Concepción artística de la complejidad antropológica (apuntes sobre una alucinación)

Escultura en una estación de metro de la área metropolitana de Washington DC

Es imposible olvidar esos primeros días de la pandemia en marzo de 2020. Lo más terrible era la imposibilidad de contactar con los teléfonos de atención que se exhibían constantemente en los informativos. Durante horas, las personas con síntomas trataban de comunicarse para obtener instrucciones pero nadie respondía al otro lado de la línea. Si tu comunidad era incapaz de solucionar la atención telefónica, los problemas sanitarios imaginabas que serían aún mayores. Así sucedió. En algunas grandes localidades el desastre fue mayúsculo, murieron miles de personas en la desatención, el abandono y la más penosa soledad.1

Pero si funcionas con la convicción de que vivimos en una tutela efectiva de la antropología por parte de un poder humano y tecnológico que, además de custodiar el decurso de la experiencia humana (o sea, la terráquea) en el tiempo, gestiona el problema concreto surgido a partir de la SGM de una infección bacteriana2  que sería el resultado -accidental o no- de la investigación, experimentación, y posible uso en su día de armas biológicas; lo que te lleva a entender que la historia humana, a partir más o menos de entonces, y hasta acá, consta también de una presentación intencionada y muy trabajada de lo que sería la humanidad en su aparente devenir natural, pero que ha servido también para ocultar y postergar lo más posible cualquier manifestación estructural del problema real subyacente.

Si ves el mundo y la sociedad así (y, en cuanto te sea posible, a las sociedades del mundo en general), das por sentado que están en juego dos planos distintos, el de nuestro drama y sustento socio-homeostáticos (el fluir mismo de nuestros sentidos en conexión con el fondo íntimo emotivo-moral de cada uno), frente a un marco estructural mayor y más amplio que supone el sentido último (“verdadero”) del tiempo humano, gestionado efectivamente por otros y que de ninguna manera nos atañe realmente como individuos, puesto que ocupamos un espacio de usuario en la consumación efectiva y fisiológica de nuestro tiempo como entes corpóreos singulares.

Si así entiendes las cosas, digo, las imágenes de seres humanos afligidos, constituyen una suerte de trampantojo, pues su realidad moral y sensorio-estética es real en cuanto tu percepción de la misma, mas no sabes fehacientemente lo que significan realmente en su nivel y marco mayores (pues hoy en día no tenemos acceso real a los datos estadísticos de nuestro mundo, esto también lo doy por totalmente cierto, que si no, no habría manera de sostener una necesaria calma inherente a la experiencia sedentaria estable y que no se centrase en la guerra).

Es decir, dichas imágenes son en sí mismas fisiológicamente reales en tanto operan sobre nuestra esencia socio-homeostática a través del solipsismo de nuestros sentidos. Y la realidad moral de esa vivencia sensorio-homeostática es, además de innegable, también estructuralmente clave para sostener la sociedad sedentaria consumista en el tiempo de su propia diacronía. Porque una de las consecuencias de ver el mundo como aquí lo estoy plasmando, es la importancia en sí misma que acabas conociendo de la oportunidad fisiológica y socio-homeostática que es la vida en sí, sin que sea necesario asociarla -inmediatamente- con ningún sentido más firme, puesto que en ultima instancia eso te está vedado en su verdadera dimensión (o siquiera como aproximación parcial a la misma) por razones, además, de nuestra propia seguridad, esto es, respecto la operatividad continuada en el tiempo de las sociedades de consumo (o las que se relacionan de alguna manera con las mismas, o sea, todas las que hay en el mundo, incluso respecto toda experiencia aborigen que de forma más o menos recóndita sigue reproduciéndose en el tiempo actual).

Conviene desconfiar de la sensorialidad, pero al mismo tiempo abrazarse a ella en tanto sostén real de todo sentido moral-racional posible. Pero si las cuestiones de mayor -y verdadera– enjundia no las manejamos nosotros ni nos está permitido entenderlas realmente más allá de la vivificación fisiológico-moral, nos vemos abocados a entender el presente como una presentación artística, porque, efectivamente, hay un artista-agente; y también porque el arte, en tanto activación y efervescencia senoriomoral y metábolica, contiene ya el sentido, y como afectuado, realizado, en el mismo momento o acto de la percepción: es decir, en tanto arte no hace falta decir más, puesto que no se puede ni parece, a estas alturas, que sea necesario decir ya nada.

Y, sin embargo, estoy irresistiblemente impelido a manifestarme, lo más seguro también en tanto instinto o pulsión «artística» e imposición simplemente vital. Porque el ser como autoafirmación (respecto la consecución hedonista de, simplemente, el confort homeostático en todas sus formas) es la suprema manifestación humana de oposición frente al mundo: por mí fluye, me consta, una energía opositora que me parece que adquirí de pequeño, como una rutina que se ha ido repitiendo hasta constituir una parte central de mi carácter o idiosincrasia personal; pero me consta también que es meramente eso, mi exclusivo modus operandi de ser yo, que puede o no tener elementos comunes con otras personas, pero que en ningún caso significa nada más allá de una subjetividad particular, frente un plano estructural agregado de múltiples seres humanos que, por su carácter precisamente múltiple, sí que se erige en significado y en una verdad imperantes (pero claro, el qué sea eso nos desborda a cada uno de nosotros en tanto individuos).

Y sé también que el imponerme como ser vital individual -particularmente en la volaración sin cesar ética de mí mismo y de las cosas en general- es asimismo entregarme en me propia fisiología a cierta sensualidad del ser. Aunque también me consta (porque se trata a fin de cuentas de poder sobrellevar la complejidad escindida de nuestra naturaleza socio-homeostática) que lo que es el oponerme yo en tanto modus vivendi más o menos ideosincrático mío, supone, en el otro plano estructural y agregado, una forma de auténtica dependencia: porque toda oposicion que uno ejerza, tanto político, moral o simplemente de preferencia y existencial, en el tiempo complejo antropológico, se convierte después en una dependencia estructural firme entre las partes.

Pues la zozobra moral alimenta, y los contextos sedentarios precisan del espectáculo de un teatro mundi moral e intrusivo cuya inexorable contemplación nos obliga a volver a defenirnos en tanto sujetos socio-homeostaticos, pero primero como los sujetos sensorios que también somos. Aunque de desafortunada podría calificar cierta mecánica que emerge en esta concepción, la de que todo se sostiene sobre una utilería humana que, a través de las contingencias vitales de los individuos puestas sobre el tapete de la contemplación pública, sirve para la mortificación moral -y existencial- de los demás, de todos nostros, pues el sentido humano, en buena medida, se construye a partir del estrato que supone nuestra experiencia sensoriomoral abocada, como está, a su inexorable consumación en el tiempo finito de la vida de cada uno; pero la única forma de saber el quién seamos cada uno, es a través de nuestra interpelación en general moral que efectivamente suponen los demás y la suerte vital-moral que corren.

Quizá pudiera entenderse las religiones en general como dispostivos antropológicos que hacen posible el poder hablar de lo que sería el meollo de esta cuestion, pero sin que sea necesario el concepto explícito de la consumación del tiempo humano: el catolicismo, que tiene evidentes paralelismos con lo que planteo, entiende el sacrificio en su dimensión más bien cósmica y asocia con ella una realidad moral práctica que, paradójicamente, enaltece sensorialmente y en nuestra experiencia más bien estética de Cristo y la Virgen María, lo que no tiene fácil cabida conceptual a través del lenguaje, esto es, una relación directa, y por tanto tolerante, con el cuerpo humano (y por tanto también con el dolor y la dimensión emotiva inherente a la experiencia corpórea).

Pero, en cualquier caso, con esto evitamos tener que sostener racional y conceptualmente cierta mecánica inherente a lo sagrado en sí, esto de la cadena que suponen las generaciones vivas que se van sistituyendo en el tiempo, siendo cada una una forma de atrezo para el siguiente. Porque a lo que parece, solo de forma propiciatora se construye el sentido humano; y sobre la paradoja de que sea el cuerpo la base de toda posibilidad moral -y de signficado- que podamos alcanzar, al mismo tiempo que es también lo más perecedero, una ilusión que recubre lo que es, en realidad, un estado permanente -si bien apenas, o no siempre, perceptible al ojo humano- de irrecuperable transcurso y consumación vitales.

Mientras tanto, están las imágenes y su poder sobre nosotros socio-homeostático; que en tanto revelan la aflicción y padecimiento humanos, nos abren, en cierta manera, una puerta a nuestra propia reintegración moral como sujetos homeostáticos pertencientes, otra vez de vuelta a casa, como si dijeramos, a través de la zozobra de nuestros propios sentidos y la emotividad íntima que alimentan. Porque respecto a dichas imágenes, en mi visceral reacción al contemplarlas, existo sujeto por el recorrido vital que ha sido mi propia experiencia «neuro-socio-emotiva», en tanto la persona socializada que he llegado a ser, y no tengo más opción (en rigor, se me obliga de nuevo) que saber quién soy al menos a través de la vivificación sensorio-metabólica de la percepción.

Pues en lo referente a mis propias emociones, nadie las puede ni sentir ni generar sino yo mismo, pero es asismismo cierto que también toda mi vida el cómo siento el mundo que contemplo, tiene -ha tenido siempre- que ver con el grupo con el que, en un tiempo y otro, me he arropado digamos antropológicamente y siguiendo el evidente imperativo evolucionario de la pertenencia individual al grupo: sentimos en tanto la persona que somos cada uno según los vericuetos -orginalmente infantiles- de cada uno; pero somos la persona que seamos cada uno siempre a partir de la paradójica y agonal unión nuestra con el grupo, relación de incorporación que, evidentemente, nunca se culmina sino sobre el plano narrativo religioso-esacatológico o utópico, siendo la vida real pues siempre una separación funcional insuperable (y funcionalmente evoluciondada para no superarse nunca).

Pero duele menos, sin duda, su asimlación cognitiva a traves de una imagnería tipo metafórico como la siguiente:

campos de trigo segados y cosechedos que serán el pan del mañana

O alternativamente en forma plástica como imagen aproximada:

.

Porque en la percecpción de solo las imagenes, sigo aun arropado por la ausencia misma de conceptualizaciones lingüísticas precisas, hecho que, en tanto margen de idefinición, nos ofrece un espacio, si acaso fisiológico, en el que el invdividuo pueda seguir proyectándose en sus propios anhelos vitales. Porque antrpológicamente desde una óptica estructural y agregada, importan mucho más los anhelos del individuo que lo que pueda éste o ésta conseguir alguna vez.

Y que el desvelamiento siempre de todo y de forma exhaustiva, no se compagina muy bien nunca con la viabilidad colectiva.

Lo que quiere decir que si no me consta de forma fehaciente e inequívoca la existencia de algo, no tengo por qué asumir su realidad, y pese a abundantes indicios lógicos -pero no definitivamente confirmados nunca- de la misma: o sea, en la duda me pertrecho aún de opciones al menos metabólicos frente a la existencia, puesto que no me es permitido conocer , o siquiera aproximarme parcialmente, el contexto real de las cosas.

Y se diría además (encima) que es por nuestro propia seguridad…

Pero ya ven: hay una forma laica (o sea, técnica) de entender lo sagrado. Y una manera asimisma técnica de comprender el hecho de que nos debemos como indiviudos a los demás; que en esto consistiría poco más o menos el “problema” que lo sagrado ayuda a sobrellevar, esto es, el sentido real -pero inaprehensible- de las cosas que no existe en ninguna entidad particular sino a través de la unión compleja del conjunto en sí; un sentido que, para complicar el asunto aún más, solo se configura en el tiempo en realidad del suceder de las generaciones vivas.

Ofrecemos en prueba de esto ultimo las imagenes y cómo nos relacionamos con ellas; y, crucialmente, el juego que surge entre dos realidades diferentes, la de la vivencia sensoriomoral y homeostática de la imagenes, por una parte, frente la conceptualizaciones del lenguaje. Porque mientras no sepamos inequívocamente qué cosa sea realmente lo que estamos viendo, nos asiste el derecho más universalmente humano de todos, la de vibrar con la impronta moral de, simplemente, nuestros sentidos frente a las contingencias colectivas contempladas, como en sí misma una forma de agradecimiento por el alimento que sustenta -y da peso- a la vida (como solo puede ser en el ligazón nuestro con los demás).

Porque las imágenes mentales son, siguen siendo siempre, representaciones -una especie de mapeo- de una realidad humana, pero no son dicha realidad en sí; y como sé que anda Ángelo haciendo de las suyas, se me obliga en mi propia actitud vital a dividir también el mundo por mi percibido en dos planos diferentes (eso es, en paralelo con la escisión atropológicamente central que hay entre nuestro cuerpo y el sistema nervioso). Y es que las imágenes tienen en sí mismas una función estructural, en tanto zozobra y vivificación moral para el sujeto homeostático independientemente del significado conceptual que se les atribuye.

Y como esto lo sé, me encuentro puesto en la picota, por así decirlo, del enfrentamiento entre lo que sé por una parte, y lo que siento por otra; o, inversamente, entre un estar sensorial y emotivo que se topa después con mi ser racional y los juicios razonados que tambien estoy obligado a considerar.

Pero el dolor y la emotividad humanas -que solamente posibilita la vivencia corporal misma- tiene una realidad fisiológico-moral innegable (porque en lo emotivo particular, pero sobre el plano colectivo y en la interacción social, está el porqué mismo de la racionalidad); y creo que de eso me armo yo en tanto verdad utilitaria que me ayuda a seguir en la brecha de este amargo disfrute (eso también sin duda) que es la vida a estas alturas históricas.

Porque ulitlería humana y sociomoral lo somos todos (por si a alguno se le hubiera escapado este detalle); aunque el sentido real de este sostenimiento artístico-antropológico que yo defiendo no nos pertenece nunca propiamente. Y me consta también que eso, acaso siquiera como idea, a muchos les puede ofender.

Pero precisamente: también ellos tienen el derecho al usfructo antroplógico inherente a su propia experienica fisiológico-corporal, como todo usuario antropológico. Y el difrute cierto de nuestra propia vivencia de la indignación moral frente al mundo y los acontecimientos colectivos percibidos, tiene un valor incalculable como también su precio.

Entendido así el tiempo humano, dificilmente puede calificarse sino de sacro.

Confiemos pues en que el artista aquí en cuestión sepa mantener vivo y coleando, como si dijéramos, el trampantojo mundi con que nos obsequia, así vivificando y sustanciando nuestro tiempo y paso por el mundo. Y que nos proteja, asismismo, creando nuevas ambiguedades como espacios para poder seguir nosotros ejercitándonos precisamente en nuestra naturaleza socio-metabólica en que se basa la cognición humana; que el saber y el conocimiento del mundo nos lo pide el cuerpo, y los grupos humanos siempre se han aglutinado a partir de ello en tanto dispostivos colectivos sociorracionales.

Ma non troppo, que esto también pues en el no saber definitivamente que no cabe esperanza alguna, hay una forma de esperanza (junto también al hecho de que ni más ni menos que las riendas estructurales del mundo las está llevando efectivamente alguién; quiero decir, si se aceptan los indicios que parecen apuntar en esta dirección).

Aunque lo que es una confirmación inequívoca en este sentido, no creo que debamos contar con ella.

Vamos, digo yo y por las razones aquí expuestas.

_________________________

1Párrafo incial del artículo en El País titulado Desdén por David Trueba, el día 5 de diciembre del 2022

2 Postulando el origen del problema en torno a la SGM implica descartar la posibilidad de agente vírico, puesto que la invención del microscopio electrónico -y la posibilidad de visualizar los virus y manipularlos- no se dio hasta la década de los 50, o a principio de los 60.