2. Geertz, de nuevo

1.La narrativa del héroe (o mejor, antihéroe) que presencian los espectadores-participantes en las peleas de gallo de Bali, tal como las observara y entendiera Geertz, es ciertamente eso: una narrativa escenificada de sobretodo la derrota, pero respecto el clan (o alianza de clanes) que patrocinaban el gallo vencido y que adoptaba la figura inmediata y momentáneamente afligida del cuidador-entrenador humano apesadumbrado ante el cuerpo inerte del ave que acaba de quedar vencido.

Pero, de la misma manera que nosotros vemos una película, vibramos opróbicamente con cualquier representación de violencia inexorablemente moral que se nos monta, y pasamos después a otra cosa, la aflicción presenciada sobre el escenario colectivo de la pelea de gallos igualmente desvanece de forma inmediata y para todos, pues se pasa raudo al siguiente combate o a cualquier otra cosa…

Y la sofisticación de la semiótica es pues aquí relevada en el hecho de que los libros (y las películas, o cuadros pintados), como son productos de sistemas simbólicas, permiten que vivamos nuestras fisiologías y su configuración opróbica subyacente todo lo vigorizados que podamos, sin generar necesariamente restos biológicos reales que, como los cadáveres de los gallos —o los de millones de seres humanos que históricamente han servido en sus cuerpos a lo que constituye una especie de ejercicio fisiológico de contextos sedentarios concretos— residuos, digamos antroestructurales los cuáles luego hay que descartar, claro, y en el fondo sin que importe apenas en lo más mínimo, puesto que por mucho que intenten que tengan importancia las conmemoraciones de cualquier índole, por ejemplo, el momento vivo del presente fisiológico-sensorial siempre tiene prioridad real, sin duda.

Y es que seguramente las circunstancias de la antropología más y más sedentaria (en conjunción con la afición fisiológica a la que tampoco podemos escarparnos) hacían también progresivamente más intolerable la violencia al menos entre seres humanos cotidianamente próximos entre sí. Con lo que no nos es lícito de ninguna manera despotricar contra la aparición histórica de la agricultura y desde la óptica nuestra de hoy en día (como sí lo hace Harari *) puesto que la elaboración moral entre individualidades también más desarrolladas debe concebirse precisamente como la solución que las primeras sociedades semi agrícolas se dieron a sí mismas —esto es, evolutivamente— y hacia su propia posibilidad de permanencia en el tiempo, y al menos de una generación a otra.

Pero, de despotricar críticamente contra la agricultura en la evolución humana, sería posible solo gracias precisamente a la aparición de la agricultura, ¿O no?

2.Podría concebirse por tanto la evolución biológica del ser humano como una diacronía que no se puede separar del desarrollo técnico de la vida de esos seres humanos históricos, dado los efectos que tiene sobre los grupos humanos la técnica misma que utilizan. Y como claramente la evolución biológica humana tiene su base verdadera en el grupo humano, cualquier cosa que incide sobre la condición de la vida grupal debe considerarse al menos con una magnitud importante respecto la ya prefijada biología de los individuos; y en última instancia, el desarrollo técnico es precisamente aquella fuerza que paró en seco la evolución biológica-social de la especie humana, pero que igualmente forzó un desarrollo ahora moral-cultural en base, eso sí, de una configuración biológica de carácter socio opróbica ya establecida a priori y evolutivamente, y que es la que nos sigue definiendo de modo críptico hasta hoy.

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*Yuval Noah Harari in A Brief History of Human Kind (2014)

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