(Apuntes)
La amenaza soberana y el soberano
Son lo mismo por cuanto su relación fisiológica con el yo neural es la misma: ambos empujan de la misma forma al individuo hacia el grupo propio, ambos ocultan detrás la misma relación en este sentido. Y esto parece ceñirse más acertadamente a Damasio; esto es, un yo neural (o proto yo) que puede aprovecharse para reforzar al grupo (una unicidad absurda por cuanto la unión física es imposible, sino solo fisiológica); y nuestra entidad fisiocorpórea puede considerarse una especie de comodín al que puede volcarse el drama del grupo frente a la amenaza externa.
Conciencia como escapatoria
Una quizá más verdadera libertad humana pudiera ser el espacio fisorracional como individuo agente un poco más por encima de la fisiología subyacente y antropológicamente estructural. O sea, que la conciencia humana parece en sí misma una salida de descarga fisiológica que abre una puerta de salida respecto los procesos opróbicos y sociorracionales que anteceden en el tiempo al individuo social emergente. Esto podría apuntar hacia una explicación de la conciencia humana como escapatoria de la tiranía de lo opróbico. Que es al mismo tiempo un bucle bipartito en el que una parte sirve en el tiempo para reforzar la otra. Esto es, que la emergencia de una agencia más fisiorracional supone una fuente de desafío edificador respecto lo sociorracional en sí que lo obliga a flexibilizarse, a agrandarse, en permanente tensión. En este sentido, sería la individualidad fisiorracional y agente lo que surtiría el necesario efecto de estímulo respecto lo sociorracional; y así, pudiera considerarse la consciencia humana estructuralmente como un paso más en el camino de la «moralización» necesaria para que los grupos humanos -y cada vez más sedentarios- puedan seguir ejercitando su propia esencia fisiológica y sociorracional en la necesidad de la misma (esto es, por los continuos desafíos, ahora internos sobre todo, a ella).
Se asentaría la conciencia, entonces, sobre la agresión (como todo lo demás en el fondo), como un ejemplo más de la relación estable porque antagónica, en cuanto tensión que no tiene otra opción que aliviarse en el desarrollo de la conciencia más elevada, como en sí una forma de amparo frente a la tiranía de la mecánica sociorraconal (y esto, a su vez, beneficia al grupo forzando nuevamente la reconstitución de lo sociorracional). Las ideas de Ortega respecto la experiencia artística dependen en cierto sentido de dos tipos distintos de libertad humana, aunque ambos remiten a nuestra entidad primaria fisiológica, pues el arte nuevo (que Ortega examina en dicha obra) busca cambiar nuestra experiencia fisiológica en su raíz socioopróbica, elevándola hacia una violencia fisiorracional como imposición de estilo. Precisamente así se eleva el agente fisiorracional humano como sujeto, que es capaz de imponerse activamente sobre un entorno, por ejemplo, simbólico y de representación, más allá de la función fisioantropológica de simple objeto de estímulo que es, qué duda cabe, el punto de inicio fisiológico de toda vivencia humana. Pero el poder de los procesos socioopróbicos se asienta sobre la naturaleza hedonista nuestra y frente a los cuales no llegamos nunca jamás a estar inmunes del todo en tanto los seres fisiocorpóreos que somos y a partir del cual emerge nuestra individualidad sociorracional particular. Y aun así, seguramente en conjunción con los problemas inherentes a la antropología sedentaria, el yo sociorracional –que es también fisiorracional, capaz de participar en la creación de metáforas (o las analogías)- esta empujado hacia su propia imposición sobre todo contexto lo suficientemente ambiguo que lo permita, pues como no puede contradecirse cualquier aserto que se haga, no existe razón alguna por la que no hacerlo: he aquí la segunda forma más elaborada de libertad fisiológica que es de carácter fisiorracional, puesto que es la fisiología no solo pasiva (la que tenemos todos en común y como requisito universal estructural y antropológico), sino que requiere una agencia activamente moral respecto una imposición que se vale de entornos simbólicos o estéticos para flexionarse, digamos, en el ejercicio de una violencia –no hay otra forma de denominarlo- que, sin embargo, no tiene por qué invadir el plano moral y políticamente cruento de los cuerpos físicos reales, o al menos no inicialmente.
Pero ojo: aunque esta segunda clase de libertad humana es inherente en sus fundamentos a todo ser humano, es solo a través de la cultura que el individuo accede a este otro plano ya simbólico, donde emerge lo sociorracional (eso que solo un grupo cultural puede proporcionar al individuo antropológico); y además, el gusto por este tipo de ejercicio de violencia fisiológica pero en principio no físicamente real (sino solo fisiológico), tiene que cultivarse en su mismo carácter necesariamente hedonista para el sujeto ahora social; que hay que aprenderse, practicarse y adquirir, de alguna manera, la propensión a la misma. Pero claro, lo grueso de todo sistema social no depende de un alto desarrollo de una tal propensión, sino que solo de forma seguramente intermedia y en ningún caso numéricamente extendida (¿cuántos artistas y creativos digamos profesionales son necesarios para una sociedad determinada?) pues toda estabilidad estructural antropológica se basa en una parte humana más amplia, pero más inerte que queda, sin embargo, expuesto al estímulo opositor de otro grupo menor y en algún sentido minoritario.
Un análisis psicológico de occidente a partir de la revolución francesa*
Una cultura que, salvo algunos reductos excepcionales, no es <<muy amiga>> del cuerpo pero que, paradójicamente, se refugia en la experiencia fisiosensoria –esto es, en el cuerpo y su fisiología somatosensorial no conceptual- por varias razones. La primera es que todo presente se erige frente a lo socioopróbico y lo sociorracional. Segundo: como antropología sedentaria, se compensa fisiosensorialmente frente a la limitación física de los contextos agrícolas, en aras de su propia permanencia estable (por cuanto vigorizada) en el tiempo generacional, y puesto que la vivificación fisiosensoria fundamenta la posibilidad de lo sociorracional. Aunque en rigor, uno y dos son aspectos técnicos inherentes simplemente a toda situación sedentaria.
Un tercer punto y porqué del problema del cuerpo desde la óptica de Occidente, tiene que ver con los excesos que se incurren respecto las dinámicas fisiorracionales, puesto que, como la cultura se refugia necesariamente en la vivificación fisiocorpórea de todo presente vivo –esto es, en el cuerpo, pero a extramuros de lo conceptual- fácilmente ocurre que una sociedad determinada (o incluso toda sociedad) no sea capaz de corregir su propia dirección antropológica; y esto se debe muy probablemente y en parte, al hecho de que el cuerpo sea el convidado de piedra siempre respecto los procesos sociooprobicos y sociorracionales. Pero esto no es de extrañar puesto que, en cierto sentido, la gran farsa humana es la singularidad físico-cognitiva nuestra.
*El sentido aquí en cuestión, encuentro que está mucho mejor desarrollado y explicado en Comunidades imaginadas (1983) de Benedict Anderson quien da una importancia crucial a lo que el denomina «el capitalismo impreso» (esto de el impacto cultural que causó históricamente la imprenta) y sin lo cual no hubiera sido posible la revolución francesa. Idea que coincide, en general, con la conceptualizacion mía de «lo totémico» como espacio de vida fisiosenoria, opróbicamente relevante -pero no fisicamente trascendente de manera directa- y que sirve a los grupos humanos frente a las limitaciones de la vida sedentaria.
El dramón del arte nuevo (Ortega y Gasset)
O sea, que este arte nuevo que va en contra de la propia esencia fisiológica humana, en aras efectivamente de una elevación fisiorracional, resulta que constituye finalmente una suerte de épica, al menos en el plano fisiológico y fisiopsicológico, que es también –y por otra parte, como siempre- el enaltecimiento del presente vivo frente a los procesos y fuerzas <<socioopróbicos>>, incluyendo la semiótica en general que no se niega, pero con la que se juega y sobre la que se deja una marca propia de imposición fisiopsicológica, fisiorracional. He aquí pues otra generación que cumple con su sino técnico que es la vigorización somatosensorial como su mismísima trascendencia fisiológica en un sentido paradójico, puesto que es la vivificación fisiometabólica aquello que pone en vilo la tensión fundacional de lo sociorracional, siendo lo sociorracional la circunstancial e históricamente lograda conjunción de la sustancia fisiocorpórea de todo individuo vivo, y la permanencia del grupo. Esto es, la experiencia somantosensorial y fisiológica, intranscendente en sí, solo llega a trascenderse por cuanto permite los entornos sociorracionales posteriores: se trata, nuevamente, del abismo de Damasio entre las dos partes de la individualidad antropológica (que él explica como el paso que hay entre el proto yo neurológico, y el yo consciente individual).
De manera que, si la sociorracionalidad grupal humana supone siempre una equivocación, puesto que el hecho problemático de la singularidad física que solo perdura en cuanto unicidad colectiva y múltiple -y que se fundamenta ante todo en el ocultamiento funcional de esta circunstancia técnica- se hace crucialmente necesaria la formulación de conceptualizaciones rectoras respecto la misma sustancia fisiosensoria. Esto es, algún tipo de acervo conceptual e <<ideológico>> se hace imprescindible para salvaguardar la dirección ultima del contexto antropológico y, finalmente, su misma viabilidad. Y al final no importa tanto en que consiste esta <<ideología>> -son todas ”equivocadas” en su misma naturaleza técnica, puesto que resuelven ante todo la paradoja base que hay entre el individuo y el grupo (como aquello que permite finalmente la vivificación somatosensorial a la vez que el reforzamiento grupal)- porque el modelo real y universal de toda antropología es, simplemente, el de la consumación de las generaciones vivas, tiempo que nunca transcurre, por cierto, aisladamente sino respecto generaciones siempre entremezcladas.
HAMPERED BY DAMASIO
¿Qué satisfacción en este contexto proporciona al individuo el contar con un plano fisorracional más elevado por cuanto entrelaza la vivificación somatosensorial y metabólica con contenidos conceptuales que limitan, por tanto definen de alguna manera, esa misma sustancia fisiosensoria? Porque en contextos sedentarios esto crea cauces de vivificación fisiosensorial que, evadiendo el plano físico, no suponen una afrenta moral directa y que, por tanto, no son ni política ni judicialmente relevantes, o no al menos inicialmente.