El cristianismo como dispositivo para la levedad antropológica (para ateos también):

Pietà

Pues sí, con la parte no verbal del cristianismo -especialmente católico- que busca epatar el meollo moral del sujeto a través la vivencia visceral de la agonía corporal de la Pasión, quedamos repetidamente encarados con el secreto peor guardado de la viabilidad sedentaria que es nuestro “sagrado” vinculo con la violencia; sagrado sobre todo porque no se explica racionalmente, esto de que la vida perdura en la violencia de su misma imposición vital, al mismo tiempo que se precipita por el abismo potencial de la destrucción de nuestros propios compañeros sociohomeostáticos (o sea, violencia “vital” como plenitud de vida al mismo tiempo que de extinción total y definitiva).

Pero con el cristianismo, estamos obligados constantamente a recorrer este mismo continuo entre vida y aniquilación a través del “ejercicio” de abrazar nuevamente al cuerpo. Y no porque te lo expliquen sino a través de una obligada renovación de nuestra condolencia que el sino corporal-moral ajeno, con eso que le pasa al otro que surte en el mismo momento nuestra propia renovación moral en el presenciarlo. Porque eso, como no hay mayor horror posible (la conversión del otro en objeto de la violencia, las más de las veces de parte de terceros, que es el críptico abismo sobre el que se erige la cultura en tanto que supone al mismo tiempo, y como proporcionalmente, nuestra propia anulación como sujetos psíquicos individuales), no puede haber tampoco mayor explicación definitiva que volver terapéuticamente a vivenciarlo, como experiencia que jamás perderá su efecto catártico debido a nuestra idiosincrasia cognitiva y su origen, en realidad, sociohomeostática.

Y así, habiendo el cuerpo vuelto a someterse a la visceral vivencia de su propio sentido estructural (que, como ven, elude en mayor medida nuestra comprensión intelectual y del que es harto difícil, además, escribir), quedamos aliviados de alguna manera de buscar otra fuente de seriedad moral, pues ya partimos de lo más profundo del cuerpo humano en su vertiente en realidad antropológica. Es decir, quedamos ligeros de equipaje, como dijera el poeta, y casi desnudos ante la vida y su punto de horrenda ambivalencia sobre el que se articula todo, y hasta nuestra misma cognición; y nos encontramos ahora y por un tiempo, tendentes mucho más en nuestra percepción a la alegría, pues ya hemos pasado visceralmente por lo peor y hasta cuando toque la siguiente sesión para un nuevo chute revulsivo, como si dijéramos, de ingravidez (allende el espectaculo de una agonía corporal sucesiva que, en cualquier caso, no faltará respecto de cualquier perspectiva humana futura).

Pero, ¿es imprescindible creer en dios para que puedas sentirte bajo el poder y el orden sagrados de tus sentidos y tu propia corporeidad frente a los tuyos? La respuesta, evidentemente, es que no. Y apuesto que ésa es, precisamente, una razón muy importante respecto la importancia histórica del cristianismo en relación con las antropologías agrourbanas de todas las latitudes donde se hubiera arraigado como dispositivo cultural.