Una clarificación etimológica respecto al uso del término «oprobio»:

Utilizo la palabra y las derivaciones que de la misma hago, a partir en realidad de una imagen etimológica más que sustanciarme en la definición léxica. Es decir, se suele usar dicha palabra cuando se quiere hablar de una forma colectiva del odio o desdén que por fuerza etimológica implica multiples personas (este sería el elemento diferenciador frente odiar a secas); asimismo los individuos singulares solo pueden ser objetos de oprobio y no agentes activos del mismo, a no ser que se quiera subrayar el fondo moral (o sea, colectivo y como ultraje a las normas comunes) del “oprobio” que como individuo uno pueda profesar a otro: en efecto y a modo de comparación aclaratoria, en qué se diferenciaría los dos encunciados siguientes sino a partir del elemento colectivo que como matiz que subyace en el fondo de las emociones reveladas:
me lanzó una mirada de odio
me miró con el mayor oprobio
La imagen de la que me sirvo cuando echo mano de este concepto es pues el del objeto humano singular que, de forma permanente, ha de dirimirse en su propia integridad racional como yo subjetivo (en su misma voz interna de consciencia) frente a los otros pertenecientes: que el porqué de nuestro propio ser socializado (antesala de la misma personalidad singular) procede de este estar fisiocorporal anterior que se afinca necesariamente en el locus opróbico de la pertenecia del individuo corporal y antropológicamente dependiente.
Pero este estar anterior no tiene voz porque antecede un tanto la misma sociorracionalidad del ser social y su congruencia multiple, primero corporal y después lingüísitica: en mí opinión sería, desde esta óptica, coherente, por tanto, intentar sustentar la construcción conceptual de una individualidad por fin antroplógica, como la que aquí he intentado plasmar, sobre la opacidad conceptual de una imagen, esta de un individuo rodeado, sin duda de forma coercitiva, por los suyos.
Y es que en la paradoja está su misma funcionalidad, la de parapetar los cuerpos singluares en una fisiología de la expulsión propia barruntada; pero es frente a esta imagen digamos neurofisiológica damasiana que seguramente he luchado toda mi vida cognitiva por ser uno de los míos (en tanto los gustos y habitos que he adquirido, junto con los idiomas que, frente a unas y otras circunstancias, he tenido que dominar o bien manejar en algún grado; o respecto a distintas formas de corrección que, para poder contarme como uno más de entre ellos -en relación con cualquier colectivo del que circunstancialmente hubiera dependido por un tiempo- no he tenido más remedio que tomar en serio, e incluso asumir en mi propio cuerpo digamos fisiológico-metabólico).
Así funciona este dispositivo de supervivencia evolutiva, sobre el hecho corporal de nuestra singularidad desamparada, pero que se parapeta finalmente en una homeostasis sensoriomoral e intíma de la defenestración anticipada por cada uno de nostros: una fisiomoralidad de la expulsión anunciada (además, de forma permanente) que se vuelve, sin embargo, más real, en cierto sentido, que toda realidad físico-material. Esta es la ficción humana más importante, la que sustententa ni más ni menos que la personalidad psicosocial del todo individuo frente al colectivo: pero es, en el fondo de cada uno de nostros, primeramente, una imagen.