
Y habría que postular, además, la corporeidad singular de cada uno como factor causal inicial, en tanto condición de desamparo que solo alivia el grupo. Se trata, en efecto, del sentido ante todo de la propia conciencia socializada individual, cogida, podíamos decir, entre una fuerza interna prerreflexiva de la pertenecia por una parte, y por otra la voluntad en el sujeto sensorio tanto de colaborarción como también conflicto y transgresión (o las pulsiónes varias en sendos sentidos que nos habitan y que ocasionalmente-pero de forma inexorable-, vuelven a aparecer).
Aunque parecería que, por debajo de los altibajos sensoriales del individuo y más allá, en cierto sentido, de los vaivenes metabólicos de cada uno en el voragine de nuestra propia vivencia sensorio-corporal particular, la circunstancia finalmente más importante de todas es la colectiva en tanto permanecia en el tiempo. Pues evidentemente, sin el colectivo buena parte del dolor humano al que somos susceptible (en nuestra naturaleza filogénticamente evolucianda, sin duda) no existiría sobre nuestro horizonte vital; además, sin el grupo no sería necesario que hubiera sentido de ninguna manera.
(¡Crucial esto último!)