El pensamiento mágico sirvió a nuestros antepasados para configurar el mundo, y a nosotros nos sirve para agredirnos y para ocultar, bajo capas de violencia imaginada y real, el dolor de ser conscientes nosotros mismos y de los demás, sin hacer trampas simbólicas, desde la inseguridad fundamental que nos provocan tanto la gravedad de la existencia como su fragilidad. (Jesús Ferrero, en El País 09oct20)
La capacidad de postular lógicas que sirven al grupo en su propio ordenamiento fisiológico (con el fin crucial de no solo permitir sino encauzar la vivificación sensoriometabólica sin que por ello se deshaga de forma definitiva el grupo), se apoya en la limitación físico-sensoria humana simplemente corporal. Es decir, dicha postulación es posible respecto espacios ambiguos y no del todo definidos porque toda afirmación que se haga en referencia a ellos no puede contradecirse. Es precisamente ese aspecto inamovible (pues que está más allá de nuestras posibilidades de comprobación) lo que deviene en valor vital-estructural para los seres humanos pertenecientes. De manera que sería quizás más acertado concebir el “pensamiento mágico” en tanto estrategia de imposición cognitiva como la que aquí se ha pretendido esbozar, como ventaja que asiste a la condición base corpórea nuestra, puesto que podemos adelantarnos, por así decirlo, a nuestra propia limitación física superándola al tiempo que se fortalece el grupo (que es en sí mismo la mayor protección que al cuerpo singular finalmente se le puede brindar).
El refugio, por otra parte, que supone la cohesión del grupo, pero respecto de múltiples cuerpos físicamente singulares, resulta posible en realidad a través, lógicamente, de una experiencia fisiológica compartida y parcialmente homogeneizada, pero no de otra manera.
En efecto, parece que la evolución sociobiológica ha acabado por convertir nuestra mayor vulnerabilidad (la singularidad física) en algo así como nuestra mayor baza o ventaja comparativa, a través, claro está, de nuestro peculiar desarrollo cognitivo. Y parecería, visto desde esta óptica, que la supervivencia de los grupos humanos se debe más a nuestro poder de imaginar -e incluso de poetizar- que a la lógica solo analítica; porque el pensamiento mágico entendido aquí de esta manera, si lo examinamos bien, se articula aun sobre el mayor rigor lógico posible, el de la contradicción, de la que, simplemente, nos aprovechamos como grupos.
O sea, bien mirado de mágico tiene fundamentalmente poco, o nada.
Como atributo sociometabólico con el que el tiempo humano nos ha equipado parece, además, lógico considerar los posibles efectos analgésicos que nos aporta todo intenso ejercitar de nuestra propia naturaleza fisiológica (entendida ésta en calidad sociobiológica). Así no es, por tanto, muy sorprendente que la vivificación fisiometabólica sobre la que se articula la moralidad humana tienda a obviar sedándonos a la realidad circundante más inmediata: desde siempre la cultura ha servido a los grupos para parapetarse no solo contra las amenazas, sino como una forma de procurar confort. Y es que las creencias colectivamente ejercidas suponen en el fondo y para el individuo un espacio efectivamente moral, en el que podemos tanto conformarnos a la norma como también transgredirla; o bien ambas cosas en distintos grados, alternándose en el tiempo y el decurso sensorio-emocional de nuestra experimentar vital.
Y, naturalmente, frente al grupo distinto y de alguna manera rival, todo este proceso interno de vivificación sociometabólica se intensifica, sin duda, hasta el punto de que no sería muy desencaminado sospechar que este enfrentamiento en realidad lo solemos buscar precisamente por el grado de vivificación que nos brinda. Es más, respecto el problema de la antropología sedentaria, se podría decir incluso que esto nos viene de perlas como forma de locomoción fisiológica in situ tal como la historia social, por ejemplo, norteamericana ha puesto desgraciadamente en evidencia.1
Pero el asunto en realidad más importante y para el cual este texto hasta aquí ha serivido de introducción, es la relación que existe entre la experiencia senosriometabólica y lo sociorracional. En este sentido partiremos de la siguiente premisa: que la racionalidad entendida como la parcial homogeneización fisológica opróbicamente fijada por el colectivo pertenciente, no se produce sino en el requerimiento de la misma. Es decir, la crisis digamos estructural que supone la vivificación senosoriometabólica del individuo es en sí misma el reclamo para una nueva resconstitución sociorrracional. Y es la anomia individual lo que en cierta manera alimenta lo sociorracional, pues solo en la zozobra estructural de la vivificación sensoria del individuo, -frente a, a la vez que en conjunción con multiples cuerpos pertenecientes- es requerido lo racional como razon de ser del mismo.
Y así sería de esta manera que los grupos humanos han puesto al servicio en realidad estructual de una parte muy importante de toda personalidad socializada: el bucle que se forma entre nuestro estar fisiocorpóreo y somatosensorio por una parte, y el ser que es nuestro yo más soicorracional, ha de considerarse el amarzón central de la supervivencia de los grupos humanos, que supone, por otra partre, la posibilidad de combinar el mayor grado de agresión (de la que solo un indiviudo desemparado es capaz de alcanzar) frente a otros grupos, pero sin que peligre la cohesión grupal propia.
1 https://en.wikipedia.org/wiki/Mass_racial_violence_in_the_United_States
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