.…A la vez que el mundo avanza hacia la tecnificación robótica, que la informática y la astronomía conectan el conocimiento humano y el universo, cada vez menos ignoto, la humanidad sigue teniendo necesidad de misterio, de algo que la haga sentir viva por encima de la tecnología. Enganchados a móviles y a ordenadores, necesitamos a la vez sentir que estos no lo solucionan todo y que hay algo que se les escapa, algo que nos pertenece y que ya estaba dentro de nuestros espíritus antes de que aparecieran ellos. Algo que tampoco tiene que ver con la religión como nos la presentan, en todo caso con sus antecedentes mágicos. En el fondo de todos nosotros, lo queramos o no, hay un eco de la historia de ese tiempo en el que las preguntas aún no tenían respuestas, o por lo menos no todas ellas. Del artículo de opinión titulado Solsticio* de Julio Llamazares en El País, 21 de junio, 2019
No sería más cierto decir que la fisiología humana como producto de la evolución histórica está hecha para alimentarse de la ambigüedad: por ella es que hemos de buscar, y por ella también es que hemos de imponer lógicas, sobre todo en contextos colectivos, que hagan posible que nuestra vida sensoria vigorizada no perjudique el hecho colectivo, al tiempo que la vida fisiológica en su efervescencia particular (o sea, la anomia que supone para el grupo todo individuo) haga nuevamente necesario lo sociorracional? El no poder discernir el fondo de las cosas incentiva la fisiología humana a vivificarse, lo que a su vez supone una forma de anomia individual que, de nuevo, pide que se le frene, que se le encauce, de nuevo sociorracionalmente. Ese y no otro es el dispositivo fisiológico de la racionalidad humana. Pero lo importante es comprender que lo racional no existe a no ser que sea necesario que exista: la anomia individual es pues la clave, a través del estímulo vigorizado que supone la ambigüedad y el no saber, situaciones que si bien podemos nosotros considerar extremas, son en realidad el pan nuestro fisiológico de cada día.