Jaime Gil de Biedma y mis opciones a considerar

No volveré a ser joven
Que la vida iba en serio
uno lo empieza a comprender más tarde
-como todos los jóvenes, yo vine
a llevarme la vida por delante.


Dejar huella quería
y marcharme entre aplausos
-envejecer, morir, eran tan sólo
las dimensiones del teatro.


Pero ha pasado el tiempo
y la verdad desagradable asoma:
envejecer, morir,
es el único argumento de la obra
.

Sería que el sentido (digamos estructural) de las cosas no está en mí sino en el transitar y reemplazo de las generaciones; y así lo que faltaría por lograr es abrazar mejor eso que somos todos en el solipsismo que es nuestra vivencia del yo propio: el que estuviera más presente sobre el horizonte cultural la noción de vacuidad neurológica y sus implicaciones quizá fuera importante para las personas y su perspectiva existencial. En todo caso, se ve muy claramente el propósito técnico de la consciencia cuando se la contrasta generacionalmente y en relación con la trayectoria energética de los individuos según sus edades: la vivencia del yo es clave para la consolidación de los grupos como instrumento específico de aglutinación sociohomeostática a través de la sociorracionalidad que corresponde a un locus espacial-cultural de pertenencia específica cualquiera.


Es decir, la vacuidad es la base de todo, eso que permite la plasmación o traslado electro y neuroquímico de la sustancia moral de la vida como por encima pero al mismo tiempo que vinculando los cuerpos vivos reales y culturalmente identitarios. Esta misma vacuidad permite una suerte de regulación energética según las edades que al final asigna papeles en realidad cognitivos-metabólicos, siendo los jóvenes tendentes a una mayor intensidad homeostática mientras que a los mayores se les permite salirse un tanto de los rigores de ella para así asumir una función más tendente -en general, es decir, como tendencia- a la moderación en contraposición a la juventud homeostática.


Y así las palabras de Gil de Biedma reconfortan en su imposición analítica, sin duda; pero abren la zanja de una nueva opacidad al cerrarse en sí, de alguna manera, cortando amarres con un pensamiento tempo-estructural más complejo. Pero, con todo, eso de cerrarse en banda en el solipsismo propio -como la intimidad vital de cada uno- debe de ser una función importante de nuestra vivencia del yo, claro está y a lo largo de toda vida individual.

Aunque el concepto de la vacuidad neurológica parecería tener poca aplicación inmediatamente personal y práctica para las personas, sí que aporta una mayor seguridad digamos existencial ante la aparente falta de sentido que supone lo efímero que es todo, su carácter insidiosamente superficial o banal: así llega a reconfortar el constatar, una y otra vez, que somos más que cualquier otra cosa, el anhelo por ser, por la consecución siempre contingente de alguna forma de confort; y anhelo sobre todo por llegar a otros, al reconocimiento y aceptación de los demás -o bien gozar simplemente de su compañía física en una nueva interacción de un yo socializado con otro, y durante un rato…y hasta el cuerpo aguante.

Imagen Caín y Abel y el tema de “Otra belleza” (Alessandro Baricco)

La guerra y hasta la violencia física en sí misma, puede entenderse como “bella” por su capacidad de resonar moralmente en nosotros; es bella porque es también profunda respecto de un plano metabólico y socio-homeostático interno a todos nosotros: como espectáculo y como  imagen por nosotros vivenciados, la violencia como imposición humana delimita el universo mismo y potencial de la saña y de la crueldad, junto también con el dolor y nuestra vivencia de la piedad y la conmiseración (todo eso que nos manda, de rebote otra vez, a buscar el sentido racional de las cosas y el amparo en realidad colectivo que para nosotros supone el entendimiento y respecto nuestro propio cuerpo singular).

De manera que la guerra -o la violencia en sí y como categoría- es una belleza de relevancia para nosotros sociohomeostática, si bien no toda belleza es homeostática en este sentido. Luego, encontrar otra belleza sustitutoria de la guerra y su aparente función estructural para con la viabilidad sedentaria, no resulta nada fácil. De hecho, no se ha encontrado históricamente aún, pues que la utilidad evolutiva del uso de esta manera de la experiencia esencialmente estética para resonar en el tejido metabólico, electro y neuroquímico de todo individuo socializado en todos los tiempos y contextos humanos, ha resultado imprescindible después para sujetar la experiencia universalmente civilizada y urbana.

Artículo en El País de Alessandro Barrico, 29 de octubre del 2004, Otra belleza

La imagen corporal en la antropología

Todo arranca desde el espectáculo de los cuerpos humanos que forcejan entre sí, en cualquier tiempo, lugar y circunstancia humanos. Y junto al otrora deportivo combate presenciado públicamente, constatamos también los rumores contados respecto otras batallas, hazañas-fechorías e incidentes lejanos relatados; pasando después por las narrativas oficiales de los reyes, de los historiadores o de los ejércitos mismos, tomando forma ocasionalmente en los monumentos, las pinturas, o tapices de alguna conmemoración (también de cierta sublimación de la imposición anatómica humana universal que se observa en la cerámica, la artesanía en general, ademas de indrectamente a través de nuestra fascinación por las armas blancas como objetos contemplados que remiten con todo su poder sugestionador a imágenes de cuerpos nuevamente hendidos y perforados).

Tomemos nota igualmente de los relatos (desde siempre) trasgresores y de criminales en los que es la violencia de un agresor sobre una víctima que, como si de una fuente alimenticia se tratara, nos fortifica nuevamente en nuestra propia seriedad moral como individuos; pasando después por las narraciones periodísticas, tanto escritas como posteriormente gráficas (en forma de dibujos, litografías o fotos); llegando simultáneamente a formularse como ideas, conceptos y teorías (científicas o no) que no se pueden fácilmente contradecir pero que sirvieran -que sirven aun- para fundamentar actividades colectivas ritualistas que recrean un mismo espectáculo de la violencia ejercida sobre otros cuerpos; siendo todo esto posible y de manera demográficamente masiva gracias a la imprenta; para tomar posteriormente la forma de tendencias artísticas o políticas que también se apuntalasen sobre ideas cuya consecuencia inmediata era un nuevo enaltecimiento de la figura humana, bien como una filosofía de la imposición vital (en el mejor de los casos), como también su reproducción político-colectiva en la forma del colonialismo, nacionalismo, el fascismo-estalinismo, o como terrorismo en general y de cualquier ideología, en todo tiempo y lugar. Para llegar después a alimentar las grandes medios comunicativos contemporáneos, deportivos y de ocio (como fuerza también auxiliar de consumismo agregado) a través del mismo flujo de imágenes altamente vivificadoras en un sentido moral porque corporal; esto es, una relevancia imperativa e insoslayable, en diferentes grados de intensidad, para los sujetos homeostáticos que seguimos siendo frente al tiempo inmóvil de lo sedentario y bajo el peso virtual pero verdaderamente granítico de nuestro propio yo social coaccionado.

Porque es en la efervescencia de lo mimético y su imágenes -en nuestra íntima vivencia metabólica, electro y neuroquímica de las mismas- donde se sustancia realmente el espacio urbano y civilizado que comparten los cuerpos pertenecientes de cualquier locus sociohomeostático, y en tanto escenario del paso sucesivo de una a otra generación humana.