Conversación con un amigo Se me ha quemado el pecho, como un horno Por el dolor de tus palabras Y también de las mías. Hablamos del mundo, y desde el cielo Descendía su paz a nuestros ojos. Hay momentos del hombre en que le duele Amar, pensar, mirar, sentirse vivo, Y se sabe en la tierra por azar Solo, inútilmente en ella. Como si se tratase de algo ajeno Hablamos de nosotros Y nos vimos inciertos, unas sombras. Con poca fe, con las creencias rotas Con un madero en la marea, Con toda la esperanza naufragando Porque no es la que llega a nuestra barca, Sólo la caridad nos redimía Del mal nuestro de ser. Mirábamos la calle, rodeados De luz, de tiempo, de palabras, de hombres. Francisco Brines, Palabras a la oscuridad, 1966
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¿Caridad específicamente para qué?
Quizá para aceptar el sino corporal propio, frente siempre a una estampa del mundo en funcionamiento como una semiótica hecha de los otros que, evidentemente, nos excluye a cada uno de nosotros; una caridad hacia la imagen de ellos que deviene, en realidad, en una cordialidad inversamente amorosa para con esto que somos cada uno in corpore; y que esto, a su vez, alimenta la ternura que finalmente profesamos por los otros. Empero, otra cosa distinta bien podría ser la cuestión de una existencia in corpore de los demás; quiero decir, que no tienes forma de comprobarlo realmente ni que te interesa en el fondo otra cosa que no sea el sino propio (todo esto en el que una y otra vez insiste tanto el poeta, esto que para mí es algo así como una viga maestra del perfil existencial español, algo que se percibe, por ejemplo, en el poema tan culturalmente emblemático que es Autorretrato de Machado y su última línea (lo de casi desnudo, como los hijos de la mar), pues se alza por encima de todo el cuerpo, siempre el cuerpo como rúbrica del paso del tiempo humano en la lírica en lengua española. O sea, quizá habría que hablar de una muy interesante concepción de caridad cultural que procede originalmente, es de suponer, de una visión cristiana (y particularmente católica, sin duda).
Además, el mecanismo especular entre cuerpo propio y la estampa estructural que son los otros es el mismo:
…Converso con el hombre que siempre va conmigo
¿quien habla solo espera hablar a Dios un día?;
mi soliloquio es plática con ese buen amigo
que me enseñó el secreto de la filantropía.
Y al cabo, nada os debo; debéisme cuanto he escrito.
A mi trabajo acudo, con mi dinero pago
el traje que me cubre y la mansión que habito,
el pan que me alimenta y el lecho en donde yago.
Y cuando llegue el día del último vïaje,
y esté al partir la nave que nunca ha de tornar,
me encontraréis a bordo ligero de equipaje,
casi desnudo, como los hijos de la mar.
Las últimas tres estrofas (de un total de 9) versan sobre el cuerpo, frente al significado de los anteriores que es un pasar revista respecto de qué es -o fue- el individuo en vida como significado según la óptica cultural-semiótica de los demás, o lo que la cultura podía decir que significara esta persona. Y el dispositivo digamos especular empieza a funcionar a partir de este soliloquio dialogado, paradoja que supone la tensión entre los dos ámbitos de la individualidad antropológica (un estar fisiológico-corporal, frente un ser sociorraiconal y semiótico): pero es el yo corporal propio el que nos equipará para reconocer la corporalidad ajena, cuya consistencia, sin embargo, es sobre todo semiótica debido al hecho que es para nostoros y ante todo una imagen, una estampa digamos producto de nuestra propia percepción y la que fácilmente llegamos a despreciar y maltratar (puesto que en efecto habita, inicialmente, solo el ámbito de nuestro sensorium) si no estamos expuestos nosotros mismos al recordatorio continuado de nuestra propia vulnerabilidad corpórea.
En efecto, lo semiótico, puesto que es un ámbito no físico sino solo fisiológico y de carácter metabólico, no tiene de forma autóctona ninguna firmeza moral propia, sino que la tiene que digamos importar desde el otro lado de la inidividualidad antropológica. Pero en cuanto a la antropología, la gran paradoja -aunque simplemente técnica- es que hemos de excluir el estar para poder configurar el ser, mas la posibilidad funcional del ser mismo, debido a que se encuentra moralmente hueco teniendo en cuenta precisamente el procedimiento de su propia constitución técnica, ha de sujetarse -en verdad sostenerse- sobre todo en lo sensorio y su efecto en nosotros opróbico-metabólico (que procede precisamente de lo corporal) más allá de toda racionalidad cultural del momento y digamos a espaldas de la misma. Y es en ese aspecto particular, en el que por fin hay que afrontar, precisamente, la calidad universalmente críptica de la cultura.