Correcciones fisiológicas
El ímpetu fisiológico de los seres vivos parece naturalmente requerir su contrario, o algo así como una fuerza que contrarreste su propia inercia, lo que viene a constituir la definición al menos funcional -más bien situacional– de la misma. El espacio simplemente físico que han de compartir diferentes seres vivos, corpóreos es el logos inicial de una pugna entre fuerzas naturalmente contrarias que, con el tiempo y en la repetición, entran inexorablemente en relaciones de cierta jerarquía que se basan efectivamente en la mutua definición fisioconductual, entre sí y en el transcurso del tiempo. Y debido a la urgencia de la sustancia puramente fisiológica y sensorial de la vida animada, como una verdadera ferocidad vital que queda, sin embargo, refrendada y obstaculizada de alguna manera por su adversario inmediato, pueden considerarse las pautas así establecidas una forma de orden entre entes físicos diferentes, y del que las partes llegan a depender en sus vidas respectivas corporales. Se trataría pues de una dependencia viva como una forma finalmente de identidad, no cognitiva exactamente, sino fisiológica y fisiológicamente sensorial que, en su origen, y aun en su permanencia y mantenimiento en el tiempo, pende del conflicto y la rivalidad más o menos continuos.
Respecto los grupos humanos, y postulando para nosotros la misma voracidad vital por la vigorización en sí fisiosensorial que la de los demás mamíferos, puede sostenerse la racionalidad cultural (no solo a partir crucialmente del lenguaje sino antes) como un dispositivo parecido que sirve igualmente para refrenar, obstaculizar, finalmente definir, el ímpetu fisiológico de los individuos, empero siempre hacia la prioridad en realidad estructural de impedir que el grupo humano se disperse.
Aunque para los grupos humanos sobre todo sedentarios (o los que son más sedentarios que nómadas, aunque no sean del todo ni permanentemente asentados), la culminación de la dependencia fisioconductual del individuo en el grupo, hecha igualmente del conflicto base y corpóreo entre seres físicos que sin embargo no pueden alejarse los unos de los otros, toma la forma de la asunción por cada ente singularmente físico-sensorial de un paradigma socialmente congruente de su propia individualidad social; una imposición sobre cada uno de nosotros de una congruencia pero en los demás, que éstos perciben efectivamente como tal y que nos permite defender, por medios ya no letales-sino lingüísticos y morales-nuestra propia legitimidad y permanencia corporal dentro del grupo.
Naturalmente, solo algo así como una fuerza opróbica biológica, dentro de cada uno de nosotros, podría convertir las pautas fisioconductuales del grupo (incluyendo el lenguaje y después sus imposiciones conceptuales) en una obligatoriedad fisioconductual-corporal para cada uno de nosotros. Pero, crucialmente, es la agricultura que interrumpe definitivamente el movimiento físico básicamente permanente de los grupos humanos más nómadas, lo que conduce la evolución filogénica social nuestra hacia su constitución sobre todo sensorial en compensación, en cierto sentido, por una vida anterior sostenida en el movimiento físico en sí mismo; porque, para nosotros, la representación simbólica y estética es ciertamente de sustancia sin duda fisiológica y sensorial, y como tal constituye un cauce vital de expansión la antropología agrícola tuvo imperiosamente que aprovechar sine qua non.
Y el caso es que, aun cuatro milenios después de la escritura y las numerosas civilizaciones que sabemos que vinieron después, junto con las innumerables culturas y sus correspondientes relatos a lo largo de los tiempos, sus geografías y las sucesivas elaboraciones culturalmente racionales diferentes, seguimos aun hoy necesitados como seres vivos del adversario fisiológicamente inmediato (aunque no siempre necesariamente físico), para así ser experimentando la mayor vigor sensorio que nos es posible conocer, condenados como estamos a ganarle a una insípida inmovilidad agrícola que está siempre esperando al acecho para cuando finalmente caemos de las ficciones de nuestro artificio propio, por medio de las cuales nuestra verdadera supervivencia ya como sociedades complejas ha sido posible.
Porque en nuestro postular propio -de un enemigo endemoniado no visible, o un dios-, llegamos nosotros a ser en nuestra vigorizada oposición, tanto más intensamente cuanto más formidable sea la figura con la que entremos fisiototemicamente a relacionarnos; y como con el discurrir del tiempo fisiológico colectivo se van desarrollando pautas fisioconductuales -¡ahora conceptuales!- de al menos una obligatoria relevancia fisiosenorial para cada uno de nosotros, hemos alcanzado algo así como el zenit de las posibilidades antropológicas del simulcaro, que es, claro está, la elevación moral del ser humano respecto aquella figura postulada originalmente por él y ante el cual se hubiera postrado simplemente por la necesidad fisiológica, fisioexistencial de un adversario digno, y frente a quien pudiera conocerse en realidad a sí mismo, por fin.
Algunos casos comentados:
—De manera parecida, nuestra convicción (a veces y en extremo, creencia) de que el mundo lo dirigen organizaciones entre bastidores, poderosas y de una extrema ferocidad de imposición sobre todo finalmente política a partir, en todos los casos, del poderío financiero (las mafias de cualquier etnia, narcotraficantes de nivel estructural, Corporate America y los distintos lobbies financiero-político-militar y tecnológicos que lo mueven, o simplemente los hombres de negro depredadores de cualquier contexto macro económico y estatal) pudiera considerarse una de las más importantes maniobras nuestras de aprovechamiento, en realidad de nuestra propia limitación física, pues precisamente respecto aquello que queda más allá de mi capacidad inmediata de comprobar, también se ubicua más allá de cualquier posibilidad de contradicción lógico-empírica, lo que me permite el verdadero lujo de afirmar cualquier cosa sobre ello, máxime cuando se trata sobre todo y primeramente de un resorte fisológicamente racional interno a mí y hacia mi propia, vigorizada visión del mundo y por ende, de mi propia autocomprensión frente a ello. Y es como si en la fuerza terca de la amenaza organizada -pero que efectivamente postulada por mí- yo encontrara también la oportunidad fisiorracionalmente vigorizada y de máxima tensión, de mi propio ser y estar. Y puede que precisamente por eso tienda yo a recrearme en tales asertos lógicos, porque me aviva la cosa, desde luego.
—Los androides Nexus, de Blade Runner (1982), una vez que se diseñan y los humanos los van implementando laboralmente, se vuelven en contra de sus propios creadores casi como necesaria tonificación finalmente moral para un mundo que la película nos relata está sumido en una especie de plan críptico sociocultural y existencial de evacuación del planeta Tierra; esto es, como distracción fisiológicamente moral y vigorizadora, de una violencia feroz y respecto de un mundo ya claramente caducado, y como el ultimo asidero posible al sentido humano en sí. De que el sostén racional de un momento histórico dependa así de un contexto simplemente de pugna feroz y letal entre adversarios, es también idéntico argumento de Mad Max (1979), película en la que nos habla a posteriori de la evidente caída de la civilización humana (o al menos la australiana) mediante una frenética lucha por la vida, al parecer pero a veces ni eso, sino el pelear por pelear cierto, sin otra explicación alguna.
—El espacio fisiosemiótico virtual que es internet y como virtualidad adicional respecto simplemente la antropología sedentaria en sí, tiene que poder estructurase en torno a la incertidumbre de los hackers, sus virus informáticos o incluso el espam y las artimañas de los timadores virtuales y demás villanos cibernéticos (los trolls, pederastas, stalkers, etc.) que son todos ellos fuente de por lo menos la percepción, sentida por nosotros, de horizontes peligrosos y de amplias dimensiones que logran surtir el efecto estructuralmente crucial de simplemente una vigorizada conformidad nuestra con las limitaciones reales, físicamente inmediatas y bastante mundanas que nos definen;
—El naufragio de la vida que pudiera ser algo así como la experiencia fisiológicamente sensorial desamarrada por completo de la síntesis racional, y del cual nos podemos salvar mediante por ejemplo la lectura, puede considerarse en realidad como aquello que justifica —y estructuralmente predetermina— la racionalidad cultural dentro de una suerte de oposición en la que el ímpetu fisiológico y vital (el caudal del hecho existencial nuestro) ha de ser contestado por la emergencia de limitaciones de tipo racional y socialmente congruente, hacia la sujeción al menos socialmente funcional del espacio antropológico, aunque el individuo, en su propio e inexorable sentir de la impresión sensorial, solo logra mantenerse a flote sin poder salirse nunca del agua, pues la existencia duradera y tensada del espacio racional cultural depende en realidad de ello.
—El fundamento cierto pero críptico de lo que después viene a ser el desarrollo socio-conceptual de cualquier experiencia cultural, son en realidad los contextos fisiocorpóreos de adversarios que disputan entre sí el plano físico-espacial. O en eso, poco más o menos, se asienta la visión de Konrad Lorenz respecto al mundo de los seres vivos y las extrapolaciones iniciales que él mismo desarrolló aplicados al mundo humano. Y tal sustrato puramente físico-corpóreo de la vida orgánica animada cabe conceptualmente como el estado inicial del hecho lingüístico humano (aunque dicho autor no llega expresamente a afirmarlo, al menos en su obra Sobre la agresión (1966).) Pues en la interactuación fisiológica de los entes vivos las relaciones de dominio de unos sobre otros, y las de unos sobre otros que se manifiestan, sin embargo, respecto a terceros, van creando una forma de significado físico o fisiocorpóreo que la vida fisiológica de las especies, al discurrir temporal de las generaciones, va incorporando filogenéticamente a las pautas de comportamiento de una especie. Y es precisamente en este contexto que el desarrollo de unas pautas fisiológicas al mismo tiempo que corporales, que se asocian finalmente a una crecente congruencia al menos inmediatamente social de significado funcional y deíctico, pudiera asegurar, en primer lugar y sobre todo, la permanencia del grupo humano; permanencia que se cimentaría en la capacidad del individuo (de cualquier individuo) de incidir al menos lingüísticamente sobre las motivaciones de cualquier otro miembro del grupo, como una exteriorización –crucialmente solo de representación sin consecuencias físicas directas— del sentir individual.
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(1) Esto, a grandes rasgos, es la visión que de la fisiología animal tiene Konrad Lorenz en On Aggression.