Lo que yo recuerdo de aquel mundo mayor y «serio» visto desde la óptica de mi propia niñez, es la frustración de contemplar un mundo humano en furioso movimiento vital que, sin embargo, no era capaz de contemplarse a sí mismo casi en absoluto; y era algo así como un sentimiento, a veces también de culpa, lo que sentía, puesto que gracias a este mundo en movimiento que apenas se conocía a sí mismo, yo sí alcanzaba a tener el privilegio cultural -y también material- de vivir en la contemplación de mí mismo y provisto, a fin de cuentas, de un sentido mayor y «estructural» de esto que éramos; aunque este sentido allende la sola fisiología de los otros, era como sí lo estuviera robando dado que yo lo poseía, parecía, gracias de alguna manera a ellos (si bien esto no lo razonaba de forma consciente, sino solo visceralmente, me doy cuenta hoy que, dado la naturaleza opróbica nuestra, sentir este ambiguo peso indefinido de culpa es algo normal, se diría incluso hasta exigible). Pero, naturalmente, existía en mí, por otra parte, una ambivalencia también frente a este sentimiento de culpa, pues mi arrogancia digamos vital propia me arrojaba también a echarles en cara a ellos esto de la carga que yo acarreaba de «saber» algo más, y más allá de mi ser solo fisiológico y fisiocorpóreo: esto lo llamaba yo insight como conceptualización que forjé más tarde a partir de algunas lecturas (como Siddhartha de Hesse, o El corazón de las tinieblas de Conrad, y que era aquello que parecía que a ellos tanto se les escapa, esto es, el poder de la perspicacia, que ahora concibo como una muy necesaria circunspección psicológica). Pero en mis varias juventudes del desarrollo y evolución de mis ideas, parece que siempre coexistían uno yuxtapuesto al otro, tanto una furiosa recriminación y denuncia respecto de su dejadez vital, como al mismo tiempo una sentida ternura por ellos y todos nosotros. Asimismo reconozco como algo psicológicamente fundamental en mí el divorcio de mis padres que yo también padecí a partir de los 9 o 10 años: ahí en mi memoria emocional -hasta siento que de alguna manera corporal- los veo cada uno por separado, pero sumidos en un furioso estupor propio como solipsismo que, con los años, he transferido a mi visión de ser humano en general, y merecedor, por tanto, de la mayor conmiseración, y dado que, en el fondo, es como si no pudiera consigo mismo y sus propias emociones, o algo así; y este mismo recuerdo lo considero el mismo que este otro, que es el de mi compañera de pupitre que no podía resistir comerse en clase una chocolatina y a quien la maestra (norteamericana) recriminó delante de todos, de forma teatral -y, en mi memoria, sádica- hasta que la niña acabó sollozando diciendo repetidas veces…pero quiero comérmela, quiero comérmela…; o este otro recuerdo también idéntico, como si dejáramos, de un padre e hijo (afroamericanos) que iban en moto (sin casco) delante de nuestro coche y que, de repente, caen cuando se resbala la moto en una curva: pero que es mi padre quién sale del coche a atenderles, no tanto por cualquier lesión posible, sino porque están asustados, ambos visiblemente afligidos.
¿Ser o no ser?
Una cosa está claro: el hecho de que estamos; nuestra condición de seres sintientes es también nuestra verdadera facticidad, pues no es siempre evidente qué significa nuestro percibir (éste es un proceso complejo que abarca muchos factores extrínsecos a nosotros), pero sí el que percibimos, esto es, que estamos en la vivificación fisiológica de nuestros sentidos antes, en realidad, de ser en un sentido culturalmente racional. Esto viene a raíz de un comentario de una señora invitada -que es, creo, filósofa, o algo así- de los jueves por la mañana en El SER: dice que hay que distinguir entre el pensar y el reflexionar; que no es lo mismo, y que la capacidad de reflexionar supone el poder pensar sobre nuestro proceso mismo de pensar; que es como decir un metapensamiento, o la habilidad (que se aprende) de poner distancia entre la mecánica fisiológica de nuestra cognición (que es nuestro estar fisiológico-sensorio inicial) para alcanzar un ser más elevado precisamente porque se separa de -se eleva sobre- el simple estar fisiológico-corporal o fisiocorpóreo. Y sería, como ya llevo argumentado, ese ser al que se refiere el dicho cartesiano, lo de pienso, luego soy; pero esto en realidad de forma desacertada, pues el pensar por cuanto reflexionar en el sentido aquí apuntado, en realidad se basa necesariamente sobre un existir fisiológico-corporal anterior que, de seguir la implicación lógica de Descartes, supone que es licito despreciar todo lo que antecede el reflexionar (o sea, la fisiocorporeidad en sí) que es, históricamente, lo que en buena medida sucedió desde la óptica de, por ejemplo, el neocolonialismo decimonónico occidental.
“…Podemos pensar que una industria que mueve decenas de miles de millones se fundamenta en impulsos muy superficiales”.(1)
¿Cómo sería una forma más precisa de describir lo que más exactamente hacemos los espectadores respecto del espectáculo del deporte? ¿Nos proyectamos en lo que vemos? ¿Tiene sentido decir que vibramos visceralmente con lo que presenciamos? Parece evidente que es una experiencia libertadora, en un plano desde luego fisiológico-moral, para nosotros frente a la antropología de base agrícola: incluso podría decirse algo así como que se trata de un desdoblamiento fisiológico, allende nuestra corporeidad, como asimismo una superación en cierto sentido de la misma.
Otro tema aquí: la calidad un tanto vacía de la experiencia sensorio-metabólica humana, lo que hace que sea necesario cuestionar el significado en este contexto de «superficial». Porque resulta que lo más verdaderamente profundo de nuestra experiencia es la fisiológica que de forma visceral se imbrica con la geometría opróbica de los grupos; pero son solo tradiciones las semióticas particulares que pueden imponer un significado conceptual a esa misma experiencia vivencial (lo que en el acto les confiere a dichas lógicas una profundidad conceptual que es, al mismo tiempo, superficial a su vez, por cuanto se aleja de origen fisiológico-corporal y preconsciente, y dado que es la vivencia fisiocorpórea la que obliga a la reconstitución sociorracional posterior).
(1) https://elpais.com/deportes/2020-03-21/sociologia-del-vacio-deportivo.html
«La tía esa es roja, pues a misa con ella»
Así se encapsula, por lo visto, la actitud caciquil y punitivo de las clases propietarias en tiempos de la guerra civil española respecto, típicamente, las mujeres más socialmente díscolas (esto es, desde la crueldad social especialmente pueblerina bien conocida, por otra parte, de la banda nacional, finalmente ocupante). Pero yo quisiera actualizar el contexto digamos fisoantropológico como en realidad constante subyacente (pero, como digo, puesto al día). Y se puede resumir así y al estilo parecido del de aquellos salvajes: que Ud. como pequeño energúmeno que es que no alcanza a cultivar un mínimo de circunspección psicológica -para lo que ayuda mucho el desarrollo cultural, aunque sea minímamente- y que solo confía en el poder del que cree Ud. que, de una forma u otra (pero por lo general desde la óptica sobre todo del dinero), dispone sobre otros seres humanos, digo pues al futbol con Ud; que así contribuirá más y mejor a una estabilidad colectiva ciertamente vigorizada, pero que no peligra con desbordarse al asociar falsamente hueras ideologías con lo que es en realidad una circunstancia técnica de la antropología sedentaria, a saber: simplemente, la fisiología de Ud. dentro del contexto de su consumación vital, nada más. Y así, con el espacio que gracias al posmodernismo cultural en forma de la sociedad del consumo se le abre a Ud. para que pueda vigorosamente ejercer esto que es Ud, empero sin que llegue nunca a relacionar contenido seriamente ideológico alguno con lo que es, como digo, una circunstancia simplemente de nuestra naturaleza en realidad fisiológica frente a los límites de la antropología de base agrícola; esto es, queda Ud. digo, amordazado dentro de un la efervescencia de su propia vitalidad (vitalidad que, a fin de cuentas, siempre solo ha pretextado una estructura racional en la que apoyarse, pero con el fin real pero críptico de su propia vivificación en el tiempo, y poco más); con lo que el daño posiblemente estructural y a escala de la aquellas décadas de la primera mitad del siglo XX, pasa a constituirse en poco más que una circunstancia en realidad financiera (esto máxime por cuanto alimenta la industria audiovisual como otro campo totémico más, y fertilísimo, en el que Ud pueda vivificarse fisiometabólicamente, frente a los límites reales de la antropología agríola).
¿La España vacía o la vaciada?
Y sobre todo si uno habla en nombre de dicha región o categoría en representación política, ¿por qué la expresión de preferencia resulta ser la vaciada y no la otra? Esto puede ser debido al confort fisiológico que presta la agencia implícita que denota siempre la voz pasiva, sentido que el adjetivo verbal resalta frente al adjetivo no verbal. O sea, que esto alguien lo ha hecho es lo que se sobreentiende visceralmente (y no de forma conceptual) a partir del uso del modo verbal pasivo, significado que es siempre mejor frente a la desolación de aquello que es y que no se entiende nada respecto a sus causas. También debe resaltarse el sinsentido que implica decir vacío cuando el evidente hecho de hablar de ello desdice el sentido mismo de la palabra; es decir, que la España vaciada no está vacía (de ahí que pueda hablarse respecto de este hecho). Y pudiera ser, entonces, que se entienda esta opción como postura vital una forma de doble desafío, en tanto resistencia contumaz frente a los hechos: queda implícita, por una parte, que esto lo ha hecho alguien, o al menos que no surge de la nada y tiene una causalidad que se puede entender (e incluso una agencia posiblemente real humana, pues la voz pasiva permite insinuar precisamente esto); porque reconforta el hecho de poder aprehender -poder apresar racionalmente- el hecho causal agentivo, incluso (o especialmente) cuando respecto a los intereses de uno esto resulta contario. Y, por otra parte, el escoger la expresión adjetival que se origina en la voz pasiva frente a la otra, se está reafirmando existencialmente el habitante de esta zona en cuestión, quien se erige, de repente, sobre el hecho evidente de que mientras exista uno y pueda uno hablar, en ningún caso puede predicarse la vaciedad real de nada. Y así, parecería que la coherencia lógica, en algunas circunstancias extremas, deviene en una forma de poder para el sujeto psicológico humano individual quien, fácticamente como tal, vive realizando su propia vitalidad fisiológico-corporal, y pese a todo.
La cuestión de Diós de Xavier Zubiri
Por cuanto sea pertinente a la parte social y sociorracional de la individualidad antropológica, allende el solo estar fisiocorpóreo anterior, toda lógica o narrativa vital socialmente impuesta por su propia relevancia moral para todo individuo perteneciente, constituirá el equivalente universal a esta misma cuestión. Porque el hecho imperativo de tener que ser un inviduo sociorracional, solo se origina a partir de un grupo, universal e inexorbalmente. Luego, todo cuestión de Diós es, en realidad, una circunstancia opróbica de todo saber antropológico posible, siendo el ámbito divino-estructural una verdadera mecánica epistemológica de creación y permanente reconstitución del individuo sociorracional y su saber grupalmente particular (esa individualidad que, como dispositivo antropológico, se debe precisamente a una obligación sociorracional-opróbica, exigida siempre de parte de un determinado grupo humano histórico).
Physiosensory Credence
A igual que puedo postular conceptos sobre cualesquiera circunstancias que no estén susceptibles de contradicción empírica, puedo asimismo vivificarme en toda creencia igualmente sostenible por cuanto no pueda contradecirse ni concretarse más allá de la convicción sensoria personal, más o menos inmediata pero colectivamente (o sea, opróbicamente) reforzada. Así, siempre podré sostener la creencia en que el autobús, de una línea urbana que diremos el numero 5, vendrá dentro de unos 7 minutos y medio, por ejemplo, pero no me es lícito creer seriamente que el conductor será Papá Noel.1El caso es que, con el tiempo, se crea un contexto estructural en el que los seres humanos podemos, digamos, ejercitarnos en nuestra propia fisiología metabólica, respecto de todo aquello que tanto anhelamos como pudiéramos también temer. Pero una estabilidad así antropológica y que podemos decir fisiosemiótica, viene a sujetarse, al fin, sobre una muy importante -verdaderamente crucial- ambigüedad que nos sirve, en tanto los agrícolas que somos como parte de estructuras sedentarias, siempre que dicha ambigüedad no pierda, un un sentido u otro, su ambivalencia esencial. Porque si no, el espacio que empleamos fisiológicamente nuestro ser físicamente singular, queda de repente trastocado, destruida la ilusión de lo sedentario en sí; y entonces, nos encontramos cuerpo a cuerpo, como si dijéramos, frente a los demás y el nudo desamparo de solo lo corporal. Y resulta que los cuerpos humanos materiales somos de forma sedentaria y dentro de nuestra propia consumación vital individual, solo si participamos de una suerte fe respecto de lo que no está presente de forma inmediatamente palpable: que es esa fe en verdad lo que sostiene finalmente lo corporal y la que no se puede violar sino con la consecuencias más vertiginosas para la estabilidad colectiva, finalmente socioeconómica.
1Cita casi literal de las palabras del actor Richard Burton como protagonista de El espía que volvió del frío (1965)