
Todo poder político para ser viable en el tiempo tiene que acomodar en uno u otro grado la necesidad humana del ejercicio de nuestro propio afán de imposición cognitiva, máxime respecto los contextos sedentarios. Dar al cesar lo que es del cesar tiene su corolario en la noción de que todo lo que queda después de que se haga efectivamente entrega al poder de lo que le pertenece (o sea todo lo que atañe al orden cotidiano que rige aquello que hacemos cada uno con el cuerpo propio), también a dicho poder le beneficia indirectamente. Es decir, el que los cristianos fueran libres de practicar sus propias creencias siempre que no se enfrentasen políticamente con el poder establecido, acaba reforzando dicho poder en tanto que, si no se facultan espacios de vivificación fisiológico-cognitiva e identitaria a los sujetos sedentarios más allá de lo corporal, en gran medida no puede asentarse en el tiempo dicho poder.
En este sentido parece bastante claro que las grandes dinastías políticas respecto de las civilizaciones agrarias más importantes, eran también dinastías espirituales, o estaban auxiliadas por poderes espirituales-religiosos. La historia occidental resume muy bien esta idea desde, en realidad, la Edad Media europea hasta al menos el siglo XIX; mil y pico años en los que el terreno político de la lucha por supremacía iba siempre vinculado al poder de la iglesia, en principio romana. Dicha relación era en sí misma una forma de tensión estructural que servía de sostén a lo inmóvil sedentario que, además, primaba el desarrollo de un ámbito semiótico-simbólico cada vez más amplio que es efectivamente la piedra angular de la historia intelectual occidental y en tanto civilización.
Parece bastante claro que las demás civilizaciones históricas -en tanto “imperios agrarios” (Persia, la India, la China y Japón, etc)-presentan las mismas características respecto esta división entre el orden político-corporal, por una parte, y un horizonte espiritual donde los seres humanos podían beneficiarse de un movimiento intenso de tipo en principio más metabólico que corporal. Y parecería que habría que hablar de cierta mútua dependencia entre ambos espacios, frente a esa inmovilidad esencial de las cosechas que van imperceptiblemente madurándose en los extensos campos sembrados; de la inmovilidad de los rumiantes en el somnoliento tiempo de su interminable digestión, y todo bajo el sol de un día sí y otro también…
O sea, se trata de un contexto en apariencia somnífera y de ritmo vegetal (en forma de cultivo y también el engorde de los animales domesticados) y que como pide a gritos animado conflicto, polémica y guerra, por una parte; y por otra, la posibilidad de despegarse, a través de la experiencia espiritual y simbólica (o sea, el lenguaje en última instancia escrita) y formas de vivificación en general estéticas no cruentamente corporales (espacios que podíamos entender como “miméticas”).
Pero, naturalmente, existe un problema con dejar la viabilidad sedentaria a la lógica exclusiva de la guerra por su capacidad de generar sufrimiento humano y minar los mismos cimientos de lo sedentario. Por eso tiene gran ultilidad ejercitarnos en la conceptualizacion de la espiritualidad y las deidades antropomorfas sobre las que se han asentado desde siempre las antropologías agrarias como una fuerza estructuralmente antagónica respecto a la violencia corporal; que contribuían en este sentido a equilibrar el ecostistema digamos humana y antropológica al poner a disposción de los sujetos homeostáticos espacios de vivificación metabólica no cruentamente corporales. Pues parece bastante claro entender que, antes de volcarse en la actividad guerrera colectiva, son preferibles formas de violencia moral y estética que emanan de -a la vez que envuelen a- los seres humanos socializados y co-pertenecientes. Y también existe cierta violencia en la imposición de uno o una misma, pero respecto a nuestros propios anehelos personales dentro de una propuesta social y colectiva como orden del que podemos servirnos; es decir, siempre que exista tal propuesta sobre el horizonte social en forma de un credo, lógicas culturales y ritos socialmente comprensibles respecto a los cuales aspiramos y nos vamos definiendo en uno u otro sentido, en primer lugar, íntimo.
El caso híbrido de las sociedades esclavistas de la cultura clásica por una parte, y por otra, la Edad Media
Que la Alta EM es también de carácter híbrido en tanto que la violencia la ejercían una clase guerrera que, si bien estaba afincada y en posesión de terrenos, pasa tambien buena parte de su tiempo de compaña bélica. Esto de tal manera que puede concebirse como un estamento en cierto sentido nómada que dependía de otro plano sedentario agricultor a su merced y que no tenía voz política pero sí cierta protección de la iglesia en un sentido al menos espiritual: pues era sobre el terreno de la inmovilidad agraria donde más importancia tenía el hecho de que existiera un espacio elevado, incorpóreo y a disposción de la gente para ejercer sus propios anhelos asimsimo “espirituales” que incluía la posibilidad de resguardarse en el confort moral del grupo; o también quedar similarmente electrizado respecto sentimientos de culpa e incluso formas de transgresión menores.
Pero, evidentemente, esta clase guerrera en tanto caballeros embarcados en campañas bélicas tenían mucho menos necesidad inmediata de espacios fisiológicos de caracter moral-espiritual puesto que vivían la violencia física de manera directa y participaban de situaciónes de grupo que también se desarrollaba sobre el plano directamente socio-corporal, lo que eliminaba la urgencia del recurso a formas estéticas o símbólicas de vivificación sensoriometabólica; es decir, el sentido de cualquier necesidad de cuaces miméticas quedaba reducido a un mínimo comparable con el de los grupos nómadas originales (que sería una forma conceptualizar, por ejemplo, los grupos y ejércitos de caballeros-guerreros quienes, solo cuando se vieran obligados a reincorporarse a la ruitna sedentaria, presumiblemente volverían a pensar en otras formas de comunión más abstracta).
Aunque por fortuna puede decirse que prevaleció el plano espiritual sobre el corporal resepcto la baja Edad Media y a la medida en que se incrementase la demografía europea, lo que abocó finalmente a una nueva forma de poder político basado ahora mucho más en la obligada interaccion social entre los poderosos (en forma concretamente de la sociedad cortesana); porque se empezó a monopolizarse la violencia guerrera, en manos de cada vez menos monarcas regionales, que cada vez más dependían de, en realidad, estructuras financieras y de capitalización (ámbitos en los que dominaban los grandes burgos y ciudades). Se tarataría de una tendencia cultural a partir de diferencias sociales (entre nobles competidores y de distintos rangos de las cortes) que entablan entre sí relaciones en las que no podía asomarse bajo ninguna cirucunstancia la violencia física, puesto que era poder y privilegio del noble-monaraca más poderoso y bajo cuyo auspicio y protección tenía lugar el desarrollo de la vida cortesana.1Norberto Elías
No paracería extraño, por otra parte, que precisamente a partir de esta nueva forma de poder político mucho más inmovilizado se fuera arraigando con cada vez más ímpetu la producción -generalizada en todas las cortes europeas- de nuevas herramientas de vivificiacion sensorio-metabólica no corporales en la forma de géneros literarios cortesanos para el disfrute estético -es decir, fisiológico- de los hombres y mujeres nobles prisioneros de alguna manera de este nuevo dispostivo de poder terrenal. Y es de suponer también que el verdadero auge histórico de la iglesia en su propia consolidación política, se daría también a partir de este mismo punto, pues existiría una nueva necesidad de espacios metabólicos más fisiologicos que corporales no simplemente coincidentes con un nuevo sistema de orden sendentarios sino como elemementos de apoyo y sostenimiento del mismo.
Y, por último, merece la pena señalar la importancia que tienen dichas herramientas de vivifcación en su conjunto (esto es, respecto a los credos, la representación simbólica en la forma de litaratura o las representaciones plásticas estéticas, además de otras actividades miméticas en forma de juegos y competiciones deportivas o torneos de combate), en tanto que todas ellas admiten la recreación fisiológico-estética de la violencia pero sin que tenga consecuencias político-corporales directas. Es decir, no desaparece la violencia a la medida que nos vayamos civilizando sino que nuestra relación con ella va modificándose, distanciándose de la crudeza, dolor y daño del cuerpo humano afligido. Pero de tal manera que parece obligado entender mejor el porqué de nuestra necesidad de que no desaparezca del todo y de que sigamos necesitando relacionarnos de alguna manera con ella.
¡A ver si nos aclaramos!