Causas fisioantropológicas de la necesidad utópica humana:

No es necesario siempre estar en posesión de un sentido vital: a veces el cuerpo bien lo sabe sin que sea necesario conceptualizar nada o más bien poco. Porque debajo de lo conceptual siempre está lo fisioantropológico. Así la rutina, por ejemplo, quizás sea la fuerza de otorgar sentido más importante para nosotros. Y también antes que lo conceptual en sí habría que considerar el ímpetu sociobiológico (de origen desde luego zoológico) que nos habita, el del conflicto en sí y de por sí, y que, de no existir otro dispositivo de imponer orden sobre el contexto sedentario, vuelve a materializarse (y esto históricamente una y otra vez).

Y afirmar, por otra parte, que la estabilidad sedentaria se basa en el attrezzo semiótico (de manera que la vivificación sensorio-metabólica pueda darse lo que requiere efectivamente la consolidación del despegar semiótico, como aquí hemos teorizado) es también decir que el sentido conceptual es secundario de alguna manera respecto de la fisiología nuestra. Pues en caso de que de hecho no rija ninguna semiótica conceptual o saber narrativo, los grupos humanos podrán siempre recurrir al orden digamos pendenciero, que es en realidad algo así como un constante sociobiológico humano: a través de la pugna en el fondo corporal entre los cuerpos diferentes siempre se ha logrado la estabilidad al menos funcional respecto a todo espacio físico-material, tanto intra como inter grupal.

Es decir, en cuanto a lo utópico como atrezo o instrumento semiótico entorno al cual se ancla la proyección fisiológica de los sujetos pertenecientes, se trata de algo así como un dispositivo en cierta forma ya innato en nosotros sobre todo como sujetos biosociales de antropologías sedentarias, pues hemos de vivir en la tensión de algún ideal, meta o fin hacia cual proyectarnos como seres fisiológicos o, si esto no es posible, delegamos todo en el nuevo surgir del viejo y atávico orden pendenciero que se impone a través, simplemente, del forcejo entre las partes pertenecientes a nivel en principio estrictamente corporal: entidad o calidad fisiológica en verdad zoológica y con la que compartimos con el mundo animal, lo siniestro de todo vacío político-cultural es precisamente la oportunidad que da a la fuerza gravitacional de nuestra propia naturaleza este sentido agonal.

Pero dicha sujeción pendenciera también se da cuando, al rebajar la complejidad intelectual-moral del discurso social, el orden semiótico-conceptual acaba por «pendenciarzarse» como en el caso de lo que constituye una suerte de icono para nosotros monumental que fue la Alemania Nazi del siglo pasado: puede argumentarse, en efecto, que dicho episodio solo superficialmente retuvo nada más que la apariencia de una antropología agrícola, cuando en realidad se desató respecto de todo arraigo sedentario para lanzarse sobre el precipicio del delirio de una expansión en todos los sentidos alocada de tintes más bien nómada. Pero, evidentemente y como aquí hemos argumentado, la estabilidad sedentaria depende de cierta complejidad semiótico-conceptual por medio de la cual podemos vivificarnos sensoriometabolicamente, postergando en alguna medida, el plano solo corporal.

Aseveramos, por tanto, que toda estabilidad sedentaria que no dependa principalmente de la pugna funcional para sostenerse en el tiempo, ha de concebirse necesariamente como utópico en este sentido estructural y subyacente: los contextos sedentarios no se mantienen en el tiempo sin la fijación opróbicamente lograda de metas finalmente conceptuales. Parecía evidente que toda cosmología cultural-religiosa (e incluso simplemente política), va universalmente encaminado a este fin, como marco dentro del cual nos ejercitamos fisiosemióticamente como sujetos morales frente a la sociedad históricamente determinada de nuestra pertenencia propia.

De ahí que la utopía intelectualmente elaborada (Platón, Tomás Moro, etc) sea por tanto la cristalización de esta misma tendencia basal, pero en función de consideraciones político-filosóficas o morales más precisas y conceptualmente elevadas, como ha correspondido siempre a experiencias sedentarias más prolongadas en el tiempo histórico y respecto del problema constante de las mismas ( lo de nuevos horizontes semióticos donde ejercitarnos sensoriometabólicamente, más allá de la limitación agrícola y en la postergación, de alguna manera, de lo corporal).