3.La levedad como empeño vital más profundo

Imagen con un Julio Iglesias de mediana edad disponible como “meme” en internet

O, dicho de otra manera, se nos presenta cierta opción disponible en tanto usuarios antropológicos de vivir en la tensión del conocimiento histórico-estructural de la condición humana siempre que no se pueda nunca definitivamente asirse; porque, después de todo, cualquier “verdad”, una vez que se diga y no habiendo mayores consecuencias para las personas puesto que no puede ni confirmarse ni, más crucialmente, contradecirse, se vuelve simplemente una opinión (entre muchas otras).

El juego, pues, se defendería en términos de ámbitos de vivificación moral-intelectual que se sostienen sobre aseveraciones que, aunque interesantes y muy plausibles, quedan fuera del alcance de nuestro poder técnico de confirmación; que sería ese aspecto de impuesta limitación, gestionada aparte y en otro plano, la clave estructural y en cuanto la viabilidad sedentaria.

Aunque sí que hay datos e indicios que apuntalan una aproximación empírica al asunto, pero es de suponer que no serán nunca de carácter ni inequívoco ni demasiado contundente. De manera que el juego se podría entenderse como una forma de fe.

Pero, a diferencia de las religiones antropomorfas históricas, se trataría de una fe científica porque se apoya en inferencias y conceptualizaciones racionales que dependen, en última instancia, de los datos y conocimiento científicos conocidos; asertos que quedan, por tanto, sujetos a una continua revisión precisamente porque se realizan en el empeño moral-existencial de conocer la realidad. Si bien, por razones -ahora sí- técnicas, dicho empeño no puede minar los suportes de la viabilidad sedentaria en sí: por razones técnicas y por respeto a las múltiples subjetividades distintas de las que dependemos como individuos socializados y en tanto usuarios antropológicos; que lo técnicamente acertado, aquí en este contexto, es el respecto por la homeostasis ajena.

Porque, evidentemente, el respeto -la tolerancia- hacia la realidad subjetiva de las personas en general, y sobre todo su derecho inherente a la consumación de su propio tiempo fisiológico, es, ha sido siempre, piedra angular de la viabilidad sedentaria, si bien se ha entendido esto en su forma más políticamente práctica (y por otra parte lógica) que es el de la estabilidad, se imponga como se imponga (de facto y por la fuerza, la guerra, o a través del comercio, y en tanto democracia formal. etc.).

Pero ahora, para poder participar de este dispositivo fisiosemiótico que ahora proponemos, se ha de entender que, efectivamente, existe un plano estructural mayor allende la vivencia homeostática de cada uno; que es ahí donde reside el sentido técnico de la condición humana; que es en última instancia en dicho plano agregado donde habita lo que no tenemos más opción que entender como lo auténticamente racional en tanto que estructural.

Postulamos, además, que dicho plano es racional en un sentido técnico precisamente porque queda regido por un ente humano que, siendo capaz de situarse más allá del plano colectivo y socio-homeostático, tiene realmente por meta propia, exclusiva y sin rival alguno, la gestión agregada la condición humana terráquea y respecto, probablemente, de la vida orgánica en su extensión también planetaria. De manera que nuestro acceso al sentido real del mundo es a través de esta fe científica que como tal -es decir, como fe- permanecerá, puesto que así se está protegiendo, y también ampliando, el espacio fisoantropológico humano sin renunciar, en última instancia, a los beneficios materiales, especificamente de las sociedades de mercado (con implicaciones metabólicas también agregadas).

Pero, después de todo, es un sentido que se ofrece y también una invitación a acarrear con el peso del conocimiento humano en su urgencia histórica actual. Y de aceptarse -si así lo decide usted- tendrá que reajustar su concepción de la vida y como valorarla, sobre todo a partir de una conceptualización que presta mucha más importancia a la experiencia corporal en sí que lo que la historia occidental -y por ende la historia de la ciencia en su conjunto- jamás lo hubiera asignado (aunque sí es cierto que los últimos adelantos de las neurociencias y en su aplicación al campo de la antropología y las ciencias humanas en general, apuntan a renovada contemplación de la importancia central del cuerpo).

Y, mientras tanto y no habiendo a nuestra disposición un sentido civil de la vida -o no al menos de la misma forma que antes- podría incluso tener un aspecto positivo entender los tiempos actuales como tiempos de guerra en los que toca combatir en la forma de una empedernida resistencia personal para seguir adelante, porque es colectivamente -moralmente- urgente y todos dependemos de ello, y porque ahora está usted en posesión de un sentido en el que apoyarse como razón de ser: porque usted se está posicionando ante una aproximación al porqué del mundo actual, el por qué es como es, si bien esto nunca se lo van a decir sino que tiene que conjeturarlo usted mismo.

Es aconsejable, por otra parte, que busque usted prestar menos atención a las oportunidades de indignarse (dulce manjar metabólico que es para nosotros, con todo) para concentrarse en su propio y descreto empeño por seguir adelante, pero ahora como acto de autoafirmación moral, puesto que, en efecto, está usted en posesión de un sentido de las cosas, de una ideología que hoy en día no abundan en absoluto. Porque con ese sentido que se le brinda, se suma usted a una causa que no puede existir públicamente como tal nunca: porque la verdadera magnanimidad del acto de resistir es la deferencia a los demás, pero ahora razonada y asumida no solo en tanto deber moral y humano, sino como en sí misma una forma de esperanza, puesto que lo que sí parece claro es que alguien está al mando de todo esto; un alguien con el poder de elevarse por encima de toda lucha política o siquiera respecto cualquier forma de innecesaria legitimidad más allá su propio posicionamiento de facto. Una esperanza también en el saber que el sentido de las cosas no está en uno mismo sino en el decurso del tiempo humano colectivo y como condición, cuyo desenlace (si es que ha de haber uno) no es, en última instancia, asunto nuestro (pero sí de alguien).

Mientras tanto, cuidemos al mismo tiempo como valor humano la estabilidad al menos semiótica en la que vivimos, respecto una comprensión de la historia reciente y todas las inferencias públicamente consabidas que de ella puedan sacarse, porque es lo único seguro que tenemos; una verdad funcional en tanto que la acepten billones de seres humanos, más o menos acríticamente y según perspectivas varias para poder sostenerse en la consumación cotidiana de sus propia existencia; y verídica, por tanto como fundamento en última instancia del confort material a través del tejido económico -y desde luego capitalista o «de mercado»- que se alimenta de los cauces metabólicos humanos y agregados, pero no porque dicha semiótica sea empíricamente cierta, o no en toda la dimensión con la que se presenta ante nosotros la narrativa de toda actualidad pretendidamente histórica: pues es, básicamente y a estas alturas solo eso, una pretensión ahora y desde hace algunas décadas de forma cada vez más visible, pero que busca urgentemente su utilidad en tanto que podamos todos agarrarnos sociorracionalmente a ella: no solo tendrá usted que creer en ella también sino defenderla.

Porque, como cuerpos sedentarios, dependemos de un necesario attrezzo conceptual y semiótico para optar a la vivencia sobre todo sensorio-metabólico de nuestro propia yo socializado y en la consumación longeva de cada uno: que eso en sí y de por sí usted lo tendrá que defender diente con garra, que se dice, al mismo tiempo que discretamente, sin que tenga que significar mucho más: ése es el gran valor de la experiencia fisiocórporea (y su naturaleza inherente socio-homeostática) que la cultura occidental no ha sabido valorar muy bien, sobre todo porque no supo entender la funcionalidad en realidad colectiva de nuestra experiencia racional sino solo hasta hace muy poco.

Manos a la obra pues, que se suele decir en estos casos. Y que os sea leve, que en eso está el peso real de las cosas; o así al menos lo veo yo y según los argumentos aquí expuestos.

Vale.