Tricky Bob says no magical thinking: apuntes sobre el «pensamiento salvaje»

El sentido que un grupo humano impone sobre la realidad (la natural además de la humana, corporal y emocional de todos nosotros) es tan importante porque, al no existir posibilidad física de la unión colectiva, solo en las interpretaciones, las postulaciones causales y en las vivencias narrativas-estéticas consabidas puede el individuo ampararse frente a la intemperie que de alguna manera supone la obligada singularidad corporal de cada uno. Los chamanes, hechiceros y hechiceras siempre han cumplido esta función crítica del cuidado y mantenimiento del plano epistémico (esto es, el saber cultural particular de un grupo cultural frente a su particular geografía existencial) en tanto que supone el verdadero dispositivo de integración colectiva de los cuerpos, pues las postulaciones abstractas, míticas y también causales, se abren en ofrecimiento a todos los cuerpos pertenecientes, en tanto auténtico vector de, en última instancia, la identidad cultural.

Y en este punto hemos de agradecer el hecho de que todo aquello que afirmemos o que interpretemos como verdadero y que no pueda contradecirse, podrá con el tiempo adquirir una autoridad colectiva de la que todos podemos servirnos en la conducción gozosa y hedonista de nuestra propio vitalidad homeostática y en tanto personalidad socializada (pues la vivencia homeostática de cada uno dentro de contextos de interacción humana afectiva deviene en una sucinta descripción técnica resumida de lo que, en su meollo central es ni mas ni menos que la vida en sí). Demos por tanto las gracias a que, al menos pasajeramente, no se puede saber el fondo empírico de muchas cosas puesto que dicha opacidad en efecto inexpugnable al menos desde el plano sensorio humano, es al mismo tiempo garantía de una posibilidad de interacción humana regida precisamente por cierto orden consabido respecto al mundo, lo que es cierto o no, y a qué cosas hemos te prestar más o menos seriedad moral.

Vemos, pues, en este punto, como lejos de constituir una curiosidad superticiosa, el llamado pensamiento mágico es posiblemente la artimaña suprema de la superviviencia de los grupos humanos en tanto nuestra capacidad cognitiva de imponer lógicas sobre lo real que crean un sentido al que los cuerpos pertenecients pueden aferrarse, siempre que dicho senido no pueda contradecirse. No se trata de tener razón empírica sino de la cuestión antropológica mayor que es la continudad en el tiempo en sí colectivo.

Para eso, precisamente, le sirve la racionalidad al sujeto homeostático: para entrar a participar, sobre el plano social proxémico, en el «juego» de la individualidad social apostando para ello lo único que tenemos de valor y lo que no cesa nunca de estar susceptible de perderse, esto es, el cuerpo físico y material de cada uno. De tal manera resulta de carácter prescriptivo tener entidad corporal para la adquisición y uso de la racionalidad humana, como asismismo el encontrarse vitalmente dependiente de los otros justamente en el sentido de amparo respecto al cuerpo propio; pero en el caso de no cumplirse estas condiciones, no existe tampoco el propóstio mismo impulsor del porqué de lo racional.

Porque sean cuales sean las lógicas postuladas y entendidas como ciertas de parte de un grupo cultural determinado, el porqué de la existencia de un dispostivo de este tipo será siempre la existencia corporal individual cuyo radical desamparo se soluciona a través de la pertenencia socio-homeostática e identitaria. Se trata, en efecto, de una brutalidad coerciativa que posiblita la amenaza anticipada, temida y siempre barruntada de la expulsión corporal de entre el grupo; a cambio, se le brinda al sujeto homeostático perteneciente su misma racionalidad y la identidad cultural sobre las que se configura, en última instancia, la personalidad propia y socializada.

Porque, total, de eso va, en su entramado más profundo y subyacente, la antropología sedentaria, en la consumacion vital longeva de los seres humanos a través de la interacción social, socio-homeostática y afectiva; pero para eso precisamente hace falta una sociorracionalidad por la que podemos canalizar nuestra vida emotiva y según la cual conducirnos socio-homeostáticamente. Y más crucialmente respecto -como siempre decimos- la antropología sedentaria dependiente de la agricultura.

¿O pensaba usted que había algo más? Es decir, todo lo que puede a esto añadirse solo tiene lugar a apartir de -abarcado por- la condición digamos basal aquí descrito. Todo aquello que, de forma permanente nos pide el cuerpo sin cesar como condición sobre la que se erige (como casi secretemente) el aparente peso del sentido humano ceñido, en realidad, por un contexto solamente generacional y siempre a un paso de abismarse nuevamente en el olvido.

Carpe diem se decía con toda su urgencia por algo; una urgencia a la vez sujeta por una serena firmeza vital ante el envite que es la vida como «oportunidad» metabólica y socio-afectiva. Una oportunidad que muy probablemente solo merecerá la pena en tanto trascienda en alguana medida respecto, en última instancia, otros seres humanos.

Todo lo demás es como la lentejas

Es decir, usted mismo/misma.

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