
…¿Por qué han acabado las mujeres tragadas por una imagen de dependencia pasiva que ellas mismas quieren que sean los hombres los que toman las decisiones, incluso en casa?
La frenética ilusión de la unidad puede impregnar de contenido espiritual el aburrimiento de la rutina doméstica, la necesidad de un movimiento religioso que compense la falta de identidad, revela lo mucho que han perdido las mujeres y lo vacía que está esta imagen.
De La mística de la femenidad, de Betty Friedan del año 1963
Siguiendo el argumento de carácter semiótico de Friedan en la obra citada -en tanto son las imágenes de las que nos valemos como seres anhelantes para así proyectarnos en nuestro propia autoimagen a realizar-, vemos una tácita pugna entre las limitaciones fisico-espaciales (la rutina del mantenimiento del hogar y el cuidado de los niños y marido que somete a las amas de casa en el planteamiento de Friedan) y un plano abstracto de imágenes que como recurso les asiste a los habtantes corpóreos auxilando de alguna manera la inmovilidad fáctica material (la denuncia misma que hace la autora en cuanto una mística de creación publicitaria, mediática y psiquiátrica para hacer efectivamente viable en el tiempo esta suerte de cautividad en la que vivía el ama de casa norteamericana de la década de 1950). Pero, sin embargo, cabe escrutinar estucturalmente toda forma de religión respecto una posible función auxiliadora para con la mecánica sedentaria y su sostenimiento más metabólico que en realidad corporal, pues desde siempre, como agrumentamos, ha sido el plano espiritual no material postulado por los mismos seres humanos lo que ha proporcionado un cauce metabólico alternativo al mundo material en sí; pero un cauce como espacio que permite finalmente dar orden firme e incialmente no violento la cotidianeidad multicorporal de los contextos antropológicos dependientes de la agricultura.
De manera que entendemos la Religión por un entramado semiótico-conceptual y suporte estético que está a disposción de los sujetos homeostáticos pertenecientes, asistiendoles en su propia ejercio de poder de autodefinición moral, pero ante todo como un plano metabólico íntimo que no tiene por qué trascender, en principio, respecto a los actos pública y coporalmente constatados.
Pero en el decurso histórico y al emerger más ámbitos semióticos-estéticos se tiende más hacia lo secular; y lo epistémico, que se debe a la religión en origen, también empieza a separarse de lo religioso (Sócrates, por ejemplo, o Galileo): porque un mayor desarrollo de sentido a través del desarrollo semiótico supone un aumento de espacios metabólicos no físicamente cruentas (ni apenas físicos en un sentido corporal de movimiento). En esto consistiría el paso entre grupos nómadas y los sedentarios, estando estos últimos obligados a acentuar la importancia del sentido sociorracional humano para crear mayores espacios metabólicos que los grupos nómadas, los cuales, al tener a su disposición el desplazamiento físico más colectivo, no se encuentran presionados en el mismo grado hacia el desarrollo semiótico.
«MOVIMIENTO» RELIGIOSO
Expresión que alude a las noción diferencial entre contextos sedentarios frente a los nómadas; que los primeros, a diferencia de los segundos, han de incorporar un «movimiento» metabólico para auxiliarse estructuralmente frente a lo inmóvil sedentario. Las religiones funcionan con conceptos y imágenes (aunque sean mentales y efecto de la producción linguísitica); la posibilidad de escribir estos relatos parecería particularmente importante para la viabilidad sedentaria, aunque el origen de esto es anterior; pero se está combinando conceptos e imágenes que se imbrican con la socio-fisiología humana: naturalmente, cuando empiezan a haber imaginarios culturales más amplios (sobre otros sostenes técnicos como la pintura, los grabados, la fotografía y el cine -después, la radio y la televisión), parecería lógico que decayera la fuerza de la religión dado que su origen es, parcialmente, en la posibilidad de utilizar imaginarios colectivos como régimen metabólico o que lo faciliten: pues se tiene que sostener, sin remedio, lo sedentario.
LO SEDENTARIO
Un régimen metabólico que se articula sobre todo en base a imaginarios colectivos de relevancia moral (o «opróbica») para los sujetos homeostáticos pertenecientes; que asimismo recurre a un plano epistémico más desarrollado para abrir aun más territorios metabólicos sobre los que sostenerse, pero rebasando inicialmente la materialidad física.
Movimiento religioso
…espiritual
…artístico
…académico
…literario
…político
…popular
…social, colectivo, sindical, populista, romántico etc.
Son sintagmas que parecen apuntar al problema del sostenimiento sedentario en tanto que aluden a una forma de agitación, en todos los casos, que no es físico en el sentido de desplazamiento; se trataría, por tanto, de construcciones un tanto oximorónicas dado que el movimiento en cuestión que nominalmente se denomina como tal, está delimitado precisamente por actividades que buscan la vigorosa proyección metabólica de los participantes como alternativa al desplazamiento literal (cosa que no tiene fácil encaje en la vida agraria y mucho menos respecto a la urbana).
O sea, si no puedes echarte al camino, al monte o al mar, tienes que buscar otra forma de travesía como consumación del tiempo humano, esto es, una travesía o viaje más metabólico (fisiológico-neuroquímico) que literal: he aquí el armazón subyacente a lo posibilidad sedentaria que traza a las claras la necesidad estructural que tiene lo sedentario respecto al desarrollo cultural; no que estas dos cosas sean coincidentes en el tiempo, sino que el desarrollo semiótico como ampliación de espacios metabólicos-morales está estructuralmente exigido por los contextos antropológicos dependientes de la agricultura.
Además, de poder desplazarse físicamente por el camino, el monte o el mar, se precisa menos de un sentido de las cosas puesto que, respecto sobre todo el desplazamiento a pie, el cuerpo y por tanto el plano colectivo en sí (caso de estar acompañado) quedan absorbidos por una actividad psicomotora, lo que parecería restar importancia, al menos en el momento preciso de esfuerzo físico, de la comunicación lingüística, o de cualquier forma de interacción humana más allá de lo inmediamente proxémico. Pero en la abducción de la mente consciente a través del ritmo y repetición de la actividad física, caben sin duda todos los cuerpos pertenecientes.
Por el contrario, la antropología sedentaria tienen que procurarse espacios de “movimiento metabólico” que rebase lo espacialmente limitado instrumentalizando la creación y mantenimiento de sentido de una forma mucho más exigente: de necesidad estrctural debe entenderse, por tanto, la relación que tiene lo sedentario con el plano epistémico al contrastarlo con contextos antrpológicos anteriores menos afincados. De manera que podría también decirse que si no puedes echarte al camino, al monte, a la caza o al mar -ni tampoco puedes emprender acciones bélicas hostiles ni defenisivas así como así- tienes además que comunicarte con alguien en última instancia, puesto que el recurso metabólico a estucturas semióticos-conceptuales solo es posible en tanto entramado de interactuación comunicativa a partir de entornos colectivos más estables que caóticos, más pacíficos que violentos.
Pero, obviamente, surge algún paralelismo entre la dependencia nómada del desplazamiento y una dependencia similar que establecen los contextos sedentarios con el trabajo: en ambos casos se trata de una suerte de opacidad estrctural que ocupa absorbiendo de alguna manera el cuerpo, además de la mente en su vertiene pre o no-consciente. De forma que, respecto ambos contextos, se produce una optimización energética en tanto que el cuerpo, como va por libre hasta cierto punto, reduce el gasto metabólico hasta que la mente no consciente se ponga nuevamente en alerta debido a algún estímulo sensorio-neurológico, provocando con ello que la mente racional vuelva a focalizarse como pensamiento consciente.
Es decir, el mayor gasto metabólico ha de suponerse debido a la necesidad de la conciencia misma frente a contigencias sensoriales que, cuando surgen, obligan al organimso a salirse de su modo «piloto automático» y a un gasto metabólico repentinamente significativo. Siguiendo la noción de «cerebro hambriento» de la antroplogía evolutiva y forense, los contextos antropológicos como sistemas energéticos agregados también admitirían un enfoque de optimización y eficiencia técnicas respecto de la energía total disponible.
Y también cabe abordar la comprensión de que la anomia desatada, la inseguridad y los contextos colectivos violentos no permiten el óptimo desarrollo cultural porque la violencia misma se convierte un dispostivo rector de la viabilidad sedentaria, lo que limita, en consecuencia la necesidad de otras formas de optimización estuctural a través del desarrollo semiótico-cultural. Porque los espacios metabólicos de caracter semiótico-mimético más fisiológicos y neuroquímcos que corporales, funcionan auxiliando el plano socio-físico y proxémico de los cuerpos; la violencia, en cambio, tiene un sentido propio en sí misma que obvia cualquier otro, salvo, claro está, el del rival y oponente.
La diferencia, por otra parte, entre un régimen metabólico que se apoya más en el desarrollo semiótico (la antropología agraria estable) y contextos antropológicos que se hayan abismado en la confrontación bélica abierta, sería un asunto a comprender en términos de desgaste energético agregado. Aunque bien mirado y en vista de nivel de padecimiento humano que implican, no parecería caber otra interpretación de los contextos bélicos sino como formas regresivas de lo sedentario; e incluso como antropologías en realidad nómadas enmascaradas, y dado su tendencia a desprenderse de los espacios metabólico-semióticos a favor de la violencia y destrucción cruentas.