La «locomoción» en situ frente a los límites de la antropología sedentaria

(Abstracto)

Coincidencia en el tiempo sedentario industrial del siglo XIX:

-la ficción literaria breve contemporánea

-Periodismo de guerra y con imágenes

-el deporte como espectáculo en ciernes

-la violencia racial en EEUU

Desarróllese concepto de locomoción a través de la vivificación fisiológico-estética que resulta imprescindible respecto los contextos sedentarios: empezar en la edad media (Power of Images: History and theory of response(1989) David Feedberg; la pittura infamanti); o inculso respecto las pinturas rupestres, pasando por las religiones y la moralización general de la individualidad sedentaria, históricamente hasta el uso de la música popular y las imágenes fotográficas (después cinematográficas).

PUNTO TEORICO DE ARRANQUE

Los grupos humanos universales acaban por apoderarse de alguna manera de su propia vida sensoria (a través de prácticas rituales o ritualizadas) puesto que la experiencia fisiológico-metabólica es la verdadera argamasa de la consolidación sociorracional posterior. Y esto, respecto a contextos antropológicos de base agraria, tiende a servirse cada ve más de estructuras y dispositivos culturales mucho más fisiológicos que en realidad físicos. Pero dichos dispositivos se basan, naturalmente, en la fisiología humana original, en su capacidad de estímulo y vivificación -y esto crucialmente- respecto su vertiente exclusivamente sensoria:

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1.George Simmel

Las grandes ciudades y la vida del espíritu

…El siglo XVIII en sus inicios encontró al individuo constreñido por vínculos políticos, agrarios, corporativos y religiosos que lo violentaban y habían acabado por perder toda razón de ser, con lo que imponían una forma de existencia antinatural y desigualdades injustas. Fue en esta situación que nació la sed de libertad e igualdad —la creencia en la libertad total del individuo en todas las circunstancias, tanto sociales como intelectuales—, que haría resurgir de inmediato en todos los hombres el noble fondo común que la naturaleza había depositado ahí y que la sociedad y la historia se habían limitado a deformar. Al lado del ideal del liberalismo, se desarrolló otro ideal a lo largo de todo el siglo XIX, expresado por Goethe y el romanticismo por una parte, provocado por otra parte por la división del trabajo: los individuos liberados de sus vínculos tradicionales ahora desean distinguirse unos de otros. El valor del hombre ya no consiste en “el hombre en general”, sino en esa singularidad que impide que cada cual se confunda con sus semejantes. Al combatirse y combinarse de diversas formas, esas dos maneras de atribuir al sujeto su papel en la sociedad han determinado la historia tanto política como espiritual de nuestro tiempo. El papel de las grandes ciudades consiste en proporcionar el teatro de estos combates, y de sus intentos de conciliación.

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Visión que carece de un sentido ecológico de viabilidad: que la única forma de mantener en el tiempo este escenario de pendencia y auto afirmación cívico-individual como planicidad sedentaria, finalmente consumista, es a través de surtir grandes dosis de vivificación sensorio-opróbica para, de manera continua y constante, primar una nueve reconsitiución sociorracional (esa experiencia de intensa zozobra moral como el porqué mismo y visceral del yo social posterior); porque si no, acaba por volver a fraguarse, una vez más, el problema del desbordamiento del espacio fisiológico (que incluye a grandes rasgos el ámbito moral de la experiencia sedentaria en sí) ante un nuevo y desabrido ímpetu directamente físico (esto es, de una violencia corporal otra ves resurgida y sin ambages). Y llegamos al meollo de la cuestión histórica de la viabilidad sedentaria como verdadera condición contempóranea: o se le garantiza una fecunda exposición al menos visceral (para la gran mayoría del agregado fisiológico-sensorio humano) a la anomia estructural de su propia zozobra sensorio-moral (ante una estética escenificada de vida y muerte, de guerra, el crimen, la pobreza y demás abusos intolerables), o se renuncia finalmente a toda agencia respecto de la estabilidad socioeconómica a medio y largo plazo, recusándose, como si dijéramos, de toda pretensión ejecutiva para dejar, simplemente, que los cuerpos vuelvan a interactuar sobre el plano directamente fisioantropológico de los grupos, para dirimir, otra vez, una nueva primacía exclusivamente espacial (que es, por otra parte, la vieja y críptica pugna que la antropología sedentaria ha logrado desplazar a la periferia de su propia viabilidad en el tiempo, mas solo desplazar y nunca de forma definitiva). Y esto, por otra parte, es exactamente lo que ocurre con todo modelo temático del centro comercial -o el mall– que se pretenda imponer como dispositivo antropológico (a lo Crawford, por ejemplo): que no se sostiene por sí mismo, sino que depende estructuralmente de esta suerte de alimento sensorio-moral vivificante, con el sutil fin de que el sujeto fisiológico-social llegue verdaderamente a codiciar aquello que de hecho ya posee.

2.Margaret Crawford

El mundo en un centro comercial (en “Variaciones sobre un parque temático”, 1992)

Circunstancia técnica de la «vida temática» así descrita y su ecología: Que como se construye sobre la exclusión de lo corporal -de la anomia vital-emocional de lo fisiocorpóreo y prerreflexivo- precisa estructuralmente del estímulo externo en la forma de un horizonte sugerido, solo insinuado, del caos que acecha (el temor al crimen y a la violencia irracional, al horror ante la idea de encarcelamiento o la probreza, etc.). Tal ecología estructural de estabilidad, por una parte, y estímulo por otra, ha de componerse sobre todo en base a una semiótica de la amenaza -incluso del contagio (idea, creo, de Bauman)- que logra crear el necesario efecto de que el sujeto social quede de nuevo encandilado (como agradecido y hasta aliviado) con lo que son en realidad los límites de su propia inmovilidad real y fáctica. Con lo que se hace necesario concebir la semiosfera como instrumento imprescindble que apoya y auxilia, externamente y en cuanto su capacidad de vivificación, el cauce agregado más importante de los cuerpos en el tiempo socioeconómico. Y en este sentido, toda noción concepetual ha de rebajarse a una suerte de sintaxis mínima que articula lo que en realidad son multiples imágenes tonificantes: el lugar común intelectual, por tanto, que facilita este engranaje de imaginería opróbica y que no ameneza nunca con cuestionarlo ni perturbar seriamente al individuo, se erige en socio estructural preferente e imprescindible.

3.Pero, ¿qué quiere decir más exactamente sostenibilidad del contexto antropológico?

Tratándose de la antropología más sedentaria y que se fundamenta en la agricultura, sostener el contexto quiere decir, en esencia, que la necesaria complacencia y planicidad de la vida sedentaria se logre precisamente a través de su capacidad de vivificarse a modo, en el plano técnico, de un ejercicio de la anomia sensorio-metabólica de los individuos, para así justificar nuevamente lo sociorracional: así es como una periferia somatosensoria y prerreflexiva  (esto es, en el plano nuestro esencialmente neurometabólico) al vivificarse, contribuye a reconstituir nuevamente la centralidad sociorracional del orden cultural. En este sentido, puede quizá considerarse que la vida nómada, que se basa en el desplazamiento físico más o menos continuo, no necesita ejercitarse en este sentido, pues el plano corporal sería de hecho la esencia de su modus vivendi en el cual la vida sociorracional (esa experiencia que es más fisiológica que física) sirve de argamasa de la constitución grupal, mas no llega ni mucho menos a suplantar enteramente lo corporal. Aunque lo mismo, sin embargo, no puede decirse de la antropología más sedentaria que forzosamente ha de buscar acomodar una fisiología individual estructuralmente ajena (puesto que se forjó en su evolución biológica anterior y que, a partir de la agricultura, no puede seguir evolucionando) a un contexto que sí ha de reemplazar -o desplazar- lo corporal de una manera mucho más extremo que anteriormente.

¿Cómo hace esto la antropología sedentaria?

La moralización de la vida sedentaria como fuente de vivificación fisiológica (los dioses antropomorfos, por ejemplo)

El despegue semiótico-cultural histórico

-El yo sedentario mucho más totémico antes que físico(lo que crea una situación en la que la experiencia corporal y fisiológico-sensoria más primaria se retiene en suspensión, como si dijéramos, para así reforzar desde una periferia subalterna la otra parte nuestra más opróbicamente sociorracional y totémico. Así, no solo ha de trabajar el ser humano sedentario para comer, sino también porque esta manera de sujetar la experiencia física en sí sirve estructuralmente para salvaguardar el orden más semiótico que físico de lo sedentario).

Sostener el contexto sedentario, pues, supone lograr la acomodación de tipo fisiológico aquí descrita, respecto de una fisiología y su estrato neurológico más profundo que es común, tanto a la vida nómada como a la antropología sedentaria, además de universal a todo experiencia grupal-antropológico posible. En este sentido, la capacidad ópróbica (término que me he visto forzado a manejar por falta de otro) del individuo es la llave que conduce la sensorialidad metabólica y emocional del individuo hacia su parcial homogeneización como definición frente al grupo de pertenencia; pero esta homogenización en parte supone, en realidad, la configuración de la personalidad social y sociorracional, de tal manera que se es un individuo solo gracias al grupo; y que es en verdad el grupo que impone esta forma de individualidad sociorracional con el fin estructural de asegurar su propia permanencia en el tiempo. Hasta aquí el substrato digamos universal -respecto de toda antropología posible humana, tanto la sedentaria, como la nómada- de la geometría fisiocorpórea de los grupos humanos, frente al espacio físico-material del que dependen.

Ahora bien, una cosa que puede inferirse de esto es que sería, en realidad, la vivificación sensoria del individuo la fuerza más importante que digamos arrastra o compele al individuo a la tesitura de verse ante la necesidad de dicha parcial homogeneización fisiocorpórea, so pena de su defenestración bastante implacable, de una forma u otra, del grupo. Es decir, que cuanto más intensamente percibimos individualmente, pero en el contexto de apremio para nosotros vital que supone el grupo de pertenencia, más obligada -y quizá más vivamente real y sentida- resulta la propia personalidad sociorracional. Tratándose, entonces, de quizá el meollo técnico de los grupos humanos, y particularmente algo así como la bisagra que hay entre el individuo y la consolidación real del grupo, sería lógico que los grupos se adueñasen de su propia experiencia sensoria, y no dajarla enteramente al vaivén de los contingencias externas sobre las que no tienen control y que, además, pueden demorarse en el tiempo, lo que convierte la ausencia de estímulo, o sea el aburrimiento, si se prolonga en el tiempo, en una forma de potencial desintegración de la definición sociorracional (o sea una suerte de erosión de carácter colectivo, pero también respecto una parte de la personalidad individual). De hecho, esta idea podría contribuir a explicar dentro del mundo animal, por ejemplo, el verdadero papel que tienen los juegos y la violencia simulada entre miembros del mismo grupo; pero respecto de los seres humanos, e incluso ya en los de vida nómada, la posibilidad en este sentido, a través de la representación, de ampliar espacios ya más fisiológicos que cruentamente físicos y corporales, es vastamente superior. Pero, además, respecto de los contextos sedentarios que ya no se rigen por la actividad directamente física, esta posibilidad de mayores espacios fisiometabólicos auxiliares que no comporten consecuencias directamente físicas (consecuencias que suponen, por tanto, alteraciones jerárquicas y de orden socio-moral) devienen en radical necesidad técnico-estructural.

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*El yo sedentario mucho más «totémico» antes que físico…lo que crea una situación en la que la experiencia corporal y fisiológico-sensoria más primaria se retiene «en suspensión», como si dijéramos, para así reforzar de forma casi subalterna la otra parte nuestra más opróbicamente sociorracional…Y también que cada parte de esta división se va simbióticamente sosteniéndose en la otra, de tal manera  que, por ejemplo, la vida corporal que elude siempre en algo de descodificación semiótica o racional, acaba por convertirse en una fuente de excitación apenas barruntada racionalmente, pero que sirve a la parte sociorracional por cuanto dicha vivificación solo sugestionada (porque no está del todo comprendida sino solo visceralmente conocida) es una forma de horizonte fisiológico desde nuestra óptica sociorracional: era precisamente esto lo que para Wagner, por ejemplo, constituía una suerte de profundidad del alma nacional y que le atraía tanto muy probablemente como escape en este sentido fisiologico-esturctural -que se puede entender efectivamente como romanticismo- pero es discutible en qué sentido realmente se puede comprender como «profundo», puesto que se trata de algo prerreflexivo y estrictamente fisiológico, mas la noción de profundidad tiene para nosotros muchas veces el matiz de una elaboración intelectual más compleja, pero que aquí, bien mirado, no es en realidad el caso.

4.Un ejemplo sedentario de la vivificación sensoria y su usurpación del espacio físico-material en Dulzura y poder: El lugar del azúcar en la historia moderna(1985), de Sidney Mintz.

La explotación digamos contemporánea del azúcar estuvo implicada en su inicio con las hazañas de expropiación colonial por parte, sobre todo, de Inglaterra (o es el caso en donde más se centra el autor): se trataba de una sustancia que se cultivaba y se refinaba exclusivamente en el caribe en la isla, por ejemplo, de Jamaica. Y parecería lógico que, para garantizar la posibilidad inicial de su producción, fuera necesario un control real sobre la isla y el terreno donde se cultivaba la caña de azúcar como materia prima a partir de la cual se conseguía el azúcar refinado posterior (y luego está el asunto de los cuerpos esclavos, que es otro tema), de manera que toda explotación mercantil en ciernes iba de la mano de la ocupación básicamente de facto y a mano militarizada del terreno geográfico.

Pero, naturalmente, la introducción masiva del producto en Inglaterra coincidía también con la popularización del té (producto colonial por excelencia que provenía del otro frente colonial ingles de la India); y es que el té se hizo tan popular, respecto finalmente todas las clases sociales inglesas, que bien pronto se entendió que el poder político real estaba más bien en el mercado que formaban los que lo consumían masivamente; en el poder, concretamente, de gravarlo -tanto el té como también el azúcar- fiscalmente y en beneficio del poder estatal (y su estamento financiero en realidad privado, que es rasgo, por otra parte, típicamente inglés respecto su propia historia económica).

Y así, esta tendencia se hizo más y más nítida, hasta el punto de que claramente dejó de importar el plano geográfico casi del todo, o en cualquier sentido finalmente político, respecto a sitios lejanos, siempre que uno podía considerar que controlaba el acceso a su propio mercado consumidor. De manera que ya no se hacía tan necesario el control de facto de ningún espacio físico-material que no fuera el de dicho mercado consumidor originalmente nacional (esto es, el de las propias islas británicas).

Pero en realidad, ¿en qué se basaría un poder así constituido cuya fuente última es algo así como un deseo verdaderamente sensual de parte de (finalmente) millones de seres humanos en busca de una sensación placentera de momentáneo bienestar y deleite puramente sensorio-metabólico (imagínese la propia experiencia fisiológica de Ud. al tomar una taza de té caliente, más o menos azucarado)? Podemos quizá aseverar, basado en esto y en otros ejemplos etnográficos (particularmente interesante para mí en este sentido es el trabajo de León-Portilla respecto la historia de los Chichimecas-Toltecas de México) que un rasgo inicial de todo refinamiento cultural y posterior desarrollo, empieza cuando la vivificación senoriometabólica, en forma de placer (de cualquier tipo, como placer estética en general y también el sexual) llega a desprenderse del bucle fisiosensorio-socioracional, cuando el individuo apropia para sí un espacio que la misma cultura al final hace disponible, para así recrearse en su propia vivificación sensorio-metabólica, sin que tenga consecuencias socio-morales directas; porque, como cauce culturalmente legitimado, no pasa de un espacio básicamente fisiológico y menos corporal, aunque estén implicados otras personas como copartícipes, pues el orden soicorracional al que vertebran los cuerpos y la geometría espacio-colectiva de su críptica constitución real no se ve en ningún caso alterado. Pues evidentemente y desde siempre, se trata de una suerte de simulacro (debido, como digo, a que está culturalmente legitimado y no tiene consecuencias de ninguna manera cruentas ni, por tanto, socio-morales) que los contextos sobre todo sedentarios han tenido que explotar estructuralmente para darnos al mismísimo aire que respiramos, como si dijéramos, y esto al menos, a partir históricamente de la agricultura.

Que se puedan crear, además, unas potentes estructuras tempo-economicas y financieras a partir de esta misma virtualidad básica a que conduce la vivificación fisiometabólica en sí y de por sí, y que ha estado siempre presente en la historia del Homo Sapiens que se sabe Sapiens (una capacidad del simulacro que es, en realidad, rasgo del mundo animal), ¿qué tiene eso, inicialmente, de malo?

5.Una ecología antropológico-cultural, ¿sí o no?

-la Iliada y la Odisea de Homero,

-El libro de Jeremías (antiguo testamento)

Toda ecología antropológica sedentaria requiere al menos sobre el horizonte publico y cultural la violencia: los griegos, después los romanos, pudieron erigir una estabilidad basado finalmente en el desarrollo puramente cultural (político, económico, artístico, y en general humano) debido estructuralmente al hecho de que existía el riesgo, la amenaza, y también proyectos de realización, de la violencia al menos en potencia; y eso como una necesaria razón de ser y el porqué mismo y constante de lo sociorracional. Y se puede muy bien apostar por el hecho más que probable de que la audiencia consumidora históricamente más importe de Homero (respecto de los poemas epicos de la  Iliada y la Odisea), consistiría precisamente en comunidades que subsistían de forma seguramente contraria, justamente, a aquella experiencia vital que transmiten dichas obras (que presentan la vida como en estado de guerra, o como un viaje precario e interminable); puede aseverarse incluso que la vida de base agrícola a la que en el fondo servía Homero a la manera de una fuerza animadora, se fortfiicaba vicariamente, compensándose en cierta forma, a través de una experiencia estética que presentaba una movilidad física y vivificación en general metabólica de las que las audiencias receptoras muy probalmente carecían, normalmente, casi por completo. ¿Qué otra función puede decirse que ha tenido desde siempre y a partir de una óptica exclusivamente técnico-estructural el arte y, en general, la vivificación estética, a partir de la vida agrícola?

Otro ejemplo que viene bien traer a coalación aquí y en este punto, de otra tradición cultural diferente, es El libro de Jeremías del antiguo testamento cuyo argumento narrativo se monta, en realidad, sobre la imagén siniestra, verdadermaente sobrecogedora, de ausencia humana, concretamente en la forma de pueblos deshabitados; una imagen que se convierte en una  suerte de dialéctica entre las consecuencias de desdeñar a Dios (pueblos vacíos), frente a la promesa futura de parte de ese mismo Dios para los que, pase lo que pase, permanezcan fieles como creyentes (villas y ciudades al final rebozantes de vida humana y agrícola). Aunque, de forma similiar al caso de Homero, es lícito sin duda sospechar que el consumo estético de la lectura (de manera directa o como oyente) de esta historia tenía como fin técnico electrizar, como si dijerámos, la vida básicamente sedentario-agrícola a través de la ameneza insinuada, sugestionada, de su pérdida; que en la fuerte zozobra de esta propuesta solo estética, puede después el sujeto social (respecto de aquella sociedad original y consumidora de la vivifiación estética) volver a gozar, renovodamente, de la misma cotidaneidad de siempre y basicamente inmovil, por un tiempo al menos hasta fuera necesario un nuevo ejercicio de zozobra estético-moral de este tipo.

En ambos caso, entonces, se trata del estímulo y vivificación en realidad prerreflexivos -a través precisamente de la experiencia estética- de una suerte de sustrato nuerofisiológico humano de caracter, sin duda, universal (puesto que se trata de una fisiología nuestra anterior, esto es, de cuna en realidad nómada y cuya configuración base la vida sedentaria tiene precisamente que acomodar al contexto agraria, y dado que, además, la sociedad agrícola ya no queda expuesta a la mayoría de las fuerzas de selcción natural). Pero, como ya llevo intentando exponer a lo largo de estas páginas, la vivificación estético-moral así entendida, consituye la fuerza más importante de la reconsititución sociorracional de todo sujeto social agrícola; de hecho es en lo estético-moral que la vida agraria reproduce, para la fisiología nuestra, la ilusión de un desplazamiento que la congición humana adquirió originalmente a partir de un contexto anterior mucho más corporal.

Y, finalmente, es en este sentido que asertamos la noción de una ecología antropológica que acaba descargando el peso de sus problemas técnicos (esto de una fisioloigía en cierto sentido anacrónica respecto al nuevo contexto sedentario), en la experiencia vicaria de la contemplación de, por ejemplo, la violencia, pero en detrimento lógicamente, de una extension real y corporal de esa misma violencia. Pues sin duda parecería lógico pensar que el desarrollo visual-cognitvo humano fuera una herramienta disponible para la evolción sociobiológica humana, en los albures de la aparición y comienzo de la experiencia agraria, y resepcto estas nuevas circunstancias y sus dificultades. Y porque, evidentemente, nuestra experiencia solo fisológica, solo sensorio-metabólica (más allá, momentáneamente, de la cuestión corporal), no deja de ser vector de una significación moral (o opróbico-grupal) para el sujeto sensorio, por muy prerreflexivo y no conceptual que sea.

De manera que adquiere cierta urgencia aclarar la naturaleza real de la planicidad sedentaria (de la que tanto dependemos como nuestro auténtico hogar), en tanto estabilidad que solo se sujeta en el tiempo gracias, en realidad, a su capacidad de auxiliarse, vivificándose, a partir de su propio sustrato fisiológio-metabólico y prerreflexivo: la cuestión desde luego técnica del sostenmiento antropológico a largo plazo se basaría en la comprensión nuestra del caracter verdadermente agonal de la relación entre estos dos ambitos diferentes de la experiencia humana, entre un estar fisiologico y somatosensorio que supone todo cuerpo desamparado singular, frente al ser sociorracional y cultural (a partir del locus grupal y el proceso opróbico que supone).

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