Caso práctico del totemismo según el planteamiento de Levi-Strauss en El totemismo en la actualidad (1962)

La ilusión de totemismo es una ilusión de pertenencia, pues lo que se está reafirmando, en realidad, es la condena de seguir acarreando uno o una mismo con su propia singularidad real: el totemismo sería en su práctica una forma de facilitar esta situación al individuo (desde la vivencia del propio yo corpóreo), cuando estructuralmente y a nivel suprahomeostática se está salvaguardando la cuestión sociogenética de una necesaria exogamia: que, de nuevo, el individuo vive la temporalidad estructural de la que depende y de la que no es apenas consciente, como una forma de poder de su propia imposición vital; en el poder mismo de conformar, por ejemplo, con lo consabido, lo que se basaría a su vez en la ilusión de que el sujeto podía haber optado, o haberse dejado llevar, por otras respuestas.
Otros ejemplos (escuetamente resumidos)
- El poder individual de tomar la comunión católica como ingesta a la que se le invita, cuando sobre un plano estructural se trata la conversión del individuo sujeto en alimento-objeto a servicio de los demás (siguiendo el modelo que es Cristo mismo).
- El sindicato laboral como dispositivo complejo que se basa en el ímpetu vital de unos individuos respecto su quehacer singular correspondiente quienes, sobre un plano estuctural superior, sin embargo, se racionalizan a través de la organización dirigente designada.
- El halcón cuya ideosincrasia visual permite a las palomas presas potenciales esconderse como individuos dentro de la formación aérea como opacidad visual impidiendo al halcón atacante distinguir a los individuos.
- Cavalli-Sforza y su comprensión tempo-generacional de la anemia falciforme frente a la malaria que incluye una cierta rentabilización de un subgrupo mínimo de individuos sacrificados estructuralmente a favor de un mayor número total de individuos sanos.1
- La Democracia comprendida como complejidad esctructural que acaba gestionando el ímpetu de las partes en pugna, para ubicar el conflicto (no violento) al centro de la estabilidad política sedentaria.
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El nexo en todos los casos entre lo singular y el plano complejo colectivo sería la vivencia homeostática individual como sujeto socializado cuya existencia espacial-existencial está imbricada con un grupo. Y, por lo tanto, el discurrir del tiempo colectivo, sucesivamente generacional, constituiría el sentido técnico más importante, por encima de toda existencia solo individual. La relación entre estos dos planos la hemos definido anteriormente como una oposición entre la vivencia socio-homeostática individual frente a un plano tempo-estructural «supra-homeostático» mayor.
Desde este mismo enfoque puede ahora esbozarse una función técnica de la racionalidad (y hasta cierto punto de la misma personalidad particular de cada uno).
Levi-Strauss entiende que el totemismo sirve para asegurar el desarrollo exógamo de los grupos humanos (y decimos nosotros a nivel suprahomeostático), mientras que a los individuos se les está proporcionando una base para su propia imposición cognitiva a través de un paralelismo diferenciador que contrapone-emparenta grupos humanos con diferentes categorías animales o vegetales (eso que es lo esencial del totemismo como concepto del estudio antropológico); una integración a través de las diferencias como esquema de sentido que después permite a los individuos hacer sus propias inferencias, analogías y metáforas al construir referenciando el sentido de sus propias vidas como práctica antropológica.
O sea, la importancia fisioantroplógica de tener una cosmogonía personal (pero necesariamente colectiva en algún aspecto) es el mismo elemento en que se funda lo identitario actual. Pues recurso a una estructura racional (narrativa o como sistemática categorial) es clave para la mecánica del grupo: en tanto que de lo sociorracional se vale el cuerpo singular para regir su propia ímpetu (violencia) vital sin que se le expulse del grupo. Y es -sería- lo racional, entonces, lo que permite al individuo retener la mayor capacidad de imposición (violencia) que sólo conoce el cuerpo físico, a la vez que es el grupo en su mecánica suprahomeostática y estructural que se lo ubica a su mismo centro digamos operativo y respecto la práctica antropológica cotidiana (es decir, no de forma física sino electro y neuroquímica).
En este sentido, cada individuo es algo así como isomorfismo respecto una misma estructura operativa que, no obstante, permanece en tanto cuerpo en su propia idiosincrasia homeostática y neurofisiológica (y memorística): una complejidad estructural forjada a partir de la necesidad evolutiva de la permanencia del grupo que refuerza su propia homogeneidad a través de lo dispar e idiosincrático.
Por ejemplo, intentemos concebir la consciencia humana desde una óptica konradlorenziana, la de aquella gallina que, al extirparle la capacidad de oír, picotea salvajemente a sus propias crías porque es incapaz de distinguir sus pollitos de cualesquiera otros.2 Así se podría llegar a entender la consciencia de una forma similar respecto a su origen fisiológico y neurológicamente opaco o impenetrable. Es decir, una antropomórfica relación afectiva no sólo sería una equivocación si la fuéramos a intentar plasmar sobre la gallina-madre y sus polluelos-hijos, sino que no ayuda en nada a entender nuestra propia afectividad filioparental (que es ciertamente real y sentida) en su vertiente también estructural y evolutiva: respecto la necesaria acomodación de la agresividad humana a un contexto colectivo que necesita del afecto para contraponerse a la agresión, con la que buscar equlibrios, mas en ningún caso eliminarla por completo.
Algo así sería, en resumidas cuentas, el sentido como fenómeno evolutivo de la racionalidad humana: una estructura compleja más, de entre otras muchas, que podíamos enfocar desde un punto de vista Edgarmoriniana (anótese como tema a ir sustanciando en el tiempo, a ver si se puede) y cuya función esturctural última sería la de capacitar al individuo para alienarse –momentáneamente– de su propia naturaleza gregaria al mismo tiempo que atándolo limbicamente en cotro; siendo ambas caras las dos facetas de una mimsa reubicación fisiológica (es decir, homeostática y electro y nueroquímica) del cuerpo signular de cada cual al centro fáctico e identitario de la cultrua propia.
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1La evolución de la cultura: propuestas concretas para futuros estudios. Anagrama 2007
2Sobre la agresión 1963