
Apuntes sobre aspecto «deportivo» de la experiencia de Primo Levi en Auschwitz a partir de su libro Si esto es un hombre (1947):
“Ahora partimos. El Kapo canta el paso con voz fuerte: Links, links, links; al principio duelen los pies, poco a poco uno se calienta y los nervios se distienden. También hoy, también este hoy, que esta mañana parecía invencible y eterno, lo hemos perforado a través de todos sus minutos; ahora yace concluido e inmediatamente olvidado, ya no es un día, no ha dejado rastro en la memoria de nadie. Lo sabemos, mañana será como hoy: quizás llueva un poco más o un poco menos, o quizás en vez de a cavar vayamos al Carburo a descargar ladrillos. O mañana también puede acabarse la guerra, o nos matarán a todos nosotros, o seremos trasladados a otro campo, o se realizarán algunas de las grandes innovaciones que, desde que el Lager es Lager, son incansablemente pronosticadas como inminentes y seguras. Pero ¿quién podría pensar seriamente en mañana?” (Hacia final del capítulo titulado Kraus)
Desde el inicio del relato le parece a Levi una experiencia irreal; que llega a considerar que la intención de los nazis que les inician en la rutina vital del campo de exterminio -a través de artimañas psicológicas de tipo double bind– es la de comunicar visceralmente el hecho de que toda lógica anterior no sirve aquí, sino solo la obediencia, punto.
Y así, parece intuirse en el relato de Levi que él mismo llegó a la conclusión de que la experiencia no era ni real, ni en el fondo moralmente significativo, salvo únicamente en relación con el cuerpo: que en eso residía la seriedad para todos, como individuos objetos, pero no respecto ningún plano más importante ni moral ni ética, o al menos desde la óptica de ese momento presente: pues en más de una ocasión en el relato Levi insinúa que ni la misma gerencia nazi tenía muy claro exactamente qué estaban haciendo, más allá de sus astucias técnicas, su obsesión patológica por el orden, y trato sádico; que en el tiempo que le tocó observar el funcionamiento diario y en la relación algo más directa con algunos alemánes de mando (con el kapo alemán Alex Donnerwetter y el ingeniero Pannwitz) que su trabajo asignado como químico le permitía (Levi ya poseía, a sus 25 años, un doctorado en la materia, si bien en realidad estuvo más bien entregado a la labores de limpieza y mantenimiento del laboratorio), llega a denunciar que el mando Nazí parecía alimentarse más bien de fantasías respecto de una siempre futura producción industrial que se suponía en fase de planificación, pero que jamás acabó siquiera de iniciarse (conforme, en palabras de Levi, con la gran locura de la tercera Alemania).
Pero un contexto vital que se entiende no real en tanto que no tiene sentido en el fondo lógico de ninguna sustancia más elevada, pese a una absurda abundancia de reglas a seguir y cuyo único fin que puede vislumbrarse es la desparición finalmente física individual -o solo quizá la demora posible de la misma-, es algo que adquiere forzosamente el aspecto de experiencia deportiva, que solo significa en tanto actividad corporal que, como los deportes propiamente, se desentiende finalmente de toda implicación más allá del campo o cancha de juego.
O como si de un auténtico no-lugar se tratara, el lager somete a los seres en tanto contexto estructural, pero que no posee ningún sentido más profundo que el objetivo mismo de la agencia rectora (que pertenece, en efecto, a otro nivel). Es decir, que al carecer el contexto en sí de significado real (que no fuera, esto es, el de los nazis), la vida se convierte en una suerte de deporte cuyo fin es perdurar simplemente en un sentido corporal, nada más.
De hecho, una parte importante del relato es algo así como un estudio psicológico de distintos perfiles de seres humanos atletas de la supervivencia, siendo múltiples los modus operandi en este sentido, según la personalidad de cada uno; si bien un rasgo común en todas las personas que examina (salvo el enano y ladrón, Elias Lindzin) es la de una frialdad manipuladora de carácter patológica respecto a los compañeros. De hecho, el propio Levi en tanto atleta del sobrevivir él mismo, se plantea el problema a partir de esta cuestión, esto de la obligación, además de intentar sobrevivir físicamente, la casi imposible tarea también de mantener la humanidad propia: en cierto sentido, era esto último en lo que consistía en realidad la supervivencia, o al menos para Levi.
Específicamente, sobrevivir para el autor tenía algo que ver con poder seguir valorando los seres humanos con los que trababa alguna relación (o sea, con sus compañeros de cautiverio) en su misma humanidad como personas, y no siempre instrumentalmente con el propósito de mejorar, simplemente, las posibilidades propias de perdurar: era para él existencialmente imperioso, pues, no hacerse del todo insensible al sufrimiento que envolvía la existencia de todos, si bien era justo esto lo que era necesario en algún grado, si uno quería seguir adelante.
En efecto, parecería que, en la tensión brutal de esta paradoja, uno se podía parapetar frente a la vivencia, en tanto que seguir con vida era al mismo tiempo negarse en otro nivel -ahora sí, verdaderamente moral- a seguir ciegamente los dictados del propio terror ante el sadismo nazi, y la extrema incomodidad física que todos padecían y aguantaban, día a día. Y que en el negarse en este sentido, estaba una parte de la capacidad existencial de poder afirmarse.
Pero, sin embargo, no cabía opción alguna para los prominenten (término que los presos se aplicaban ellos mismo a los que lograban sobrevivir al hacerse con alguna empleo-función de valor para el mando nazi del campo) sino el endurecimiento psíquico ante el espectro de la verdadera sostén técnico del campo en el tiempo de su propia operatividad: los cientos de miles, si no milliones, de seres humanos que no sobrevivierion sino que cumplían de manera mucho más directa con la función real y en absoluto velada de todo la estructura institucional en sí (función nazi que no era otra, claro está, que la extinción de un grupo humano). Pero es esta marea de seres humanos perdidos (despachados como río incesante de humo y ceniza a través de las chimineas del campo) al que precisamente como imagen rinde sentido homenaje el autor y de la que parece arrancar la ferocidad vital ante sus propias circunstancias, en tanto una voluntad de perseverar personal ante todo moral (que es también decir, ya por fin, racional -en tanto la imposición cierta de un sentido al menos propio.)
El epílogo de la narración principal que aparecía en una edición posterior, consiste en un resumen de 8 puntos en extensión respecto las preguntas más frecuentes que con los años le hacían en las muchas confenerencias que el autor fuera dando; y entre ellas la de qué creía él que se debía el hecho de que hubiera sobrevivdo. Su contestación incluía, en primero lugar, la suerte; pero tambien que era importante para él el haber cultivado anteriormente como deporte el aplinismo; que además de joven estaba en forma física.
Y es este último detalle que hace que volvamos a mirar su relato con el fin de entenderlo mejor, o de otra manera, a partir de la noción del deporte como una disciplina que se sabe, en realidad y ante todo, una actividad en la que lo mental acaba subordinando lo corpóreo. También se entiende la seriedad verdaderamente feroz que puede adquirir la experiencia deportiva, sin dejar, no obstante, de ser una especie de convención sin verdadera importancia real (´moral´).
Y es que, si llegas a la conclusión de que el sentido de las cosas se ha desvanecido, pero que aun así te encuentras ante la obligación moral-vital de seguir adelante como puedas, ¿qué es en realidad lo que te queda?
¿Como habría que entender, a partir de entonces, una existencia que no tiene más opción que seguir valorándose a sí misma, pese a todo?
O quizá la pregunta más relevante viene después, respecto el fundamento moral sobre el que uno se posicionará frente a la tarea vital de querer perseverar. En cierto sentido, el relato en Primo Levi en es en sí misma una repuesta profundamente desarrollada respecto a esta ultima cuestión: la vida en tales circunstancias extremas pudiera concebirse como deportiva precisamente porque su sentido ya no puede estar únicamente en el cuerpo (que es el factor menos firme de todos, evidentemente); que en el poder parapetarse uno en lo verdaderamente importante que es el grupo, es como si nos volviéramos a configurar nosotros mismos en el sentido real la vida humana, sentido que precisamente nos arrebata el contexto; un sentido, ademas, que la propia civilización sedentaria ha de adornar y, al final, ocultar, en algún grado: eso que hemos llamado desde siempre nuestra espiritualidad, pero que muy probablemente debe considerarse ante todo una condición en realidad fisiológica y sociobiológica; condición, además, que las lógicas divinas y antropomorfas han de trasnscribir en aras de toda funcionalidad sedentaria en el tiempo colectivo (porque indudablemente seguimos atados siempre como sociedades civilizadas al problema del orden de los cuerpos y su quehacer multiple y collectivo en el espacio y el tiempo).
Y al final del octavo punto de dicho resumen lo afirma el propio autor quien, con lo años, entendió que el sentido que él mismo fue capaz de imponer resepcto a su propia vida en el campo de exterminio (con la intención futura en ciernes ya en él de relatar y dar algún día testimonio de lo vivido) servía de razón, remota y como postergada -pero precisamente por eso a salvo de aquél presente corporal- para al menos querer sobrevivir.
Porque de hecho la gran mayoría de seres humanos que pasaron por los campos y que no fueran inmediatmente eliminados, bien pronto dejaron siquiera de desear perdurar, en vista del infierno diario al que estaban sometidos. Pero es a ellos, junto con la gran masa de muertes programadas más o menos diarios, a los que se debe, no solo la existencia en el tiempo del lager, sino la de todos aquellos que por las circunstancias de su propio cautiverio también dependían, muy a su pesar y dentro del infernal juego de prolongar, día a día, su propia, penosa y miserable existencia.
Pero el agradecimiento en este sentido que nace de la comprension de nuestra dependencia en los demás, se convierte en una gran baza de movilización emocional para el individuo que, en el caso de Levi, luchará por proyectarse más allá del cuerpo mismo sobre un plano moral, metabólico e incorpóreo; y esto durante el tiempo que pueda, es decir, hasta que el cuerpo aguante, claro está.
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