La ciencia y una pragmática antropológica del embauque (apuntes)

¿Para qué más sirve, en realidad, la ciencia? Erige una racionalidad causal de la que solo parcialmente podemos vivenciar; pero esto aporta una fuente importante de estabilidad a la práctica antropológica de la sociedad de consumo. Y prepara la gran utilidad que es la Sociedad del riesgo como una forma de credo empírico que, poco a poco, va prescindiendo de ideas pues la estabilidad real pasa de nuevo al cuerpo que se resguarda no solo en el amparo de un logos racional culturalmente determinado (es decir, intersubjetivo), sino también en un futuro visceral que vivenciamos a través de una incesante producción de nuevos objetos, de tal manera que el futuro no se tiene que concebir sino que llega, en realidad como fuerza reconfortante, a través simplemente de nuestra vivencia del presente consumidor sin que sea necesario que intelectualicemos apenas nada.

Beneficios de la Sociedad del riesgo

1. Constituye una fe empírica de manera que se apoya en la ciencia y pragmática antropológica de la producción material y tecnológica, pero sin que sea necesaria dogma ni percepto espiritual alguno.

2. Utiliza, precisamente, los conceptos científicos como fuentes de tensión respecto posibles amenazas futuras; conceptos que el sujeto perteneciente tendrá que saber (aprender) como una cierta ideación y conocimiento teóricos necesarios para participar en la práctica antropológica.

(Las ventajas metabólicas en términos de gasto de energía sobre un plano agregado implícitas en puntos 1) y 2) son evidentes: la ciencia-tecnología continúa por su camino estructural de la virtualización progresiva de la cultura, es decir, respecto de contextos físicos que derivan cada vez más hace la experiencia mucho más fisiológica y neuroquímica, ahorrando así y en general el gasto de las vivencias más directamente físicas; y el uso de un estímulo en buena medida conceptual respecto de aquellas situaciones que, según los procesos naturales de los que formamos parte, pudieran surgir como complicaciones peligrosas (la lluvia ácido, la guerra nuclear y biológica; los accidentes nucleares; el terrorismo; el crimen organizado; el colapso climático o el del envejecimiento, como también los nuevos virus que nos asolan o las ya muy dudosa tasas de criminalidad callejera…y sin que importe en principio hasta qué punto todas estas amenazas sean reales o no, siempre que al menos sean mínimamente viables. )

3. De tal manera que se llega a un estado casi se diría de almacenamiento de los cuerpos sedentarios, mientras que el drama de la vida (moral) que es el alimento que más precisa nuestra cognición -y por tanto la práctica antropológica en el tiempo colectivo- se ejerce como una forma de administración homeopática (a través de unas u otras formas de espectáculo moralmente relevantes del sino moral-corporal ajeno) a unos agregados demográficos estables en el tiempo de su propia consumación tanto económico como vital.

4.Existe, por tanto, un gran margen de maniobra respecto de qué es lo real, pues como la ciencia hay que creerla, no podemos averiguar por nosotros mismos su realidad de forma directa; si bien podemos aprehenderla a través de lo resultados técnicos que vemos: ¿quién, desde esta óptica no explicita y en base a su poder de producir cosas, podría dudar de la ciencia? Es decir, la posibilidad como espacio para el embauque antropológico estaría en su punto óptimo (y puesto que el sentido de las cosas va, en realidad, en otra dirección; dirección que no es compartida de forma pública pero respecto a la cual hubo de adoptar decisiones decisivas en su momento histórico, y seguir desarrollando lo que desde entonces hasta hoy constituye el plano criptico de la política real -es decir, en un sentido estructural y suprahomeostático-).

La SDR es pues dispositivo que ahorra engería (sobre todo, en el no tener que pensar demasiado sino solo de forma a lo que parece finalmente trivial); porque amplía constantemente el carácter menos corporal de la experiencia ya inherente a lo sedentario; y porque permite maniobrar sobre un plano suprahomeostático sin que se tenga que infringir, inicialmente, las nociones que todos tenemos respecto a la leyes de la naturaleza y lo real (si bien más tarde esto podría empezar a violentarse de alguna manera).

5)El uso de esta manera estructural de la ciencia (en tanto pragmática sedentaria) permite precisamente no tener que pensar de forma rigorosa en casi nada más allá de los espacios estrictamente técnicos, pues si no es empírico no se tiene por qué respetar como idea: es decir, la SDR parecería inexorablemente ligado al mismísimo posmodernismo que tiene el efecto cultural de postergar la solidez de todo en forma de opciones personales que como tal valen pero que no pueden incidir seriamente nunca en el pensamiento técnico (por lo que, finalmente, no hubo de tomarlas nunca intelectualmente muy en serio).

6)Y la razón, a su vez, deviene en una suerte de opción ideometabólica; en una posición sobre la que nos podemos definir frente a otros de posiciones en algo diferentes a la nuestra. Pero habría que resaltar, ante todo, el bajo coste agregado en términos energéticos, pues se trata de una ampliación histórica cada vez más expandida de un espacio metabólico correlativo puesto a disposición de las personas, lo que permite compaginar un bajo coste energético agregado con la continuidad de vivencias moralmente relevantes (si bien quizás de carácter progresivamente más “espectaculares”, es decir superficiales), pero a coste de una disminución del rigor cognitivo cortical inherente al el pensamiento más reflexivo.

La vacuidad neurológica (segunda parte)

Una relación de rentabilización entre la memorística1 humana, la vacuidad neurológica y el afecto como fascinación motivadora que subyace a la interacción humana no violenta (que por eso hace como de contrapeso frente al sentido de la violencia física desabrida entre grupos).

O sea, un paso más respecto de una misma rentabilzación de la vacuidad neurológica, esto de que debido al aspecto difuso o insustancial de nuestra cognición (que termina abruptamente en los sentidos corporales), nos rellenamos a través de la interacción social, lo que requiere que tengamos una memorística emotiva altamente desarrollada respecto a nuestro propio cuerpo y es aquello que nos fascina tanto de los demás; el mismo factor desconocido que está al fondo de todo ser humano con que nos topamos (con su singularidad precisamente memorística a partir de su propio trayectoria neuro-vital como cuerpo perteneciente), y que, es en realidad, la clave para descifrar el “secreto” propio que llevamos nosotros respecto de quiénes somos en realidad como personas, lo que solo se averigüa interactuando con los demás. Luego este factor desconocido que son los otros, ejerce asimismo un efecto titilante respecto el ánimo vital nuestro, como esa susurrada promesa de conocimiento nuevo que está en todo porvenir humano, es decir, social.

Porque, además, enlaza bien con el texto inmediatamente anterior en la serie, La titilante relación entre la consciencia humana en su vertiente esctructural y el «cerebro automático», en tanto que se trata de otro dispositivo más de tipo titilante2, como gran promesa/miedo que visceralmente supone para nosotros interactuar con otros seres humanos; interacción que podemos tanto codiciar como rehuir, o ambas cosas al mismo tiempo, pero que parece que, por lo general, agradecemos una vez que nos volvamos a la vida, por decirlo de alguna manera, en la renovada compañía de otros.

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1 Manejo el término como sustantivo en tanto que los sustantivos terminados en –a parecen admitir más fácil y freceuntemente esta transformación de adjetivo a sustantivo más o menos abstracto: en el caso por ejemplo de sistemático que puede utlizarse -ahora sí según la RAE- como sustantivo en femenino (una sistemática) con el sentido de ‘una taxonomía’.

2  Otros dispostivos de mismo tipo: el locus/logos; la paz/la guerra; el orden social/la violencia desatada (o sea, el “contrato social”); mecanismo de la tesis central de Ulrich Beck en La sociedad del riesgo.