…Entre una noticia y otra los seres humanos viven en la penumbra. Esta picadora de carne mediática produce esencialmente dos fenómenos: la pérdida de la relación humana con el mundo y la impresión de poder conocerlo y juzgarlo por completo. Por esto último se interesan los filósofos, pero en lo que concierne a lo primero, también vale la pena molestar a los artistas. Quien coja papel y lápiz o se siente con los dedos ante un teclado para contar una historia tiene la oportunidad de regresar a ese barrio para encender una luz más tenue. Una vela que permita iluminar a las personas y las cosas sin deslumbrarlas, confundirlas ni pintarlas como demonios.Tiene la oportunidad de recoser la escandalosa muerte de Davidea su vida de chico joven. Mostrándonoslo tal cual era en vida y lo mucho que se parecía a todos los demás adolescentes del planeta. Tanto a los ricos como a los pobres. A los extranjeros que huyen y a nuestros conciudadanos que les cierran puertas y puertos…Ascanio Celestini, La picadura de carne mediática* en El País, 17 de mayo del 2019
Digamos que penumbra se define -vamos a decir inicialmente- frente a su negación que sería el estado fisiológico precisamente no penumbra, esto es, el estar nuestro que consiste en la efervescencia metabólica y emocional a partir del estímulo externo (tanto espacial como totémico-cognitivo). Y como ya llevamos diciendo, los contextos sedentarios, debido a la restricción respecto el desplazamiento físico que imponen sobre los sujetos antropológicos, arraigan su basamento funcional en la «moralización» de la vida corporal y fisiológica, como fuente principal de tonificación fisiosensoria (puesto que no hay cauce de desplazamiento directamente físico) y llave, por tanto, de la reconstitución sociorracional posterior. Y así, la penumbra que aquí traemos a colación se refiere, más específicamente, a una fisiología no estimulada que carece, por tanto, de la necesidad misma de que se sociorracionalice; con lo que cualquier apreciación semiótica posible desde la óptica de los otros, esto es, «la voz» que dé cuenta racional (al menos según un colectivo humano determinado), no llega a tomar forma puesto que falta el ímpetu fisioopróbico inicial respecto el porqué de esa misma racionalización social posterior; porque en efecto, si no me amenaza me propia sensorialidad con ponerme fuera de los límites de lo que es apropiado para el grupo humano al que pertenezco, no se hace necesaria la reconstitución sociorracional.
Penumbra, entonces y en el contexto conceptual de Celestini (y su traductor del italiano al español), adquiere tintes de lo no comprensible precisamente porque carece de la experiencia fisiomoral que es la causa estructural de que se genere -de que emerja socioopróbicamente– la comprensión socio-semiótica (tanto conceptual, o solo simplemente simbólica) que los contextos sedentarios requieren para estructuralmente acomodar nuestra esencia fisiológico-sensoria originalmente nómada. O sea, el aburrimiento, parece sugerir, puede llegar a ser un problema verdaderamente estructural por cuanto apunta hacia la languidez, posible disolución, de lo sociorracional en sí.
Salvo que Ud sea artista: entonces, dice -o parece afirmar- Celestini, uno tiene la posibilidad individual de jugar con su propia experiencia sensoria dándole atisbos de sentido lógico (en el mismo ímpetu totémico de la proyección fisiorracional individual) sin que esto acarree necesariamente consecuencias político-corporales, puesto que se trata de impulsos y actos artísticos que se entienden inicialmente como ficciones que, mientras pueden connotar contenidos morales (incluso cuando se hacen de forma pública) no pretenden desafiar el sentido colectivo y consabido de lo real. Esto es, si es Ud artista —o simplemente que tiene grandes dotes de creatividad que se dice— puede llegar por sí mismo a planos sociomorales, sociorracionales, de forma autónoma, porque vive con mayor capacidad soberana y de agente la sustancia fisiológico-sensoria de su propia existencia personal; pero respecto de las personas que tienen menos recursos (basicamente culturales, en origen, o humanistas -eso que es la apreciación estética de algún tipo de «belleza», en general-) están más sujetos a los pasos obligados y previsibles que marca la mecánica de los grupos humanos sedentarios, dentro de la situación en suspense que a la larga suponen los ciclos perennes de incesante estímulo ⁄ descanso, efervescencia metabólico-emocional ⁄ resconstitución y amparo (socio)racional en el tiempo sucesivo de las generaciones humanas sedentarias.
Pero ojo: aunque la capacidad creativa de imposición fisiorracional es patrimonio verdaderamente neural de todo ser humano vivo, el equilibrio sistémico en el tiempo antropológico requiere que se concrete, se limite y en buena medida se homogeneice según el grupo humano histórico particular; a partir de esa estabilidad en agregado respecto el mínimo común, la variedad humana naturalmente desembocará en divisiones intragrupales, y puesto que la individualidad antropológica que es en realidad colectiva, se basa también en el hecho de que cada cuerpo singular no tiene más remedio que definirse en parte frente a sus mismos compañeros de grupo. De manera que, mientras haya una necesidad estructural de las fuerzas prometeicas (porque la expansión infatigable de la curiosidad humana fuerza a cada paso al grupo acomodar dicha fuerza), la estabilidad antropológica, sin embargo, día sí y otro también, se debe a la otra parte contraria que, siguiendo lo que es solo un ejemplo de solo una posible codificación conceptual, sería algo así como lo apolíneo.
Y otro tanto: porque la complejidad de la vida humana socioestructural nos aboca al problema técnico de que es necesario que muchas personas (lo grueso de la población y la estabilidad que eso aporta) vivan precisamente sensorialmente encadenados a lo que solo supone el espectáculo de las sombras sobre la pared de una cueva proyectadas por otros. De hecho, la estabilidad sedentaria depende de esas cadenas. O mejor dicho: todos encadenados estamos a nuestra propia sensorialidad individual, mas solo una parte mínima, en principio, del conjunto puede llegar a percatarse de ello; y la contribución estructural que realizan entonces estos, es vigorizar la otra parte más complaciente, sin que en rigor se pueda nunca decantar por una de ellas sobre la otra. Fíjese: ¡Esto supone un grado de complicación de análisis, desde luego estructural, al que no había llegado el mismísimo Platón dichoso!