La cognición humana en su función performativa y antropológica versus la literatura

….Las burbujas lo logran tanto dándonos lo que queremos o, al contrario, mostrándonos alternativas tan radicales que nos enfadan y reafirman. La literatura hace justo lo contrario de todo eso. Te lleva en la cabeza de alguien, incluso muy lejano de ti, y te hace vivir ahí dentro, por un momento, por un periodo. Luego sales, pero tal vez, cuando has salido, te queda una clave para sentir y saber que cada uno de nosotros tiene un punto de vista diferente sobre el mundo, porque cada cual tiene sus razones. Solemos pensar que solo los demás están atrapados en una burbuja, pero no es verdad. Todos lo estamos. Y la literatura te permite salir. Por tanto, es un antídoto, más importante y potente que en el pasado”. Giuliano da Empoli

Y esto debido a la naturaleza de nuestra cognición: pues la razón humana es dispositivo de burbuja, ya que en su origen supone una forma colectivamente producida de imponerse sobre la realidad a través de una representación de esa realidad. Su poder antropólogo original consistía en precisamente en este mecanismo fantástico de dominio e imposición del grupo -a través de la racionalidad individual- sobre el entorno grupal. Pues el cuerpo singular se amparaba por medio de su participación en está suerte de ilusión colectiva que es toda racionalidad cultural.

Fundamentos de la función performativa de la cognición:

  1. Si de naturaleza homeostática, entonces de naturaleza también hedonista.
  2. Si hedonista porque homeostático, se entiende simplificando el modus vital humano como un esfuerzo por la consecución de confort (en el sentido más amplio de este).
  3. De ahí se siga que el poder para los seres humanos, en todo momento pero respecto infinitos contextos diferentes y potenciales, es la capacidad efectiva de esta consecución.
  4. De la naturaleza homeostática humana se sigue asimismo el carácter correlativo de la cognición humana.

Es decir, la habilidad de imponer deducciones lógicas y correlativas respecto nuestra representación sociorracional del mundo aunque no estén empíricamente comprobadas, debe entenderse desde la misma óptica de imposición vital que supone nuestra calidad sociobiológica homeostática.

5. La imposición en este sentido cognitiva, por tanto, no sería otra cosa que la continuación neuroquímica de una misma violencia vital ya presente en el dispositivo biológico más elemental sobre el que se yergue la vida multicelular, esto es, la homeostasis.

6. La violencia como imposición vital es también el punto inicial del significar humano, tanto en nuestra vulnerabilidad de cuerpo físico singular ante la coerción del grupo de pertenencia (base de la moral), como también respecto los padecimientos ajenos por nosotros presenciados.

Es decir, el concepto reciente (de los años 90) de las neuronas espejo permite pensar que la empatía como mecánica de cohesión de los grupos humanos es un fenómeno mucho más fisiológicamente potente para el individuo perceptor que se hubiera sospechado con anterioridad. En este sentido se hace -se haría- necesario conceptuar el afecto y nuestro natural inclinación hacia él a través, simplemente, de la repetición de los contactos interpersonales (o eso al menos respecto a la mayoría de las personas la mayor parte del tiempo), como fuerza que contrarresta, de alguna manera, otras tendencias hacia la competividad, los celos/envidia y las pendencias en general entre nosotros: porque el afecto crea algo de valor visceral para nosotros suscepetible de perderse si no sabemos prever y evitar su pérdida.

La homogeneización sociorracional versus la pulsión distintiva bourdieuiana:

La violencia opróbica que condiciona los contextos socio-homeostáticos antropológicos y que es la fuerza homogeneizadora más importante que subyace a la sociorracionalidad, se ve contrarrestada por la pulsión distintiva bourdieuiana. Y de cuya relación compleja entre sí nace, y se va reforzando, la estilística individual de la personalidad.

La intergración fisioantropológica del individuo perteneciente a través de su propio yo sociorracional (en su misma intimidad autoconsciente) puede entenderse como una forma de homogeneización, si bien no atempera el ímpetu vital individual por perseverar sino que lo pone a disposición, en realidad, del colectivo, lo que desde un punto de vista evolutiva muestra una lógica decisiva: que la violencia existencial por perdurar, que solo puede conocer el inviduido corporal y singularmente desamparado, se transfiere, a través la intergración sociorracional y afectiva, a una defensa (pocas veces racionalmente comprendida) del colectivo en sí. Pues tal es la dependencia real del yo socializado en los otros pertencientes que, en situaciones extremas, se confunden ambos a favor, claramente, de la posibilidad de supervivencia evolutiva, es decir, no la del individuo concreto sino del colectivo.

Por ello se precisa no perder de vista que esta forma de homogeneización encontrada de los grupos antropológicos (que no suprime la violencia individual sino que la redirige), solo es posible en su relación compleja con la homeostasis individual y emotiva al garantizar espacios de autoimposicion personal. Es decir, la violencia vital que es el invidividuo que brega de forma permanente -y a todos los niveles- con la consecución de su propio confort homeostático (bien físico o hasta en un sentido de autoimagen moral) busca continuamente nuevos formas de organizarse, y al albur de todo cambio evolutivo o, después, social. Pues la violencia invidual -en un sentido simplemente vital y de la vida misma- es una constante del tiempo humano y, en cierto sentido, el motor del mismo.

Los espacios miméticos universalmente surgidos a partir de toda experiencia sedentaria, por ejemplo, constituyen formas de reorganización de esta misma violencia de autodefinición que necesariamente se han de poner a disposición de los sujetos homeostáticos pertenecientes: el ejemplo norbertoeliasiano de la cultura cortseana del medioevo europeo (respecto de unos señores fuedales cada vez menos guerreros y sin más opción histórica, finalmente, que ponerse a servir en las cortes de unos pocos señores que quedaban; función que requería una nueva disciplina personal y política, de corrección social y un savoir faire que eliminaba cualquier atisbo de violencia física entre los nobles de la corte) puede entenderse como una históricamente novedosa forma de tránsito de la otrora violencia física cruenta a contextos interpersonales de “violencia” de caracter más metabólico en tanto que intímo y de caracter moral, basado muy probablmente sobre la autoimagen socializada de cada uno (de hecho, el término que utliza Elias es el de la «auto-incoacción psíquica»1).

Pero asimismo la opción consumista de las sociedades modernas de defnirse el individuo en uno u otro sentido, según una marca de ropa u otra; o al votar en uno u otro sentido para esta o la otra opción política; o bien afiliarsae a uno u otro club reacreativo o fubolístico, etc., pueden tambien concebirse como espacios para la autoimposicion personal (según los gustos, claro, pero también respecto una autoimagen «opróbica» frente a los otros); una autodefinición como imposción que no sería sino otra reorganización história más de una misma violencia vital primordial y aun permanente.

Pero la complejidad de la antropología se debe a la complejidad de nuestra cognición, y no hay más remedio que modificar nuestra relación con la violencia mas no cabe suprimirla sin más (es decir, para la civilizción la clave ha estado siempre en su conversión en contextos miméticos recurriendo a la mecánica opróbica del yo sociorracional, esto es, al explotar nuestra capacidad de viviencias de caracter moral, particularmente a través de nuestra capacidad de sentir vergüenza y la culpa; junto con la teatralizacion social del sino individual como exempla moral). Porque la pertenencia al grupo sobre la que se basa nuestra psique no ha dejado nunca de ser un femnómeno complejo por paradójico, que homogeneiza a través de lo dispar, y que une imponiendo y cultivando el conflicto entre las partes.

¿Cómo entender, entonces, la literatura?

La vivimos precisamente en su complejidad, respecto a esa forma de producción literaria que la modernidad entendía como literatura “seria” que actúa como un espacio auxiliar que se sale del parametros de la racionalidad empírica y en el que las vivencias estéticas (o sea metabólicas mas no físicamente cruentas) tienen que ver con la subjetividad humana (lo emotivo y las pulsiones menos conscientes) que, por simplicidad operativa, la ciencia moderna nacida de la Ilustración eliminó por completo. Y puede ser por eso que se fuera haciendo tan importante en Occidente la experiencia literaria, y en conjunción después con la experiencia cinematográfica, pues que las narrativas hechas en base a imágenes sí que se dirigen en el individuo a esa esfera de nuestra experienica que no se puede aprehender racionalmente, y no porque sea irracional sino que, en realidad, tiene que ver con el modo en que funciona nuestra cognición que se sujeta -hoy en día ya sí que cabe hablar de ello- en la mente inconsciente o el “cerebro automático” del que nuestra consciencia racional sería un producto secundario, emergente y como casi circunstancial respecto siempre a un entorno determinado y contingente.

De manera que se puede decir que solo somos conscientes a partir de un estado homeostático y socio-homeostático momentáneamente anterior; que es también decir que la constante en cuanto a nuestra experiencia es, en realidad, el estar, que queda interrumpido por el artificio nuevamente erigido de todo ser sucesivo: pero al parecer, las lógicas pictóricas en las que consisten tanto la literatura como toda narrativa cinematográfica (lógicas que por ser imágenes eluden mucho mejor las trabas a la emoción que a veces tiende el lenguaje), llegan a digamos dialogar mucho mejor con esa parte no racionalizada, o prerracional, de nosotros.

Es decir, lo apolíneo (el ser) no tiene más remedio que buscar su sustento dionisíaco donde pueda, y en el decurso de la sociedad industrializada, desde su aparición y hasta hoy en día, se constata una permanente dependencia en este espacio auxiliar socio-homeostático que es la novela moderna, después en conjunción con el cine, pues se trata de otra reorganización histórica más de la “violencia” en forma de vivificación estética que, al operar fuera del parametro racionalizado, contribuye a reforzar el orden cultural y apolíneo. En cierto sentido, puede entenderse como una vivencia vicaria que, como es de carácter metabólica (y tambien socio-homeostático, por ello también relevante moralmente), supone poder vivir hasta cierto punto experiencias ajenas que constituyen el simulacro de dilemas morales que transitoriamente vivemos de prestado como si fueran los nuestros.

Pero probablemente deba esto entenderse como una paso más en la historia universal sedentaria que siempre se ha sujetado por espacios miméticos auxiliarse que ejercitan a los participantes y espectadores en su propia vivificación sensoriometabólica y prerracional, pues que nuestra tesis es que lo sedentario se debe a, no puede haberse desarrollado sin, este recurso metabólico a la representación y simulacro socio-homeostático como espacios incruentos donde sí que puede el yo socializado desfogarse respecto a la presión socio-homeostática a la que todo yo perteneciente está sujeto.

Caso de la literatura cortés del XI como antecedente de la novela moderna que surge al mismo tiempo que la progresiva conversión de la edad feudal en el principio de las monarquías absolutas europeas ¿pues cómo seguir adelante como señores feudales de la guerra que ya no pueden guerrear sino que tiene que servir en las cortes de otro más poderoso? ¿Cómo seguir en una nueva brecha digamos de las relaciones sociales jerarquizadas de la corte que obliga al individuo a una permanente autocontrol emocional y donde está tajantemente prohibida la violencia física, sin alguna vía euforizante y al menos estética (es decir, metabólica e inicialmente incruenta)? Y coincidente en el tiempo histórico de consolidación política que estudiara Norberto Elias respecto al medievo anglonormando, surge dicho género que se define como claramente de caracter evasivo pues ¿qué otra vía hacia lo dionisíaco tendría el estadio apolíneo de aquel momento y que no fuera la violencia física que se había vuelto totalmente anatema?

La coincidencia pensamos que está estructuralmente causal, junto probablemente con el auge entonces del uso y desarrollo de instrumentos musicales, y por las mismas razones.

Y la necesidad de poder imponerse, aunque sea en la forma de un eufórico escape evasivo, al surgir de nuevas presiones socio-coerciativas, solo la puede calmar el sujeto homeostático a través de la vivencia de su propio poder de autodefinición y control frente su a hedonismo más íntimo, vital e infatigable.

(Además, no tenían Netflix)

1. La sociedad cortesana (1969)