Repaso conceptual a la antropología sedentaria sostenida (1)

Portada discográfica del año 1974

-Debido al carácter incoativo de la cognición humana

-Debido a la estrategia evolutiva de poner al centro de la unicidad cultural la homeostasis individual

-Debido al sentido que posee para los seres humanos la violencia (pues de la violencia primaria que es la coerción socio-homeostática, nace el sujeto racional capaz a su vez de su propia imposición lógica y sociorracional).

-Pero el dolor y la zozobra que nos provocan los padecimientos de nuestros congéneres espolean y renuevan nuestra necesidad de lo racional en tanto que un sentido de las cosas ayuda acomodar al seno colectivo los infortunios de la vida.

-El discernimiento de lo real y verdadero, puesto que vincula al individuo con su grupo de pertenencia cultural a través de la vivencia metabólica de una semiótica compartida, se convierte en una actividad y proceso individuales de importancia en realidad sistémica.

-De tal manera que puede atribuirse un carácter pulsacional a nuestra concepción del tiempo sedentario agregado; que por tanto depende del estímulo en general como alimento estrctural (lo que para el individiuo supone su continua pero también intermitente paso neurometabólico del estar al ser).

la lucha por la vida, por tanto, se convierte en el brete metabólico vital e íntimo de parte de todo yo socializado por la pertenencia y el prestigio, lo que da lugar a la política como lucha, inicialmente incruenta.

            REQUISITOS

                        -concentración de la violencia de parte de un solo agente legítimo

                        -fuentes varias de violencia homeopática y de cáracter icónico

De manera que la violencia que lo funda todo ha de ir cambiando la naturaleza de su relación con el colectivo: cúmulo de la civilización es pues la autocoacción psíquica (término de Norberto Elías) donde la violencia se convierte en la tensión metabólica de nuestra propia inhibición y dominio emocionales respecto las consecuencias sociales de cualquier transgresión de lógica cultural y socio-normativa.

Con lo que la violencia más corporal y cruenta, al convertirse en espectáculo (y al desarrollarse culturalmente como espacio mimético), fuerza a una nueva reconstitución de lo sociorracional.

La bisoñez

¿Los jóvenes (los que les queda amplia bisoñez) están mientras que a los que les queda menos bisoñez les llamamos “viejos” o mayores porque ellos son más que cabe decir que estén…?

Pues sí que es incuestionable que el eje del tiempo sedentario es la bisoñez perpetuamente menguante como al mismo tiempo en permanente crecimiento, es decir, siempre que llegan nuevas hornadas de cuerpos socio-homeostáticos. De manera que un modelo para entender la cognición humana asentada sobre la escisión entre el estar y el ser –que es también la que hay entre el cerebro subcortical y la corteza; o la que existe entre lo prerreflexivo y el pensamiento, como también la diferencia entre lo sensoriometabólico y el pensamiento racional– sería también modelo intelectual a aplicar al tiempo antropológico generacional.

Pues el decurso fatal / funerario de todo lo vivo es lo que al final acaba ocupando el centro críptico de la experiencia humana; que sería por lo general -o normalmente- algo tan críptico como los procesos subcorticales del funcionamiento cerebral. Y parecería por necesidad que adjetivos calificativos como críptica, extra racional, mitológica y acaso solo ritualista o estética, serían los que definen nuestra forma limitada de relacionarnos con la muerte y la apenas asumible autoconcepción nuestra como objetos a consumirse -o gastarse- uno de tras de otro (a veces a puñados) en el pequeño espacio de tiempo que es nuestra vida particular.

Pero fíjese en el problema o paradoja (deliciosa ironía, dirían algunos) de tener que humanizar por razones básicamente estructurales de la especie (en el servirse estructural del dolor y el afecto para sustanciar precisamente la vida misma grupal), para dotarnos finalmente de una conciencia que, no obstante, tiene que esconderse de alguna manera de la verdad última de su propia vivencia vital que, estructuralmente sería, la de tener que concebirnos a nosotros mismos como un yo en realidad sitial que se entiende como ente sujeto en su propia agencia vital, pero que es, estructuralmente una forma de alimento para el tiempo colectivo en sí.

Tema de «rentabilizar» la muerte respecto un plano socio-icónico y subcortical:

Esto que es, por otra parte, la trabazón más profunda del cristianismo que convierte la consumación violenta del individuo singular y sacrificado por la comunidad, en dispositivo en esencia iconográfico, con la consecuente alteración o ajuste de la ratio de víctimas corporales reales/beneficiados sensoriometabólicos, siempre a favor a de estos últimos quienes, en el decurso histórico y tecnológico humano, se convirtieran en número verdaderamente masivo. Aunque, debido al problema en realidad cognitivo y nuestra incapacidad (neurológicamente impenetrable, lo más seguro) de pensar más allá de nuestros propios procesos homeostáticos, el sentido final que transmite dicho dispositivo cristiano es, en realidad, nuestra propia conversión de sujeto agente y ferozmente moral (que toma por su propia volición decisoria la comunión católica), en objeto consumido a favor de los demás siguiendo el modelo que viene a ser el mismo Jesús de la Pasión.

Si bien se trata de un dispositivo históricamente particular (pero de un impacto sin parangón en la historia que merece entenderse como tal) como respuesta, sin embargo, cabe concebirse en tanto modus vivendi innato a los grupos humanos y fuertemente condicionado por nuestra evolución filogenética: es decir, esta forma de rentabilizar la mortalidad individual está operativa en los grupos humanos a partir de su misma evolución socio-biológica siendo el cristianismo una manifestación revulsiva históricamente específica respecto a esta constante subyacente.

Es decir, toda experiencia sedentaria antropológica no tiene más remedio que espectaculizar la violencia a través asimismo de cierta espectacularización del sino moral individual, eso que vemos que sucede a los demás (según unos y otros circuntancias, causas y grados diferentes de culpa o responsibilidad, tanto reales como imaginarias); eso que entendemos culturalmente que constituye un universo posible respecto de nuestra propia consumación vital-moral, para que en la tensión de la duda misma, vamos esforzándonos a lo largo de nuestras vidas según aquella autoimagen íntima con la que no tenemos más remedio que acarrear en tanto yo socializado que se sabe susceptible a que los demás nos enjuicien.

Porque las antropologías sedentarias son contextos que podíamos decir que están en efervesencia metabólica, por cuanto descargan el peso temporal-estructual de su funcionamiento sistémico en los procesos electrometabólicos implicados en la comunicación humana, en la vivificación senorioestética y respecto de aquella congnición nuestra tan energéticamente cara que es la focalización racional y reflexiva (costes energéticos todos relacionados con nuestra vivencia más intensa del yo que puede ser, por ejemplo, la de la culpa).

Y, por tanto, deben entenderse como antropologías “caras” en extremo y en términos engergeticos sistémicos. Así la violencia homeopática, por ejemplo, puede entenderse como otra estrategia evolutiva más que -como todas ellas- está sujeta a la circunstancia de una energía no ilimitada que ha de racionar o racionalizarse para así lograr lo que parece un imperativo y constante técnicos suyacentes: eso de poder incorporar al seno del grupo la violencia homeostática y vital de unos seres humanos fisiocognitivamente imbricados entre sí, pero quienes por razones simplemente sociobiológicos, no pueden renunciar a la violencia sin más.

Aunque se trataría de una efervesencia eletrometabólica cuyo coste energético pudiera atenuarse por medio de derivar el tiempo humano, en lo que se pueda, hacia una condición de movimiento y actividad más físicos -por un tiempo limitado y de forma repartida demográficamente y según uno y otro huso horario-, puesto que bien puede ser necesario entender las diferencias en eficiencia energética entre la focalización cognitiva cortical junto con la viveza emotiva que esto implica, y un tiempo humano agregado consistente de forma mucho más predominante en una rutina física, un día sí y otro también, que solo auxiliar y puntualmente requiera de nuestra atención racional y cognitivamente focalizada (de gasto, como decimos, mucho más signifcativo).

Y lo que las culturas humanas históricas (cualquiera de ellas) suelen razonar a partir de alguna culpa o fallo moral que se atribuye como causa del hecho de que los seres humanos hemos de trabajar para sostenernos en el tiempo sedentario -una narrativa con una impronta siempre adomonitoria pero de efecto protector, en ultima instancia, en tanto que el sentido de las cosas siempre nos reconforta-, puede abordarse, sin embargo, desde su otra vertiente a partir de una eficiencia energética en el tiempo agregado de una nueva generación socio-homeostática, respecto a un locus de pertenencia limitado y geograficamente delimitado.

No es ningún secreto para los hablantes del español que todo entra por los ojos; y aquí también cabe una hipótesis de eficiencia energética, pues el sentido moral de las cosas -a partir de la imbricación socio-homeostática del individuo con el grupo- podemos efectivamente trasladarlo a un plano casi exclusivamente viritual e incorpóreo (aunque sí de caracter electro y neurquímico).

De manera que la experiencia sedentaria se dirmiría entre los diferentes costes energéticos que se dan entre la actividad física, y la electro y neuroquímica; nuestra vivencia emotiva y la de nuestra focalización cognitiva más anlítica, y respecto agregados generacionales en el tiempo.

(Es decir, esto a partir de una óptica suprahomeostática del tiempo humano y para quien le competa asumirla).

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La opacidad antropológica revisada (pero no revelada, nuevamente)

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17abr24

Portada discográfica del año 1981

Proporcionar contextos epistémicos al sujeto homeostático es asimismo facultar espacios de autodefinición moral y psíquica para el individual: es decir, supone brindarle espacios de ejercicio de su propia violencia vital (pero de consecuencias incruentas). La opacidad que fundamenta el ser (que no puede explicitar su propia relación con el estar anterior) desemboca, respecto los contextos sedentarios, en otra opacidad más compleja y estructural, la que impide que la racionalidad contingente respecto de cualquier experiencia cultural pueda contemplar su propia relación con la violencia anterior y fundadora.

Y esta última forma de enajenación del ser sociorracional respecto el estar anterior no hace sino agrandarse respecto de la experiencia sedentaria, convirtiéndose en la necesidad de que haya formas homeopáticas de violencia como exigencia técnica (que se constatan desde los inicios de la cultura sedentaria y en forma de la cultura misma y tal y como la entendemos nosotros).

Find your way back (Jefferson Starship)

-Heidegger y la gran epopeya que subyace a su obra: que la razón humana se ha adelantado, debido a la cultura misma, a su propio antecedente técnico, el cuerpo (o sea, el estar)

 -la relación apolíneo-dionisíaca de Nietzsche

 -El «Dilema de Spengler»

-Cristo como mecanismo similar que obliga a la vuelta a la emotividad fisiocorporal a través de canales estéticos.

Pero esta necesidad de volver de alguna manera al cuerpo -el mantenerse apegado a la experiencia corporal y emotiva como dispositivo de seguridad cultural ya que actúa de contrafuerza respecto la inercia base homogeneizadora- tiene origen en la escisión homeostática que nos fundamenta en nuestra misma cognición.

Y esta circunstancia opaca que acrecienta lo sedentario respecto de su antecedente nómada (esto es, respecto la escisión base que supone el sistema nerviosa que, en el contexto colectivo del protogrupo humano convierte el ser en el dispositivo evolutivo más importante como salvaguarda del estar colectivo), se consolida como un bucle alimenticio para las antropologías sedentarias dependentes de la agricultura intensiva; una opacidad que sigue proporcionado un espacio no corporal de gran vivificación metabólica que ahora hay que alimentar con vivencias cada vez más metabólicas (más estéticas que directamente cruentas):

Dispositivos (algunos) en este sentido

  • La paleas de gallo de Bali
  • Lo apolíneo-dionisíaco
  • Cristo como dispositivo estético
  • El periodismo en sus orígenes históricos y hasta su forma contemporánea

Refuerzan -o permiten sobrellevar- el peso de lo opaco estructural aquí esbozado cuyo fin último es regar el suelo del ser y todas sus posibilidades abstractas-epistémicas: pues recuérdese que el ser es producto siempre de su insumo anterior, esto es, el estar; y que todos estos “dispositivos” aquí enumerados son formas de cultivar, en realidad, el estar para así garantizar, nuevamente, el ser.

Tema comentado de forma en principio irónico: eso de que toda revelación que se hubiera dado históricamente respecto cualquiera de los teísmos reveladores (el judaísmo, el cristianismo y el islam) requieren, acto seguido, una re-ocultación de las cosas en el “misterio” del dios monoteísta correspondiente. Aunque de entrada el verbo se presta a cierta confusión en tanto que sacar del misterio (des-velar) implica depender de un nuevo margen de ambigüedad que se vuelve a elaborar bajo un régimen o paradigma novedoso (o sea, re-velar en el sentido a volver a poner un velo; aunque, claro está, yo estoy jugando con formas en español y no respecto de las etimologías latinas). Y, de alguna manera, esto es clave para la conducción de antropologías sedentarias a partir de la socio-homeostasis individual: la experiencia corporal no puede darse de esta forma socio-homeostática sin explotar de esta manera la ambigüedad e indifinicion creadas, en última instancia, por la limitación-definición corporal humana.

https://dle.rae.es/revelar

….4. tr. Rel. Dicho de Dios: Manifestar a la humanidad sus misterios.

Deliciosa ironía en “poner de manifesto un misterio”; en explictar aquello que vuelve a desdibujarse de otra manera.

Una lógica encadenada (y como alternativa a la violencia física)

  • Si homeostática, entonces surge la utilidad de lo ambiguo e indefinido (eso que empieza a partir de la limitación corporal).
  • Si la experiencia sensoriometabólica atenúa orillando de alguna manera el choque corporal, entonces los grupos no tienen más opción que depender de espacios sensoriometabolicos (lo moral en tanto autocoacción psíquica, la moralidad socio-icónica, lo estético y eufórico, además de las postulaciones epistémico-narrativas).
  • Si esto se acepta, podemos también postular que es el pensamiento mágico (esto es, la capacidad de postular sobre espacios no sujetos a la contradicción), -precisamente porque explota de esta manera la realidad exogrupal- sería el porqué técnico de la razón misma, o tal parece ser el grado de urgencia con la que los fenómenos sensoriometabólicos y neuroquímicos sirvieran para el acorazamiento evolutivo del cuerpo socio-homeostático y perteneciente.

                              Inferencias:

  • Que el sentido de la vida está disasociado del todo respecto nuestra comprensión de nosotros mismos, pues el ser sirve estructural y evolutivamente al estar, aunque, salvo desde un enfoque abstracto, “filosófico” o “espiritual”, este conocimiento nos elude casi por completo, con excepción quizá del planteamiento ético o a través de un “sabiduría que da los años” pero que tampoco se presta mucho a que se explicite racionalmente.
  • Que este “camino sensoriometabólico” del decurso cultural humano ha existido -existe aún- de forma paralela a, como también quizás en ultima instancia, subordinado por, la violencia física directamente corporal; eso que, como argumentamos, es algo así como el piloto automático de los colectivos humanos y hasta de los de los mamíferos y otras especies, y por el que (en ausencia de una necesaria planicidad existencial -de, por lo general, lo sedentario por ejemplo-), vuelven los sistemas antropológicos a definirse en el tiempo.
  • Que existe una vivencia híbrida, a mitad de camino entre la experiencia más metabólico-neuroquímica que corporal, y la del plano físico-material, que sería lo ritual. Pues parece razonable entender el sentido de las cosas a partir del cuerpo humano, al menos en su primer orden de definición; en este sentido la violencia física sería, simplemente, un ámbito más de esa misma posibilidad de sentido sociorracional a través de la pugna corporal. Entonces, cabe entender lo ritual y rutinario como formas de sentido que hacemos a través de un procedimiento directamente físico; que por ello serían procedimientos que no incurrirían, finalmente, en un coste energético o no al menos tanto como la focalización cortical de la consciencia.
  • Que como ya es patente respecto los planteamientos académicos de la antropología evolutiva, el tema de la eficiencia energética sería también asunto a entender respecto de los contextos antropológicos, siendo lo ritual, por ejemplo, un dispositivo evidentemente universal posiblemente por esta misma razón, de la misma manera y por la que el desarrollo cognitivo humano está de una forma u otra condicionado por la ingesta humana de carne y el mayor calidad calórica y proteínica que supuso (es decir, como todo esto estamos conceputalizando como sistemas complejos, no puede obviarse el tema de la eficiencia energética).

Es decir, que probablemente la mente inconsciente o “cerebro automático”, subcortical esté relacionado con la eficiencia energética en tanto que supone una forma energéticamente más barata de orden sociorracional o dóxica; lo que prepararía la concepción de la conciencia humana como un recurso en el mismo camino hacia lo metabólico pero a partir de la muy concreta finalidad de compaginar el grupo antropológico con una mayor capacidad de respuesta violenta, frente al mundo exogrupal y exo-cultural.

2

Lo de que buscamos retornar a algún estadío previo en el que compagináramos mejor los dos ámbitos diferentes que componen nuestra experiencia (esto es, el estar y el ser), se entiende ahora como, en realidad, una opción vital de todo presente antropológico, y no un tema de carácter ciertamente real o técnico: si uno escarba bien en la cultura griega antigua, no parece que este tema se llegara realmente a solucionar sino solo acaso mirar de una determinada manera que para nosotros, desde nuestra óptica moderna, nos puede parecer más acertada o clara. Pues que no se puede volver más allá de la vacuidad neurológica que sujeta el estar y que es el instrumento realizador del ser. Es decir, solo somos a partir de nuestros sentidos sensoriosomáticos, más allá de los que no podemos retroceder.

Pero de la misma manera que el pensamiento mágico respecto aquello que no podemos ni confirmar ni refutar nos sirve de suporte colectivo (precisamente porque dichos acertos no pueden alterarse de forma inmediata), la vacuidad neurológica puede explotarse ni más ni menos para apuntular, y por tanto facultar, la conciencia humana (aunque no pretendemos explicarla, sí que podemos apuntar a una posible presión creativa en este sentido que hubiera hecho necesario por razones estructurales y en aras de la pervivencia colectiva el que fuéramos capaces de entender las postulaciones indentitarios-existenciales de los nuestros).

O sea, ¡en contra del pensamiento mágico no puede situarse usted nunca, o al menos resepcto de su importancia estuctural-evolutiva!

Pero ocurre que, dentro de contextos antropologicos sedentarios (que dependen, esto es, de la agricultura intensiva) esta forma de escisión como conflicto que decimos nosotros político o “ideológico” que se entiende en primer lugar como incruento y solo potencialmente susceptible de convertirse en violencia física, se convierte en el armazón quizá principal del sostenimiento antropológico, en tanto que es el conflicto incruento lo que siembra vivificando una nueva estabilidad sociorracional: el caracter incoativo del ser no tiene otra opción que relacionarse de esta manera con el estar socio-homeostático anterior.

Por otra parte y como inferencia de todo esto, se sigue que la función performativa de la verdad (cualquier que sea y como corpus semiótico al que poder recurrir los sujetos homeostáticos) corresponde, efectivamente, a un solo grupo o a una sola tribu, pues que discrepancias de perspectiva necesariamente ha de haber pero no verdades alternivas como hoy en día boga decir. Porque así de potente es dicha función performativa tanto de lo sociorracional como de lo verdadero: de tal manera que en un mundo que dijeramos primitivo (de sociedades de cazadores-recolectores), una verdad como visión contrapuesta a la normativa y grupal, hubiera supesto (y efectivamente supuso, una y otra vez, lo más seguro) la escisión del grupo de unos pocos para formar otro grupo separado.

O sea, una misma socio-homeostasis filogénticamente evolucionada (como auténtica mecánica fisio-cognitiva colectiva), adquiere una u otra importancia respecto los distintos contextos estrcturales en el tiempo. Es decir, una constante sociofisiológica humana en el tiempo que las contingencias fisico-espaciales empujan en una u otra dirección y sentido.

3

¿Cuál sería el porqué evolutivo de la conciencia?

Es descriptivamente cierto que la cognición humana a partir de nuestra experiencia corporal muestra la función performativa de ubicar al centro del seno colectivo la homeostasis individual en tanto que todo ser socializado se encuentra trenzando electro y neuroquímicamente (de forma principalmente subcortical y como cuerpo perteneciente) con lo moralmente consabido del grupo cultural. Esto quiere decir que el drama de nuestra propia disonancia como cuerpos singulares que se amparan, sin embargo, en la unión de los nuestros, funciona a partir del conjunto de nuestras respuestas sensoriometabolicas y pulsiones más íntimas (homeostáticas), tanto en la necesidad de protegernos a través de la conformidad como también en el alzarnos en algún grado de rebeldía y transgresión: en cierto sentido, todos estos fenómenos fisiológicos, electro y neuroquímicos de nuestra propia intimidad  se desarrollan de alguna manera en función siempre de los otros. Una disonancia vital que es nuestra verdadera condición de ser y que, aunque vivimos obligados a una fisiología de su superación a través de la coherencia sociorracional (del grupo cultural de pertenencia que sea y que se artrícula en función de su racionalidad particular, y donde sí que caben todos los cuerpos físicos), es, desde una óptica compleja, una especie de punto de fuga que está evolutivamente configurado para no superarse nunca. Pues los grupos humanos dependen, precisamente, de la tensión a la que obligan los contextos antropológicos pero cuya lógica estructural extra o suprahomeostática desborda, en realidad, nuestro raciocinio; tensión en y de por sí que no debe resolverse nunca desde una óptica agregado y temporal (pero que va renovándose, eso sí, a partir de la bisoñez de toda generación nueva).

El porqué de la conciencia humana resulta entenderse a partir la conversión de la limitación física humana en baza ventajosa para la supervivencia colectiva (es decir, evulotivamente hablando, la única que superviencia que hay). Pues a partir de la limitación-delimitación física, requisito por otra parte obligatorio para poder acceder a la pertencia socio-homeostática (pues nuestro cuerpo es justamente lo que apostamos cada uno), la conciencia-razón humana permite postular verdades de función claramente performativa en el sentido aquí desarrollado a partir de espacios abstractos no sujetos a la contradicción lógica: es decir, en esos espacios no materiales que después adquieren carácter normativo común caben todos los cuerpos pertenecientes; pertenencia que a partir de la imbricación electro y neuroquímica, de carácter seguramente en gran medida subcortical, permite recrear de forma virtual el locus –ahora moral y sociorracional—de la pertenencia identitaria y cultural.

De esta manera decimos que los grupos brindan a los sujetos homeostáticos contextos de sentido ya cultualmente configurado para que estos se inserten, sobre todo físicamente, en el tiempo, en realidad colectivo, de su propio decurso vital singular. Así que diríamos que nos valemos cada uno de la coerción que en cierto sentido supone el sentido antropológico de los nuestros, para entrar a jugar el periplo de nuestra propia individualidad, pues que a cambio de dicha coerción nos abre lo real para nuestro mayor gozo vital a partir, sobre todo, de un motor moral que tenemos -del que nos hemos apropiado e incorporado—al centro de nuestra misma personalidad socializada.

NO WHERE TO GO BACK TO (Conclusión)

Tema de cierta ilusión creada respecto de nuestro fondo sensorio-homeostático visto desde nuestra vivencia reacional del yo: así, puede hablarse de un falso efecto doppelganger en referencia un estar preconsciente y anterior que, desde el ser, solo se puede parcialmente vislumbrar mas no vivenciar realmente (porque en el ser consciente se desvanece de alguna manera el estar). Puede hablarse asimismo de un cierto trampantojo cultural (y esto universalmente) como la fantasma de nuestra propia orfandad, como si hubiera realmente a dónde volver a encontrarnos; pues que paracería tratarse más bien de huella en todo caso neurológica que remite como mucho a nuestra niñez, quizá a mamá, pero a nada más ella de los fundamentos de nuestra propia subjetividad como mecánica electro y neuroquínica sobre la que se basan los grupos humanos. Lo de cualquier jardín anterior y edénico sería, bajo este punto de vista, nada más que una anología impuesta nuevamente por una mente humana frente el desosiego de nuestra propia vacuidad neurológica.

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