
Paralelismo en dicha película entre el ímpetu de abandono planetario que se percibe en la narración (esto del off-world) y la robotización; como si esto último fuera o pudiera ser en sí mismo una operación más de abandono planetario, pero en el sentido de una huida de lo humano-corporal en sí.
Y así se yergue en contraposición estructural y narrativa el drama afectivo entre los protagonistas (Harrison Ford y la androide buena, engañada por su propio jefe-creador), drama que, además de amoroso-afectivo, entraña un posicionamiento moral necesariamente valorativo respecto de qué significa la vida y, quizá también, la importancia de la belleza en sentido igualmente moral o respecto de la bondad última humana.
La imagen que aquí traemos a colación supone un punto sutilmente clave en la presentación del personaje de Harrison Ford -pero también respecto el meollo conceptual del argumento narrativo en su conjunto, el hecho de que quizá haya algo inseparable entre la humanización del hombre y su capacidad para percibir la belleza: nos transmite de forma rauda e inmediata -esto es a través de lo visual libre ya del peso de lo lingüísitco-conceptual- el conocimiento que precisamos respecto al héroe narrativo; exactamente nos dice que se trata de un hombre que se conmueve ante lo bello (pese a su profesión), y tal y como nos damos cuenta como espectadores de que tambien nostros nos conmovemos ante el mismo paisaje:

Pero dicha imagen (la primera en la que detective-policía se asombra -a igual que el espectador, claro está- con la imponencia arquitectónica del templo corporativo que es la sede Tyrell, vislumbrada por primera vez, tanto por él como por nosotros los especatadores) es también a su manera una especie de preaviso de lo que después será el punto más o menos concluyente de la obra, y que consiste en la extensión, o traslación, de esta misma capacidad de vibrarse con lo bello que también conoce al final el androide asesino.
Y es que tal y como lo describe el personaje de Harrison Ford (en la versión primera y más comercial de la película en la que se explicitaban algunos puntos de la trama a través de la voz en off), era como si el valor de la vida -de toda vida, de la vida en sí- se le hiciera de repente evidente al mismo androide jefe, disponiéndole por tanto a su ultimo acto de imposición violenta, esta vez la determinación violenta de no matar sino resignarse a su propia caducidad ya técnicamente inexorable.
¿Es la capacidad de percibir la belleza, por tanto, algo que facilita la empatía entre seres humanos? Y ¿tiene cierto valor estructural-antropológico, por tanto, el espectáculo del sufrimiento ajeno que, a nivel moderado, puede abrir ciertos cauces sensoriometabólicos y emotivos en el indiviudo que nos presdisponen a un mayor grado de benevolencia empática para con los otros?
¿Sería la estrategia estríctamente iconográfica dentro del Catolicismo, por ejemplo y respecto a la figura del cristo crucificado o de otra manera sufriente, una prueba justo en este sentido?
Yo sí que pondría todo mi dinero ese platillo de la balanza.
Barcelona a 5 de octubre del 2021
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