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Origen fisiológico-corporal de lenguaje humano:

El lenguaje humano surge del mismo sustrato sociogenético de la moralidad física universal de todo grupo humano (que es de hecho la del individuo físico en el empeño permanentemente vital de asegurar lo que es su pertenencia al grupo como la verdadera supervivencia antropológica y física, o eso al menos para el individual.) El lenguaje, por tanto, pudiera considerarse como simplemente un ámbito más de la supervivencia individual así conceptualizada en el que el individuo singularmente corporal adquiere el adiestramiento fisiológico correcto (vocal, fónico y silábico-bucal) para así poder efectivamente existir ante todo frente a los demás como un ente singular pero en el reconocimiento ajeno inmediatamente social; pues, tratándose de comunidades lingüísticas concretas no hay más forma efectiva de existir perteneciendo sino por la consagración social en los demás de la entidad física de uno por medio, sin embargo, de la adquisición del lenguaje de los otros; una individualidad física singular al que, a partir de entonces y tamizada así a través de la congruencia grupal reinante, éstos no tendrán más remedio que reconocer como uno de los nuestros.

Y nos encontramos, efectivamente, ante un proceso de postergación de la experiencia física singular, proceso por otra parte nuclear del simulacro antropológico de los grupos humanos. Una postergación de lo físico individual que es al mismo tiempo su misma definición, ya social y en el seno de la experiencia antropológica grupal, empero definitivamente imbricada con un plano semántico de una congruencia y sentido culturales.

La experiencia física singular, tamizada de esta manera por la configuración opróbica del grupo y su corporeidad en realidad colectiva, bien puede considerarse una forma de hacer extrínseca la realidad fisiológicamente corpórea singular, precisamente en el salto lingüístico a un ámbito estrictamente sensorial como simulacro respecto un plano moral originalmente físico. Y la lucha ahora simulada por la vida —precisamente en la pertenencia individual al grupo ante todo como proceso fisiomental interno— es, no obstante, fisiológicamente real para el individuo, de una nunca definitivamente resuelta intensidad que los contextos más sedentarios aprovechan estructuralmente para su propia, sistemática a la vez que vigorosa tonificación en el tiempo.

Pues en la adquisición del lenguaje humano se colma para el individuo antropológico la posibilidad de jugar al simulacro cultural más importante que es ni más ni menos que el dilema moral; pero no ya en el plano primario de la experiencia solo física y físicamente sensorial ( auténtica cuna y sustrato de todo desarrollo fisiológicamente social después), sino dentro de una sensorialidad de naturaleza ahora lingüística que inexorablemente posterga –o defiere— su propia realidad física subyacente y críptica, a partir de entonces, dentro de una cultura particular.

Que el lenguaje así fisiológica y fisioespacialmente desarrollado por colectivos humanos en el tiempo tienda inevitablemente a facilitar los asertos lógicos (aunque no necesariamente empíricos; respeto de cualquier identidad cultural que requiere entenderse de forma congruente para que todo ente singularmente individual del grupo comprenda por medio del grupo su propia e intransferible corporeidad sensorial) puede postularse efectivamente como una necesidad estructural en que vive el grupo de que a cada ente singularmente fisiológico le corresponda una individualidad social de una congruencia, sobre todo en los demás, que garantice la integridad colectiva numérica en su fundamentación primaria, al menos. Pues el contexto colectivo y corporal de los grupos humanos, diremos primitivos, que permiten el desarrollo fisiológico del acto humano del habla, como aquí comentado, no tenemos más opción que considerar que antecede a la capacidad conceptual posterior; esto es, que la hoy comprobada relevancia fisio-opróbica de la narrativa sobre la percepción humana (el story telling) parece ser que antecede a su vez la creación y transmisión de cualquier desarrollo conceptual más elevado en la cultura, respecto de auténticos credos religiosos y espirituales, que por otra parte están inexorablemente ligados en su aparición histórica a la agricultura sine qua non.

Con esto se hace preciso afirmar que la racionalidad humana como imposición en realidad del grupo sobre sus componentes singularmente físicos-fisiológicos, es en sí mismo el estado anterior al desarrollo posterior conceptual de cualquier cultura; que por lo tanto el transcurrir del tiempo humano es, en cierto sentido el mismo transcurrir perenne, de un estado de configuración grupal heredado que, como es nuestra naturaleza inherente, busca de nuevo la supervivencia simulada de su propia imposición, sobre todo y en el mejor de los casos, fisiorracional y semiótica; como parte de la misma simulación que en realidad siempre ha disimulado, poco a poco –pero sin duda progresivamente– su propia realidad simplemente física. O eso siempre que se lo haya podido permitir, claro está, y de vuelta a veces, al cabo de periodos de regresión en este sentido, en realidad no infrecuentes históricamente.

 

 

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