyos tus propios pensamientos? ¿Qué manera habría de entender que no fueran tuyas tus propias emociones, puesto que proceden de tu mismo organismo? Es decir, sigues siendo libre en tu propia vivencia del yo. Y si entiendes la racionalidad siguiendo los planteamientos de la neurociencia actual, ya sabes que tu cerebro automático va -ha ido siempre- a unos pasos por delante de tu mente consciente; o sea, como «logos» nunca has tenido la libertad que siempre hemos dado por sentado sino que la base de la cognición humana, y anclaje a su vez del tiempo antropológico en sí, es, en realidad, el «locus» sociohomeostático de toda pertenencia cultural de donde surge la necesidad primaria de que seamos individuos: pero el que el «logos» sea un complemento evolutivo (harto importante, eso sí) de la experiencia corporal sociohomeostática y no la pieza superior jerárquica de nuestra cognición, no ha tenido nunca como idea la respetabilidad que merece.]

-Pero, ¿qué ocurre ahora que sé -o que me es lícito sospechar, según dices tú- que mis propios pensamientos pueden no ser siempre míos sino que, en realidad, pueden surgir en mí a partir no solo de mi vivencia corporal de la realidad sino a partir de la manipulación de terceros, quienes según tú son otros seres humanos (y, como no tengo forma independiente de comprobarlo, tendré que creerte); con lo que mi emotividad y estado digamos neuroquímico -o sea, eso que me fundamenta como persona después racional y mis posteriores actos respecto a los demás- surgen dentro de mí en función, en realidad, de otros designios en principio ajenos a mí y según un contexto interpersonal mayor que abarca múltiples consciencias humanas?

[Pero ¿cuál es el problema que tienes con eso, pues sigues estando libre en la vivencia de tú propio yo racional, que ahora, además, se ha hecho más conceptualmente complejo pues no debes ignorar lo que ahora se te pone sobre digamos el tapete ya manifiesto de las cosas, que la eminencia de propia experiencia consciente individual es, en realidad, un especie de apéndice de una experiencia multipersonal y sociohomeostática que pone en relación múltiples seres humanos quienes, sin embargo, se vinculan con esta realidad agregada solo a través de la necesaria fragmentación psíquica inherente al logos y a toda personalidad individual. Es decir, solo saliéndote de tu propia óptica racional y memorísitca como persona, podrías acceder al sentido tempoesctructural de tu propia antropología; pero mientras esto no sea posible, solo nos queda como usuarios métodos de aproximación indirecta como las estadísticas o los algoritmos y las IA a que fundamentan, por ejemplo (a parte, además, de los muchos milenios humanos de esfuerzos podríamos decir místicos, en todas las tradiciones y latitudes culturales, por llegar de lo singular a algún tipo de unicidad divina o superior).

Sin embargo, yo pienso que el problema conceptual que tienes -que tenemos todos- puede ser el cómo valoramos la vida, pues la cultura humana universalmente obliga a priorizar la sociorracionalidad de la que dependen los grupos humanos siempre en necesario detrimento (en grados variables, eso sí) de la experiencia sensocorporal y emotiva: de hecho, convendría entender la racionalidad-consciencia humana como producto revulsivo del ímpetu sociohomeostático anterior y cuya función concreta es compatibilizar la violencia humana como imposición vital e individual, con la continuidad en el tiempo del grupo antropológico y cultural. Convendría porque así veríamos la falacia que en verdad subyace al famoso dicho de Descartes, lo del «cogito ergo sum»; y no solo porque ya sabemos según la neurociencia actual que no es cierto, sino por el extremo peligro que supone -que históricamente supuso- en términos de relaciones interculturales, ya que si no entiendo tú idioma puedo inferir, en primera instancia, que no piensas, luego tendría yo la opción de no reconocer tampoco tu existencia (y proceder, acto seguido, a ocupar el territorio que habitas). Es decir, que ya es de obligada referencia y comprensión el carácter emergente de la razón humana (u otras formas de «conciencia» en seres sintientes), lo que impide que sigamos teniendo por verdad que la vida cognitiva sea solo la capacidad de reflexionar, sino que dicha capacidad se monta, en realidad, sobre una escalera ascendente de consciencia en la que aparece un yo neural-corporal y memorística mucho antes que la capacidad autobiográfica de reflexión.]

-Pero ¿soy libre moralmente como individuo o no? Quiero decir, ¿debo seguir comportándome según lo debido, o sea, en la tensión de hacer lo correcto frente a los demás, o es que todo eso ya está decidido o que de alguna manera lo lleva otro que no soy yo?

[Mi consejo es que intentes entender intelectualmente el marco mayor de las cosas tal y como lo estoy esbozando -a modo si acaso de juego propuesto- para luego asumir tu parte de la tarea, sea cual sea eso, pues solo a ti te toca y a nadie más siendo como es tú vida. Aunque evidentemente -y es que no tienes más remedio ahora que asumir esta óptica- la dirección y el sentido de las cosas las decides tú a un grado aún menor que antes hubieras podido entender como real, puesto que la antropología terráquea está efectivamente gestionada como sistema y sobre todo en su vertiente energética agregada; gestión que sigue unos criterios que ni son los tuyos personales ni los conoces con ninguna exactitud cierta, pero cuyo sentido técnico último (de esto sí que puedes estar seguro, amigo Berganza) se refiere a la condición en sí humana planetaria, y no respecto de ningún grupo, cultura, credo o país particular. He aquí, pues, el fundamento moral primario, o un pilar de él, que es esta forma de «verdad cuantitativa» o «por extensión», en tanto que el número de personas que en esta situación están involucradas (o sea, la población mundial en sí) excluye y anula por completo la importancia que pueda tener -a efectos de una aproximación estructural agentiva- un solo individuo, ni este, ni tú ni la otra u otro, ni yo. Es decir, se trata de un plano estructural y suprahomeostático que precisa de un orden en términos de agregados metabólicos humanos y generacionales; respecto de los contextos geopolíticos y consumidores reales que ocupan dichos agregados generacionales cuya dirección vital colectiva se proyecta en un tiempo futuro siempre según una energía asimismo agregada prevista (que procesa y anticipa, naturalmente, todos lo factores contingentes que de alguna manera pudieran influir dicha cantidad total de energía disponible).

-¿Y por que, además, tendría que saber o tener presente todo eso?

[Porque, aparte de basarse en hechos neurocientíficos hoy en día indiscutibles (me refiero el hecho emergente de la conciencia), estas nociones facilitan nuestra comprensión del plano suprahomeostático de gestión antropológica de la que estamos hablando.]

-Vale, pero aun no has demostrado nada de forma fehaciente. Quiero decir que no pruebas en nada de lo que dices (o hayas escrito, por lo que veo) una capacidad técnica real de incidir en la homeostasis de los seres humanos (que, en todo rigor habría que incluir a los seres vivos en general, ¿no?).

[En efecto, seguramente estamos hablando de cierto grado de control respecto la vida terráquea en sí, y dado que todo lo que existe sobre la tierra ocupa un campo lumínico único que se supone se extiende del centro de la tierra hasta las límites de la atmósfera, y que tratándose de luz, puede relacionarse de una u otra manera con todo tipo de molécula o célula (y puesto tanto los unos como los otros dependen en alguna medida de la energía electromagnética); o, quiero puntualizar, este es el esbozo como modelo que me ha servido a mí más o menos desde el año 2011, para poder reflexionar sobre esta vertiente de las cosas, y como solo soy filólogo de formación, no tiene sentido ni en realidad interés para mí, adentrarme a estas alturas en la física (pues tiendo más al pensamiento estructural a través de la lingüísitica, lo que me dispone también a preferir reflexionar sobre la antropología; pero para la química, por ejemplo, soy y siempre he sido, un cero a la izquierda para comprender y poder manejarla como disciplina).

Es decir, yo lo concibo de forma sucinta de la siguiente manera: si todo lo que existe sobre el planeta se encuentra inmerso en un campo de luz, y que esa misma luz atraviesa todos los objetos presentes, si controlas ese campo de luz, entonces dispones de la capacidad de incidir de una o otra manera -pero probablemente sobre su misma estructura molecular y metabólica- de todo lo que se encuentra dentro de dicho campo lumínico. Hasta ahí llega mi comprensión técnica, pues entiendo que lo mío es su comprensión moral como sistema de gestión antropológica; que me toca entenderlo, defenderlo pero, sobre todo, contemplarlo a través de los años y en es su estado siempre cambiante y, al parecer, también siempre decreciente. Pero a mí no se me ha admitido nunca en ninguna sala de control. Ni jamás entraría, algo que desde muy al principio se me avisó con mucha claridad (y aunque no siempre creo lo que se me comunique ni las mismas inferencias a que se me lleve, en este punto sí que le doy validez, y en vista a lo que parece ser un posible sentido a más largo plazo de todo eso, o lo que yo al menos entiendo como tal)]

-Vaya marrón que me estas diciendo….y ¿qué se supone que debo hacer con este conocimiento? Me considero, entonces, afortunado de que no hayas logrado aún proporcionar una prueba fehaciente de todo esto que dices, sino que solo ofreces conceptualizaciones (quizá altamente desarrolladas y hasta “fascinantes”, eso sí) pero que de ninguna manera parecerían obligarnos a aceptar una realidad así como la pintas; que como mucho la podíamos entender como plausible desde un punto de vista intelectual -casi artístico-, pero nada más si solo ofreces, en esencia, tú propia experiencia personal, es decir, una vivencia subjetiva que así como la presentas, no pasaría de ahí a un plano verdaderamente intersubjetivo, que ya quisieras tú…

[Mira, Berganza, el orgullo intelectual es cosa seria, sin lugar a dudas, pero puedo asegurarte de que no se trata de lo que yo quisiera o no, sino de abordar una situación verdaderamente compleja -que de hecho no se puede abordar desde la óptica de la racionalidad solo homeostática humana- para al menos posisionarnos ante ella de forma racional: en eso estaría el cargar moralmente con ella, es decir, en el contemplarla de la forma más objetiva posible, ya que es a otros a quiénes les toca direccionar las cosas realmente, según un criterio exclusivamente suyo (pero que con ellos, repito, no compartimos el mismo plano homeostático físico sino acaso solo el ético-intelectual).

Con lo que he de suponer que ves tú claramente que tampoco se trata de un problema de ninguna manera personal, salvo por el hecho de que vivo desde finales de noviembre del año 2002 y hasta hoy en el servicio -fácticamente impuesto pero moral y humanamente compartido- de este problema; en el contemplarlo, en el entenderlo (hasta dónde se me alcance) y en el intentar explicarlo (también en eso según me de o no mi habilidad como escritor). Pero, además, en el asumirlo está de forma inherente el rechazarlo pues me es naturalmente imposible separar totalmente mi condición homeostática como cuerpo del vínculo que me une con los demás. Luego, la pulsión en mí -en todos nosotros- a la vida es también una aversión militante al dolor, la aflicción, la crueldad, abuso y hasta el infortunio de los demás. Y como esto es sin duda un universal de la psique humana (es decir, presente en todas las culturas en una u otra extensión), solo me puedo escudar en una comprensión al menos intelectual de la complejidad real de la condición humana actual (pero seguir por necesidad física también condoliéndome de la suerte del prójimo que es, en realidad como siempre, la mía y la de todos nosotros).

Es decir, solo renuncio a tener que cargar con culpa alguna a nivel agregado y digamos sistémico porque me consta que eso sí que lo llevan otros, según un criterio y contexto que desborda completamente el marco moral mío, o al que corresponde a cualquier otro cuerpo singular co-homeostático. Si bien, me consuelo tambien de otra manera, en tanto que, por todas las razones que ya llevo proponiendo (es decir aquí, pero también en lo que llevo escrito) no creo ya en la violencia se supone mundana y como históricamente inherente a la condición humana: sé que no brota ahora de forma natural como antes pudiera haber sido; que existe como una necesidad técnica que, en parte, se debe al problema del sostenimiento fisiológico-cognitivo de la antropología sedentaria, pero que también sigue unas directrices impuestas por razones digamos «administrativas» cuyo sentido técnico me puedo imaginar e intelectualmente razonar, pero que de ninguna manera aceptaré como el individuo moral que me sé que soy. Es decir, como sé que la violencia hoy en día responde, en realidad, a una necesidad rectora más que a una verdad humana vivida naturalmente, y que se ha extrapolado claramente del otrora vigente contexto histórico (si bien el dolor producido es sin duda el de siempre), no tengo por qué contribuir en lo que a mí se me alcance personalmente como sujeto-agente moral, a esta farsa dolorosa; quiero decir que tengo en mi posesión el poder de no maltratar a nigún ser humano con el que me tope; y el poder también de no dejarme provocar por ningún idiota que ni de la media se entera, pues entiendo que a mí me toca buscar la dignidad humana en las cosas y «adiós y muy buenas», que se dice; porque en el apartarme siento una cierta reverencia debida a la homeostasis ajena, eso que a los otros les motiva -sea lo que sea- y que les hace sentir algo por el que deben definirse de una u otra manera, según su propia personalidad socializada y frente a los demás (y porque no son -ni probablemente tampoco deben ser- conscientes de la complejidad real de la que dependen sus existencias); y que eso, la vivencia de la vida en sí y de por sí, sin grandes aspavientos por el sentido último de la misma- y por muy degradado que pudiera ahora estar ese sentido-, es algo que he tenido que acepetar -de hecho aferrarme a ello cual bote salvavidas personal-, solo en los últimos 20 años de mi vida.

-Y por lo que dices, entonces, ante el comportamiento ajeno habría que suponer la presencia y designios de terceros que cabe entender amoldan la emotividad misma del sujeto en carne y hueso que tengamos delante, con lo que tampoco tendría sentido buscar, por alguna impronta emotiva propia, que el otro se doblegara a nuestros deseos o que de alguna manera hiciéramos que pagara nuestros propias frustraciones personales. ¿Sería eso correcto como inferencia a partir de lo que ya has dicho, amigo Cipión?

[Desde luego con lo que respecta a mis propias improntas emotivas, me niego a hacer pagar a otros mis arrebatos pues me consta que el sentido completo de las cosas no está en nosotros como individuos sino que todos estamos sometidos al problema inherente a nuestra condición contemporánea como especie cuya resolución (si es que hay en última instancia una de carácter positivo) conlleva nuestra mediatización antropológica por este otro ente rector que digo. Ahora bien, tampoco me suelo dejar amendrentar por la interacción personal ya que la sigo necesitando y la disfruto mucho más a medida que me he hecho mayor (y suelo por ello comunicar mucho más directamente a la gente cómo me siento que cuando era más joven); al mismo tiempo que no me permito olvidar nunca por qué vivimos la vida actual que se nos presenta mundialmente en esta especie de antropología del «no-lugar» que reduce las vivencias físicas, atempera hasta apagar las emociones, convierte el sentir de los tiempos actuales en el de una espera y, por ello, prescinde en mucho mayor grado de la coherencia lógica (precisamente porque la coherencia última de las cosas no se ubica sobre nuestro plano socio-homeostático inmediato sino que ataña exclusivamente al ente rector; una coherencia, además que sería demasiado perturbadora para todos si existiera como hecho de obligado reconocimiento público)].

-Quieres decir, entonces, que lo que estás diciendo no es para saberse públicamente: O sea, ¿qué sentido tiene, entonces, que lo digas ni que yo te preste atención?

[Cuánta más posibilidad tengan las personas de entender racionalmente su mundo, más necesidad tendrán de definirse como individuos. Y en el acarrear con las dificultades, o bien en el rechazarlas -y el no querer verlas-, hay que tomar alguna forma de decesión, adoptar una u otra posición, o una personalísima combinación de varias opciones: eso es lo que pretendo exponer aquí como un espacio más de vivificación moral-intelectual a disposición de las personas, para tomar o dejar (y tomar y dejar, pues en cualquier caso, se ha de vivir en la protección de un espacio público abierto a las personas, de maner que, en un principio, el orden que aún siguen aportando las sociedades de consumo y el nivel de confort físico que ofrecen todavía de forma agregada, no debe sacrificarse de ninguna manera por cierto lujo digamos cultural-humanista; lujo que debe acompañar la vida económica mas no puede sustituirla, claro está).

Y con esto te contesto tú pregunta original, Berganza, directamente: no puedo aportar ninguna prueba fehaciente del poder técnico que entiendo que está aquí en juego porque en parte no debe explicitarse debido a la dependencia mítica del que depende nuestra cognición, pues eso precisamente sería corolarario obligado de una naturaleza emergente o «incoativa» de la consciencia humana: como hemos de ascender, de forma repetida y sin cesar, al estado consciente, reflexivo y focalizado, la antropología sedentaria tiene que incorporar, si o si, este espacio a partir de la ambigüedad de todo lo que no está aún definitivamente realizado de ninguna manera. Y un mecanismo de credo científico, que se basa en una lógica causal razonada pero que no esté definitivamente comprobado, acomodaría la cognición humana a su propia dinámica antropológica de la misma manera que antes lo hubieran hecho, a lo largo de la historia de la civilización hasta hoy, las divinidades antropomorfas postuladas.]

-Con la ventanja añadida de que seguirían valiendo los credos religiosos que ya se practican por el ancho mundo.

[Sí, exacto: veo que te has hecho una idea de lo que digo….Pero, mira Berganza, ya hemos hablado mucho y se aproxima el alba, y como somos perros, no arriesguemos la infracción de toda lógica humana que sería que nos vieran hablando así en plena calle. Propongo que, si seguimos con este don del lenguaje, reanudemos la charla próxima noche, ¿te parece?]

Sea así [Cipión] y mira que acudas a este mismo puesto»2.

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1 ¿Cuánta verdad necesita el hombre? Sobre lo pensable y lo vivible. (1990)

2 Palabras finales entre Cipión y Bergnaza en Coloquio de los perros, de las Novelas ejemplares de Miguel de Cervantes.