- Hannah Arendt: ¿De qué está hablando en el fondo la autora de Los hombres en Tiempos de oscuridad respecto de eso de que hay cosas más importantes que simplemente tener razón (me estoy refiriendo al capitulo primero de dicha obra y sus reflexiones sobre el escritor ilustrado alemán, Lessing)? ¿Puede ser eso una referencia al hecho de que la vida se tiene que poder valorar no solo desde un punto de vista ética, sino que esa otra parte anterior a todo concepto, de carácter fisiológico-corporal (neurológico y somatosensorial, finalmente) previo a toda posibilidad de significarse conceptualmente (aunque sí respecto quizá de una moralidad remota solo corporal y ante la pertenencia a no al grupo); esa parte que se tiene que poder abrazar en los seres humanos y a partir, claro está, de la autoasunción propia de parte de nosotros mismos, que no tiene, sin embargo, voz propia (porque no pertenece en todo rigor a la cultura semiótico-racional establecida, sino que crípticamente es el fundamento de la misma). O como en dice Antonio Machado en su poema Autorretrato, quinta estrofa:
Converso con el hombre que siempre va conmigo
—quien habla solo espera hablar a Dios un día—;
mi soliloquio es plática con este buen amigo
que me enseñó el secreto de la filantropía…
O sea, se trata en realidad de poder valorar la vida en su origen corporal y pre-social: creo que es eso de lo que están hablando -tanto Arendt como Machado- y que le cuesta mucho a toda cultura puesto que toda cultura (el universo mismo que supone su idioma, ética y valores) se asienta sobre la retención críptica de su cautivo estructural que es algo así como nuestro aparato neurológico ante consciente, que es en definitivo y siguiendo la idea de Agamben en Homo Sacer, el cuerpo desasociado y estructuralmente alienado para que podamos ser universalmente lo que somos en la unicidad específica de cada cultura y grupo humano histórico particular. Y la cuestión ética suprema, entonces, sería ésa, que es el poder valorar lo que no posee ni el poder ni la dignidad de una voz en realidad propia, sino solo podemos contemplar a través de una experiencia visceral que difícilmente se presta a palabras, y lo que es aun más grave, que nos obliga a aceptar como dos planos de experiencia humana, pero ahora en un sentido técnico, más allá de todo encanto literario-filosófico de las paradojas. Porque es solo con esos dos planos que se puede proceder con la razón humana y una articulación conceptual de la situación. Porque de lo contrario, nos quedamos plantados como si del jardín de Wittgenstein se tratara, mudos pero no parados para nada, sino feroces como siempre.
- Análisis del sustantivo del inglés «creep» como muletilla lingüística de sentido despectivo:
Su aplicación calificativa a otro ser humano supone el ahuecamiento tajante del objeto humano de toda interioridad, pues la definición de creep parte en realidad de la imagen del movimiento de insecto o reptil (solo ellos como seres animados pueden participar de esta acción como verbo, salvo que se quiera significar metafóricamente el movimiento humano ‘con sigilo’); ahuecamiento que me recuerda a Amazon como empresa que reduce todo a cajas que se hacen circular por ahí sin que importe ni mínimamente el contenido de cada una, o eso al menos desde el punto de vista de la impresa y su modelo empresarial; un proyecto que asombra con la plétora de diferentes artículos anhelados por los seres humanos de toda posible cultura y que pueden asociarse el logo tipo de la sonrisa tensada, siempre que el articulo real (ya no como imagen, sino objeto físico) quepa, eso sí, en forma y molde de paquete postal, de tamaño mediando, tirando como mucho a grande.
Pero queda la vivencia humana -la vida humana- que solo puede ser personal y que no tiene más remedio que interesarse por el contenido, pues ocupa un espacio físico único que no puede finalmente uniformizarse ni homogeneizarse más (que es el de un cuerpo físico finalmente irreductible); queda la vida, digo, desplazada a alguna clase de periferia técnica enmudecida mientras lo realmente importante es, cada vez más, la circulación de las cajas en sí; porque es una herramienta estructural que permite cierta clase de representación sugestionada de vida humana, al menos a partir de una vertiente de actividad que referencia (aunque de forma remota) el deseo e ímpetu fisiológicos humanos; y que, si bien constituye solo una referencia, solo una noción de vida, sirve, no obstante, para que los demás podamos agarrarnos al menos en nuestra propia experiencia fisiológico-vital (en nuestro propios deseos, proyecciones fisiosemióticas, y anhelos) a una suerte de certeza sentida y visceral de que la vida sigue como siempre, que de hecho es visceralmente cierto si hay suficiente ambigüedad estructural que impide cualquier clase de definición definitiva de aquello que podría estar pasando más allá de nuestra capacidad de percibir ni de concebir (lo que no excluye ni tampoco confirma, precisamente, la posibilidad de que efectivamente exista o esté ocurriendo otra cosa respecto un nivel macro humano y estructural). Pero en todo caso, se trata de una ofuscación, y una confusión, de carácter técnico-instrumental que utiliza lo visceral de la percepción somatosensorial humana para postergar de alguna manera -dejando efectivamente en suspenso – el peso de cualquier objetividad confirmada, entonces inexorable: O como alguno de los dilemas chorra que nos hicieran de pequeños los primeros años de colegio, tipo ¿Qué pesa más, un kilo de plumas o un kilo de acero?, en el que la imagen mental sugestionada puede llegar a obviar el contenido conceptual (que es, por cierto, la estrategia base en general de los magos y el uso que hacen de los sentidos humanos, pero en aras, como no, de nuestro mayor, vivificado deleite metabólico-sensorial).
-
Sánchez Ferlosio, “Eisenhower y la moral ecuménica”(1980); párrafo final): La territorialización y militarización de los antagonismos ideológicos universales arrastra, pues, hacia la inanición y el desfallecimiento a las propias ideologías presuntamente defendidas y ofuscadas en beneficio de las armas que dicen defenderlas. Toda militarización acaba por hacer desaparecer cualquier atisbo inicial de antagonismo realmente ideológico que hubiese podido haber alguna vez siquiera en forma de deseo sincero, y las ideas acaban perviviendo solamente en la siniestra función de coartadas morales de las armas, con la sola vigencia de insignias distintivas, marcas de fábrica, señuelos de enrolamiento y movilización. No fines, por tanto, de las armas, sino instrumentos al servicio de ellas y de sus únicos, innatos fines intrínsecos y propios: el éxtasis de la victoria, el placer del predominio, la ambición de hegemonía, el furor de la autoafirmación.
A igual que la caja vacía de Roland Barthes, como imagen e icono conceptual final de Imperio de los signos (1970), que contiene a su vez una caja más pequeña igualmente vacía, los pretextos racionales -que a menudo son precisamente situaciones enconadas de alguna clase de oposición- sirven, no obstante y pese a las contradicciones que puedan incurrir (caso de la guerra fría en la industria del armamento que menciona la cita de Ferlosio), para sostener la vida sedentaria, crucialmente por cuanto acaban siendo el mecanismo bisagra de la vivificación somatosensioral y metabólica, y por tanto también de la constitución sociorracional posterior y recurrente que la efervescencia fisiológica reclama. De hecho, los contextos sedentarios agrícolas no serían viables sin fuentes de estímulo y vivificación somatosensorial para poder ejercitar una esencia fisiológica humana originada en -aun perteneciente a- un tiempo pretérito nómada y evolutivamente anterior.
Es en este sentido, por lo tanto, que no se puede razonar desde la óptica solo de a indignación moral, y por muy racionalmente justificada que estuviera (como en el caso de Ferlosio que lo está y con mucha precisión), sino que el camino técnico es sin duda la racionalización de nuestra entidad fisiológica, como la necesidad de tomarla en cuenta puesto que la sociorracionalidad de los grupos humanos (y los universos semióticos-culturales la sociorracionalidad fundamenta), es estructuralmente un apéndice en sí misma de nuestra naturaleza fisiológica, como he intentado desarrollar a lo largo de este cúmulo de textos. Una comprensión pues racional de, en fin, simplemente nuestra condición humana, requiere que el lado visceral nuestro (empezando con lo neurológico) que en mucho tiene que ver con el algo así como el furor de la autoafirmación que dice Ferlosio, se conciba en toda su importancia, y no como una corrupción respecto de un plano moral al que, como ideal, no se ha logrado finalmente aproximar. Esto es, el asunto técnico de la antropología sedentaria es la crisis fisiológica que supone para los seres humanos el paso de una vida nómada a la sedentaria, en la que el furor de la autoafirmación biológica ha de atenderse, de repente, de otra manera a través de la experiencia fisiológica encauzada semióticamente, puesto que no está ya disponible el otrora recurso de la vida en movimiento, más o menos constante (que no precisa, evidentemente, de tanto desarrollo cultural puesto que los contextos sociales obligados, cara a cara entre las personas que sí fundamenta la vida humana sedentaria basada en la agricultura, se disipan un tanto en el desplazamiento físico en sí).
En este sentido se hace preciso confrontar la cuestión ciertamente desagradable de los pretextos racionales como articulaciones finalmente estructurales dentro de una suerte de esqueleto lógóico-semiótico que está, sin embargo, al servicio en realidad del furor de la auoafirmiación nuestro; esto es, como cauce para lo que supone la vivificacion somatosensorial y metabólico individual, empero sin que peligren la estabilidad y complacencia bases de la antropología sedentaria; o más bien que dicha estabilidad se beneficie precisamente de la vivificadora contingencia, de la que llega finalmente a depender estructuralmente, y en el tiempo de las sucesivas -a la vez que simultáneas- generaciones. Como también atrezzo lógico, sería otra manera metafórica de describirlo.
Y es que la cuestión de por qué la cultura humana universalmente se basa en un componente críptico que elude el escrutinio racional (cuestión que me ha motivado durante mucho años y como cuestión, en parte, detonadora de este cúmulo de textos), no tiene, al parecer, otra respuesta que ésta: la condición neurológica humana que le presta un carácter emergente (y por tanto también una calidad recurrente) a la conciencia humana en su perpetua reconstitución a lo largo de toda vida individual, también acaba por dictar esta forma de alienación técnica de la parte somatosensorial nuestra, frente al yo consciente socialmente configurado (por la fuerza opróbica individual). Pero el yo consciente social es, sobre todo, él que me sé que soy yo aunque no sé muy bien porqué, sino que, típicamente, hemos de referenciar a otros (linajes, lealtades, asociaciones simbólicas con otros grupos, etc.) de forma que nos puede parecer a veces hasta cómica respecto de lo que en realidad se despunta como quizá uno de los mayores horrores que revolotean por ahí, siempre un poco más allá de nuestro conocimiento -aunque sentimos visceralmente que está ahí, eso sí- y respecto la consiguiente inseguridad existencial adicional que esta aprehensión nos acarea. Pues da miedo la noción visceralmente sostenida, seguramente a lo largo de toda una vida -de toda vida- de una cierta calidad ahuecada que no logramos nunca quitarnos de encima del todo (¡aunque la verdad es que no es tampoco necesario, si en mi propia vivificación metabólica y sensorial me puedo volver a volcar!):
Un ahuecamiento que rellenamos, otra vez, con la efervescencia fisiológico-sensoria que se pretexta quizá en parte (una articulación social y colectiva, a largo plazo es, evidentemente, imprescindible), pero que en realidad se erige monumental de por sí, y porque sí, como el imperio que supone, no semiótico (el del Barthes, el de los signos) sino en realidad como poderío fisiológico, pura sustancia viva y anhelante a partir de un cuerpo permanentemente desamparado.
_________________________________
Veáse 9. Nuestra bastardía neural