La permanencia semiótica y la viabilidad sedentaria

Imagen de El País 06/11/22.

El arte es lo único que nos salva del olvido. De nada sirven las medallas ni las criptas, menos todavía los algoritmos o las criptos. Si no fuera por un bardo ciego, Aquiles no estaría todavía con nosotros. Los príncipes pueden ocupar su lugar, subirse al trono, berrear en los parlamentos, pero de ellos no quedará ni el ruido de sus cascabeles ni el tintineo de sus panderetas, no habrán durado más que una mariposa en el jardín. Ya nadie recuerda quién batallaba en los tiempos de Manrique o de Garcilaso, ni quién reinaba en los de Vuillon o de Ronsard. Lorca se ha tragado de un bocado los apellidos de los que lo balearon. Y no importa que no demos con sus tumbas o que incluso dudemos que hayan existido: Homero, Cervantes, Shakespeare, siguen ahí, más vivos que nunca, en todos los colegios, en todos los escenarios.

Texto del artículo de Javier Santiso El esperpento en El País, 8 de marzo de 2023

El trueque y gran juego de manos que es el arte

Porque su condición socio-homeostática pervive en forma de representación estética. Es decir, se trata de la vertiente diacrónica del fenómeno de la acomodación de una socio-fisiología filogenéticamente evolucionada a partir de antropologías originalmente nómadas. Porque la experiencia sedentaria ha de sostenerse socio-homeostáticamente a partir de cierto alimento sensoriometabólico y moral sobre el que se erige el yo social; un yo social que lo sedentario, por razones de sostenimiento de su propia viabilidad estuctural, ha de empujar hacia una mayor densidad moral -necesariamente- a través de narrativas del bien y el mal y de la mayor carga de culpa asumida por cada uno de nostros: pues ante la inmovilidad de los ciclos agrarios y engorde animal, hemos de abrirnos horizontes al menos metabólicos sobre los que seguir caminando acorde con nuestra naturaleza y de forma si no física, sí al menos fisiológica y neuroquímica.

Podría entenderse como una especie de trampa a la que nos llevó nuestro desarrollo cerebral al decantarse evolutivamente por la mayor engergía metabólica de las proteínas de origen animal frente a lo vegital, con todo el condicionamiento endocrino que supuso. Pues una vez aparecida la domesticación animal y agraria, dicha energía hubo de seguir cauces nuevos, más fisiológicos y neuroquímicos que físicos, a través de dipostivos de incorporación fisioantropológica: dichos cuaces son la cultura misma que más asociamos con la experiencia agaria, como la religión formal con deidades antropomorfas que se basan en el texto escrito; sistemas monetarias que se basan en el valor simbólico de las monedas; dependencia colectiva y estructural respecto dispositivos miméticos de espectáculos tanto de combate, deportivos o teatrales; el afán de conceptualizar el orden político a través de las leyes escritas y el esfuerzo historigráfico, etc..

Porque, evidentmente, no se alteró la evolución socio-biológica humana original sino que los seres humanos cambiaron el entorno de su propia consumación socio-fisiológica: de manera que se explota la cultura como instrumento técnico de esta acomodación.

Pero esto es decir también que las circunstancias reales de los cuerpos en el tiempo y espacios históricos quedan de alguna manera postergadas; cuerpos de carne y hueso generacionales ubicados más allá de las narrativas culturales más identitarias y como recluidos en la penumbra de su propia -en buena medida secreta- longevidad particular.  De ahí el juego que se va entablando entre dos ámbitos diferentes, entre una imaginería de realidad y relevancia homeostáticas (de caracter por ello tanto moral como racional) por una parte, frente a la vivencia ideosincrática y sensoriocorporal de cada uno cuya comprensión sintetizada completa se nos escapa; o mejor decir que se nos ha de escapar puesto que es fuente permanente de indefinición y ambigüedad de la que se irá alimentando y reforzándose, en realidad, el orden socio-racional sedentario.

Pero ¿existimos en la vivencia de las imágenes y el ímpetu metabólico de lo socio-racional y culturalmente consabido, o es que la vida real transcurre en los espacios mudos y poco iluminados que ocupan los cuerpos reales físicos? Aunque también puede concebirse lo sedentrio en realidad como una propuesta en última instancia lúdica que relaciona estos dos ámbitos diferentes de forma compleja (siendo que el uno, para sostenerse en el tiempo, se sujeta en el otro, y viceversa). Porque si bien el peso moral de la vida se ha de acarrear por razones estucturales y en aras de un necesario orden racional y sedentario (y a partir del cual quedamos provistos de una libertad asimisma estructural para nuestra propio ejercicio fisiosemiótico), es la insustancial levedad que subyace a todo lo que se erige, al fin, en nuestro mayor adversario.

De manera que cuanto más podamos llegar a enfocar nuestro experiencia vital y socio-corporal como un juego, tanto mejor, y aunque nos cueste la vida (o precisamente porque, en efecto, tarde o temprano siempre nos cuesta la vida).