Las ideas de Antonio Damasio presentan los rasgos de la complejidad que describe Edgar Morin. Concretamente, la sensorialidad humana y todo el ámbito preconsciente y prerreflexivo ha de permanecer siempre separado de la otra parte sociorracional de la consciencia individual, puesto que lo sociorracional se deriva del insumo somatosenorial anterior (aunque también comparte una relación simbiótica con su antecedente sensorio y pese a proceder de él), pues los tres grados damasianos del yo acaban por formar un continuo o espectro por donde se desplaza nuestra individualidad, desde una especie de yo neurológico inconsciente y solo sensorial, pasando por lo prerreflexivo (pero no del todo inconsciente), hasta llegar a nuestro yo autobiográfico solo posible como autorreflejo social en los otros.
Con lo que puede hablarse de una relación que percibimos (erróneamente) como separada e independiente (lo del reflexiono y por tanto soy cartesiano), pero que es en realidad un antecedente técnico que no percibimos como tal, o en absoluto. Es necesaria, por otra parte, esta idea de complejidad que se basa en la separación para comprender la fuerza correctora que tiene la parte nuestra fisiocorpórea frente al yo sociorracional: como la experiencia sensoria retiene en sí un significado al menos corporal y opróbico (pero, evidentemente, preconceptual) a partir de un proto yo perceptor, esa parte de nosotros está siempre susceptible ante las implicaciones morales a grandes rasgos según los límites de lo tolerable (esto es, según nuestra sustancia sensoriomoral base y genéticamente definida). En este sentido, el espectáculo de la violencia, por ejemplo, siempre produce una impronta traumática en nosotros (siempre que no se repita demasiado, o demasiado seguidamente), y esto por muy refinados culturalmente pudiéramos considerarnos -siempre volvemos a estar presos de nuestros sentidos y la seriedad moral barruntada, aun no matizada conceptualmente, que supone la contemplación en sí misma del espectáculo de la violencia para nuestros propios cuerpos-.
Es decir, que frente a lo sociorracionalmente constituido, tiene prioridad, nuevamente, lo sensoriomoral, pues hay unos límites, sobre todo en cuanto a la violencia presenciada contra otros, por ejemplo, que al sobrepasarse, puede tener el efecto de socavar en el acto el orden cultural (esto no parecería ningún secreto a estas alturas de la historia política humana, pues hay formas de dominio que el poder no puede exhibir porque sobrepasan limites sensoriomorales de, simplemente, la fisocorporeidad humana): el hecho aquí esbozado de que la sensorialidad prerreflexiva humana constituye una suerte de dispositivo guardián del orden sociorracional ya establecido, solo puede esgrimirse por cuanto ambas partes de la individualidad antropológica (lo somatosensorio frente a al yo sociorracional) se relacionan a través de su permanentemente reforzada separación, si bien desde la óptica de la conciencia individual sociorracionalizada de cada uno de nosotros, este hecho paradójico no queda inmediatamente patente.
Pero de la inexorable tensión a que tal situación técnica subyacente conduce, la antropología sedentaria siempre se ha nutrido, pues puede concebirse la vivificación simplemente moral que viene a constituir lo grueso de la individualidad socializada la críptica pilar de la permanencia colectiva humana en sí: no de otra manera ha logrado el contexto sedentario reconducir la fisiología humana original desde lo más corporal hasta el desarrollo semiótico y la posibilidad, a partir de entonces, de la vivificación virtual, de carácter más fisiometabólico que en realidad físico.
Pero esto último, por ejemplo, no puede explicarse sin recurrir a la complejidad en sentido Morin y respecto del hecho de que es la fisiología sensoriomoral y preconsciente nuestra que se convierte en el custodio último de los límites de la definición cultural. Pues más allá de la sensorialmente tolerable solo queda un nuevo episodio catártico que habrá de padecer una nueva generación, antes de enfilarse por nuevos cauces de planicidad sedentaria.
Puede entenderse, entonces, la personalidad socializada de cada uno como un traje desde luego a medida que uno emboza, de alguna manera, para entrar a partir de entonces no solo en el ámbito del ser socialmente racional, sino también en el contexto de tensión permanente entre ese ser social que somos en nuestra propia voz consciente, y el estar subyacente fisiológico-corporal que lo precede y al que sigue subyaciendo: pues en esa digamos sombra neurológica solo barruntada que nos acompaña como a distancia (y que somos también de alguna manera nosotros), está en realidad nuestro origen moral (sensorio y también emocional) que solo después y al albur de algún grupo humano y su geometría opróbica, adquirirá sentido. Pero más allá de nuestro ente somatosensorial y preconsciente no hay originalmente nada sino nuestra auténtica bastardía neurológica como cuerpos frente a mundo espacio-material. Por eso los grupos humanos y sus culturas han andado siempre huérfanos de cualquier autoconocimiento solido respecto su propia existencia, salvo ese que hubieran postulado ellos mismos y que en el tiempo se hubieran dedicado a repetir y reforzar una y otra vez (y eso con tanta intensidad e insistencia que resulta -al menos desde el análisis solo empírico- francamente sospechosa).
Pero la inferencia última y más importante es esta: que el sentido de la vida esta en esta mecánica de los grupos humanos que se sirven del proceso sensoriometabólico de la congnición inidividual para sostenerse en su propia unicidad colectiva, sin en realidad que importe, a la larga, el contenido real del hecho racional culturalmente identitario de cada grupo. Es decir, y visto desde la óptica moriniana de la complejidad técnica, el hecho evolutivamente más importante es el sostenemiento fáctico del grupo, siendo la sociorracionalidad algo así como una salida estructural un tanto superfluo y pese a su importancia nuclear resepcto a la articulación sensoriometabólica colectiva: pero toda racionalidad cultural es, en rigor estrictamente técnico, algo así como un signifcante vacío que sirve en realidad para sostener, sobre el plano más importante del tiempo evolutivo humano, la experience fisiocorpórea y sociobiológica preconsciente de los cuerpos en el tiempo, frente a la realidad físico-espacial de la que dependen.
Y la hazaña humana más importante sería, no solo entender esto (que ya nos pertenece como concocimiento que está de hecho presente en el corpus universal de la producción cultural-intelectual), sino que fuera enaltecido conceptualmente, de forma constructiva para con la dignidad nuestra como seres racionales, de tal manera que las sociedades fueran obligadas a dirmirse, como si dijéramos, especularmente en la rigorosa contemplación de su propia naturaleza real. Pero si esto no fuera posible, entonces que se encarguen mientras tanto los que sí puedan y que estén dispuestos (debido al hecho primero de que pudieran, lo que desembocaría en la obligación humana insoslayable de que procedieran a encargarse efectivamente): porque así se garantizaría que el sentido de la experiencia humana correspondiera mejor (y de forma más estable y estructualmente coherente) al fundamento corporal y sociofisiológico de la misma. Si bien esto sería desde un plano igualmente críptico, más allá de la conciencia racional y semiótica nuestra, puesto que la característica emergente o incoativa de la conciencia humana desde una perspectiva damasiana, supone también una calidad elíptica en tanto que una periferia somatosenoria sostiene -en realidad de forma disconexa- una centralidad consciente y sociorracional.
Y es que parecería que no hay otra forma de salvaguardar nuestra antropología sedentaria como modelo de consumación, sino a través del mantenimiento de estos dos planos seperados, entre la fisiología individual, por una parte, y le rección opróbico-sociorracional del grupo. En este sentido, entonces, una tercera agencia de control supervisora se haría imprescindible, en vista siquiera somera de la historia universal y sociopolítica nuestra.
¿Qué le vamos hacer?
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