Manual del vivir sedentario empero para la fisiología humana nómada base
El dilema moral en su ímpetu fisiológica y fisiológicamente sensorial viene a sustituir el estado nómada de movimiento constante; y el contacto social incrementado, intensificado del modo sedentario y agrícola se presta naturalmente al desarrollo del ingrediente estructuralmente clave al respecto, que es la creación y refinamiento de conceptualizaciones lógicas (aunque no necesariamente empíricas) en torno a las cuales los seres humanos pueden forjarse su propia individualidad cultural y específicamente grupal, lo que requiere una cada vez mayor capacidad conceptual de síntesis racional y el desarrollo lingüístico en el que ésta se habrá de basar.
Porque solo valiéndose de lo que ya está culturalmente disponible, de forma socialmente congruente, puede el individuo fisiológico crearse oprobícamente su propia persona e identidad social, participando solo de esta manera en el juego crucialmente estructural que es el dilema moral. Y es, naturalmente, el oprobio biológico como pilar central de la naturaleza sociogenética nuestra aquello que permite que las conceptualizaciones de una semiótica compartida y grupal lleguen efectivamente a hacerse fisiológicamente relevantes y de obligación para la entidad fisiocorpórea de cada uno de nosotros.
Una vez establecida la racionalidad cultural particular de un grupo humano específico, que es asimismo la posibilidad misma de un paradigma correspondiente de individualidad culturalmente específica, la estabilidad sedentaria requiere el refuerzo continuo de esa misma racionalidad mediante el estímulo fisiológico-sensorial, a la manera de un desafío de esa misma congruencia social. Pues en la impresión fisiosensorial individual y corpórea continuada, la vida racional colectiva y socialmente congruente adquiere su verdadera fuerza renovada de imposición.
Los contextos más sedentarios, con el fin de conseguir el estímulo fisiológico y fisiosenorial tan necesario para reforzar la racionalidad funcional del grupo, sacan partida concretamente de la duda siempre presente -a partir de la ambivalencia inherente a nuestra singularidad física- de si uno puede lícitamente considerarse miembro, o no, del grupo (¡al que de hecho pertenece!); esto es, con el desarrollo cultural (sobre todo lingüístico-conceptual) se permite una elaboración mayor del estado base opróbico de los grupos humanos hacia la creación de un plano exclusivamente simbólico que, sin embargo, sigue siendo fisiológicamente real y fisiológicamente sensorial, como un espacio de ficción que disimula, en cierto sentido el mundo físico, pero que es, no obstante, una realidad desde luego moral para todo individuo perteneciente.
Porque la fisiología humana del individuo, siempre en un contexto colectivo, es una fisiología inexorablemente moral por cuanto forzada sin remedio a alguna forma de congruencia viviente impuesta simplemente por dicho contexto, esto es, por el grupo:
El simulacro funcional de la antropología sedentaria de los grupos humanos, es efectivamente moral porque es fisiológicamente real, siendo un simulacro del tiempo humano (como el tiempo humano en sí) que disimula la realidad física directa.
El manual de vida sedentaria a partir de un nuevo espacio antropológico sedentario, de base agrícola y respecto a la experiencia histórica al menos en nuestra concepción occidental de la misma, es principalmente la colección de los primeros textos sagrados hebreos, El Tanaj, y su continuación en el nuevo testamento cristiano o el llamado Evangelio. Porque una lectura antropológica del inicio del libro de Génesis, con sus abundantes referencias a un ente humano que necesariamente solo puede ser el hombre sedentario, surte el efecto de que uno se tenga que cuestionar la verdadera causalidad entre los términos de la divinidad, por una parte, y la agricultura por otra. Y mientras la lógica narrativa del texto presenta la divinidad como el agente causante y proveedor de la agricultura como dádiva para el hombre, un análisis a partir de una noción de la sustancia fisiológico-corporal de los grupos humanos en el tiempo (visión que intenta describir el proceso de una imposición fisiorracional humana sobre sus circunstancias espaciales con el fin técnica primordial de asegurar la permanencia en realidad del grupo), se puede conceptualizar dicha causalidad justo al revés, siendo la circunstancia de la agricultura la que empujó a los seres humanos a la necesidad de tener que agrandar fisioconceptualmente su propio mundo racional ante el problema que significó vivir de forma sedentaria (ahora según el ciclo de los sembrados) pero respecto de una fisiología humana filogenéticamente desarrollada en-y producto de-un mundo nómada anterior que estuviera siempre en movimiento, no solo fisiológico sino físicamente, y cuyos restos aun sobrevivían, para los autores iniciales del Génesis, ya solo en la vida del pastoreo.
Es el dilema moral principalmente, por cuanto fuente de una poderosa tonificación fisiológica individual permanentemente disponible, lo que viene a sustituir la vida en movimiento del mundo anterior, nómada. Además de Adam y Eva, la historia de Caín y Abel tiene una importancia central en la explicación del mundo que representa el antiguo testamento en su conjunto porque alude precisamente a un cierto cambio que pudiéramos decir estructural, aun visible respecto del problema que viene a suponer las consecuencias fisiológicas de la vida nueva, físicamente inmóvil. Y es que la figura de Caín es verdaderamente enigmática, en su clara transgresión que, sin embargo, no le cuesta a él la vida; y su castigo narrado (el de la defenestración al este, y la marca hecha sobre su frente para que todos lo conocieran y nadie le matara) parece en realidad alguna forma de apaño respecto un problema que la narración misma sugiere no tiene en realidad solución alguna, salvo la noción de poner en alerta a los demás respecto lo que solo puede ser, claro está, una forma de amenaza interno a nosotros mismos: porque a Caín y sus descendientes les debemos no solo las ciudades, sino además las artesanías del cuero, la metalurgia y la música, todas ellas actividades que son los cauces lógicos de la misma violencia que mató a Abel, pero volcada ahora en una proyección crucialmente técnica, no como opción vital de los seres humanos, sino que la historia bíblica parece indicar que la misma posibilidad del orden sedentario depende crucialmente de que el hombre haga algo, con una intensidad que precisamente le pide el cuerpo y su fisiología anterior, ahora peligrosamente descontextualizada por el mismo evolución técnico social.
Porque, naturalmente, a Abel en vida no le afectaba tanto esta nuevo entorno antropológico, puesto que, como hombre que se había dedicado al pastoreo, vivía aun en movimiento y por tanto no de forma socialmente integrada como los demás, y -crucialmente- precisaba Abel menos de la ley que a los demás se aplicaba y de la que en realidad dependían precisamente para sostenerse en el problema existencial que es su naturaleza fisiológica, empero, sin la salida efectiva de la vida nómada. Abel, en cambio, era aún más nómada que sedentario.
Y principalmente por eso, desaparece Abel sin rastro, como si todo el majestuoso canto conceptual que es el antiguo testamento en su conjunto tuviera poco que decir de él, y respecto en realidad del estado técnico de su modo de vivir; un modo de vivir que se abastece a sí mismo en el vigor del movimiento físico en sí y que, por tanto, no tiene necesidad de crearse otros cauces de sustitución fisiológica, como efectivamente viene a ser la consolidación de una individualidad necesariamente moral que, a partir de la agricultura, busca su mismo sustento fisiológico en la perenne ambigüedad de su propia legitimidad real como ente singularmente fisiológico y respecto del grupo.
Y los tiempos a lo que el inicio de libro Génesis se refiere como oscuros y quietos, antes de la creación narrada y la luz, solo puede aludir a un tiempo previo en que Dios, como solución técnica del problema de la vida sedentaria, no tenía utilidad para aquellos seres humanos que anteriormente subsistían en el movimiento en sí mismo; y la necesidad sociofisiológica de Dios que no tenían anteriormente dentro de la vida nómada, corresponde también con una forma de individualidad diferente, escondida aun históricamente en el movimiento gregario de la unidad humana colectiva, a través de su tiempo; una individualidad por tanto a la que aún no era ni posible ni necesario la exigencia estructural mayor que significara posteriormente el encumbramiento sobre los grupos humanos de los dioses agrícolas, y entre los cuales hay que incluir, además de los paganos, a Yavé.
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