La importancia de no saber más
Cabeza parlante en El Quijote (LXII. Segunda Parte)
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–Dime, cabeza, ¿qué haré yo para ser muy hermosa? Y fuele respondido:
–Sé muy honesta.
–No te pregunto más –dijo la preguntanta.
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Luego llegó uno de los dos amigos de don Antonio, y preguntóle: –¿Quién soy yo?
Y fuele respondido:
–Tú lo sabes.
–No te pregunto eso –respondió el caballero–, sino que me digas si me conoces tú.
–Sí conozco –le respondieron–, que eres don Pedro Noriz.
–No quiero saber más, pues esto basta para entender, ¡oh cabeza!, que lo sabes todo.
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Llegóse luego don Quijote, y dijo:
–Dime tú, el que respondes: ¿fue verdad o fue sueño lo que yo cuento que me pasó en la cueva de Montesinos? ¿Serán ciertos los azotes de Sancho mi escudero? ¿Tendrá efeto el desencanto de Dulcinea?
–A lo de la cueva –respondieron– hay mucho que decir: de todo tiene; los azotes de Sancho irán de espacio, el desencanto de Dulcinea llegará a debida ejecución.
–No quiero saber más –dijo don Quijote–; que como yo vea a Dulcinea desencantada, haré cuenta que vienen de golpe todas las venturas que acertare a desear.
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Así repetida la misma preferencia de parte de los diferentes personajes de que no se les revele todo, parece apuntar al miedo del ser humano de quedar vitalmente invalidado como individuo, pues en el saber se desvanece la voluntad de tener que ser e imponerse que pudiera ser que los seres humanos nos sintiéramos como la misma muerte del yo, o al menos tal y como lo entendemos en la impresión sensorial de nuestro ser fisiológico; como si intuyéramos que la posibilidad de ser en nuestra propia proyección fisiológica del yo socialmente realizado, dependiera precisamente de un futuro percibido necesariamente como incierto y perenemente por llegar.
Porque si no, ¿qué sería de nosotros en nuestro anhelo por ser si verdaderamente estuviera todo ya escrito, y ya conocido todo de forma inequívoca por nosotros?
Puesto que la individualidad antropológica depende del grupo de pertenencia, y que el pertenecer es la asunción por parte del individuo singularmente fisiológico del saber grupal, cualquier cambio en el acervo de conocimiento respecto de lo real —respecto a aquello que no hay más remedio que reconocer— altera profundamente el estado de ser antropológico estructural. Parece existir pues estabilidad en el no saber más allá de lo establecido y sus márgenes de lo hipotético, o al menos de forma socialmente extendida y respecto la necesaria congruencia social de aquello que damos por cierto y real.
Y la percibida por nosotros posibilidad de encontrarnos más allá de aquellos limites que a nosotros nos definen, da pavoroso vértigo.
Sobre esta base, por tanto, es posible conceptualizar la estabilidad antropológica como asentada sobre un mecanismo de simulación por cuanto la congruencia racional es un hecho primero y ante todo social —de origen fisiológico y hacia un orden impuesto sobre la misma— que solo de forma precaria puede alterarse bruscamente y con consecuencias estructuralmente graves, puesto que la definición del saber grupal como recurso estructuralmente fisiológico está en su misma fijeza —aunque ambigua y hasta cierto punto desdibujada—, y en sobre todo su limitación que es verdaderamente su misma definición.
Y fácilmente la calidad de estar fijada y la de ser limitada de la racionalidad cultural en su función de sostén, en realidad fisiológico, del marco colectivo y antropológico, puede confundirse con un mejor no preguntar que deviene finalmente un no quiero saber más colectivamente estándar y hasta institucional, que refleja posiblemente solo aquello que es una circunstancia universal de los grupos humanos y su cultura, en todos los tiempos y lugares:
Una circunstancia de la necesidad permanente y nuclear de lo críptico, que corresponde a la limitación física y fisiológicamente singular del ser humano, que se realiza, empero, solo respecto un andamiaje lógico-conceptual y semiótico del conjunto humano de dependencia; un estar fisiocorpóreo profundo que deviene ser solo de forma socio-objetivo, solo según aquella comprensión grupal y consabida de las cosas, y respecto cualquier expectativa de las mismas que sostienen el grupo. Porque es a partir de una fisiosensorialidad común y las conceptualizaciones también compartidas por cuanto fisiológica y sensorialmente obligadas para todos, la misma individualidad puede valerse de ello para así lanzarse, de un estar inherente fisiológica corporal y singular, hacia un ser social paradigmático que es, en términos estructuralmente antropológicos, la única racionalidad disponible (esto es la social, la de los otros que se impone necesriamente sobre mi propia fisiocorporeidad singular como también la única congruencia concebible de la misma, finalmente.)
Porque precisamente en el espacio estructural que pudiéramos llamar críptico radica el ser singularmente fisiológico-corpóreo de cada uno de nosotros que es la fuerza subyacente, siempre anterior y nunca colmada, de la posibilidad racional colectiva y cultural en sí. Y así de esta forma, la imposible resolución entre el plano estructural colectivo, por una parte, y la realidad fisiológica del individuo físico, queda efectivamente tensada y funcional respeto una paradoja que, en vez de resolverse, aprovecha la energía metabólica humana hacia su calidad de suspensión permanente, entre la realidad física individual y la supervivencia real finalmente solo en grupos más o menos sedentarios, a través del tiempo.
Y con ello se hace lícita la conceptualización del espacio cultural y estructuralmente críptico de la individualidad fisiocorpórea como un mecanismo de compensación, al menos fisiológica, de la circunstancia fija y básicamente inmóvil de los espacios antropológicos agrícolas. De manera que la experiencia física, respecto de cualquier significado posible, queda sujeto al grupo mientras que dicha experiencia en sí -la fisiológicamente sensorial y la de la impresión sensorial- va en cierto sentido por libre, más allá de hecho de nuestra comprensión siempre grupal de la misma, aunque sí que la podemos conocer y abrazar fisioconceptualmente por nuestra propia cuenta, si bien esto es solo posible de forma efímera y poco duradera, pues solo en la construcción paradigmático del ser nuestro -que es siempre de los otros, siempre extrínseco al yo singular-, radica cualquier esperanza posible de conocimiento conceptual de nuestro verdadero, más profundo estar.