
- La homeostasis se basa, podíamos decir, en una sensualidad vital de todo organismo vivo respecto su medio. Y es, además y según que se puede inferir a partir de A.Damasio, el porqué técnico de la neurología en sí (¡tanto la animal como la humana!)
- La individualidad estético-moral se basa también en esto (una homeostasis de tipo sensoriomoral) que, al abur de cada nuevo estímulo sensorio, fuerza al individuo a volver a definirse como el ente sociorracional que a sí mismo se reconoce como tal, y pese a (que es decir también gracias a) cada nueva zozobra sensoriometabólica que padece sucesivamente en el tiempo;
- Por tanto, el grado necesario de anomia singular, al volverse a reactivar sensorialmente, deviene una vez más y siempre en aquella fuerza en realidad fundadora del porqué sociorracional y sin la cual éste no tiene razón de ser:
El estar individual y sensoriocorporal es pues el reclamo universal más importante de todo ser sociorracional posterior posible.
Hedonista es también toda sostenibilidad antropológica que, a partir de oposiciones pendencieras entre los individuos pertenecientes endogrupales, sirve asimismo sobre el plano más amplio exogrupal, como orden espacio-material asentado, en toda su mecánica corporal, en tanto el dispositivo humano más importante de esto del hacer sentido:
Así la vivificación sensoriometabólica singular, frente al locus de pertenencia que son los otros, aboca a la consecución viviente de toda doxa sociocorporalemente asentada, que a su vez se alimenta estructuralmente de todo conflicto intergrupal con el que tenga la fortuna de toparse por ahí.
Evidentemente, esta forma de estabilidad agonal y pendenciera que se establece entre doxas sociocorporales rivales presentes sobre el mismo plano espacial y enfrentados entre sí, constituye, en realidad, un modo de sostenimiento en el tiempo -una forma al fin de auténtica unicidad estructural compleja- y pese a su naturaleza competitiva.
Como hablamos aquí y en este punto de hacer sentido antropológico, lo que requiere que se explique estructuralmente la singularidad sensoriocorporal y su relación con el grupo de pertenencia, parece lícito, a partir de lo anterior, aseverar que sería algo así como de obligación esturctural-técnica que a todos nosotros como individuos nos gustasen las emociones fuertes (incluida la violencia presenciada), o al menos que nuestra capacidad sensorio-emocional fuese regida por una aguda sensibilidad o atracción por la misma, pues parecería que la posibilidad moral nuestra (que tiene que ver con la permanencia o no del grupo y nuestro propio sino corporal respecto al mismo) solo alcanza a tener sentido funcional revulsivamente, frente a la amenaza real o solo barruntada, bien externa de tipo físico, o bien emocional, tanto en los demás como internamente a nosotros mismos.
Una garantía respecto de un dispositivo sociocogntivo de hacer sentido como el que aquí se está esbozando, sería nuestra esencia hedonista como el motor vital base en el tiempo estructural de las generaciones vivas de todo presente. Pero de la episteme no toca aun hablar puesto que muy probablemente ha de concebirse en sí misma como en el fondo otro cauce estructural más de oposición-sostenimiento respecto a los cuerpos en el tiempo sociofisiológico colectivo (o sea, la doxa). Porque el problema técnico de tener que fortificar en lo semiótico (y en la experiencia por tanto más sensoriometabólica que física) un contexto antropológico que hubiera prescindido del andar mismo, no sale a relucir históricamente sino después a partir de los contextos más sedentarios.
Es decir, el tener sentido y la necesidad de sostenerlo (frente al muy dóxico hacer sentido) quizá deba considerarse en realidad y en su vertiente técnica, un cauce fisiológico por el que enfilará la cultura agraria (lo que requiere, por tanto, un mayor desarrollo semiótico) como en realidad el dispositivo-sostén de, simplemente, la doxa de siempre, pero respecto un espacio sociocoroporal que se hubiera descorporeizado un tanto, y en aras de su necesaria capacidad de expansión más fisiológica y totémica que en realidad física (eso que requiere la vida agraria).
Y así, gracias al hedonismo al que nos debemos como verdadera matriz de nuestra condición homeostática, hemos podido pasar, efectivamente, del socio-corpóreo hacer sentido, a la desde siempre virtual tarea del tenerlo y el sostenerlo más propio de la experiencia sedentaria.